"No me gusta
el mundo en que vivimos,
hostil, contaminado,
insolidario",
donde las
pequeñas cosas
las ha comprado el mercado,
se las ha
llevado el viento
y ya no
pasará el tren, ni habrá boleto
de ida ni
de vuelta.
Si alguna
vez, caminante
amaste los
mundos ingrávidos,
sutiles y
gentiles, se habrán ido
como pompas
de jabón.
El poeta,
caminante, haz de saber,
solo deja
señales,
porque solo
hace camino al andar.
Rolando Gabrielli2024
Este poema, texto, tiene una historia muy particular, fue escrito sin ninguna corrección, de un tirón, de manera espontánea, un 26 de octubre del 2024. en Panamá, poco antes del mediodía.
Sucede, tras algunas lecturas previas del discurso de Joan Manuel Serrat, después de recibir el galardón que otorga la corona española bajo el nombre de su Fundación Princesa de Asturias de las Artes, que la memoria me montó en un viaje al sur de mi generación. Sí, Serrat es un ícono de mi generación, un ícono del Sur. Vivimos disfrutando de su música, la letra de sus canciones, su poética, alegre, trascendente, sus mundos sutiles, compromiso, diría, invariable, con su época. Este poema está hecho de sus palabras, discurso, es un "plagio deliberado", sin arrepentimiento, a los cuatro vientos y puntos cardinales, incluido Machado. Una mezcla como veo y entiendo la despedida de Serrat al llegar casi al primer cuarto del siglo XXI, la atmósfera del adiós con plena dignidad, algo escaso en estos tiempos.
Hijo de la humildad, de un obrero y una modista, costurera, mantuvo su esencia y afianzó su vida en aquellas pequeñas cosas, la identidad alegre de un cantautor popular, sencillo, con la pretensión solo de comunicar. Se retira de los escenarios, pero su música permanecerá en el tiempo porque habla del hombre, su humanidad, el amor, la vida, sin ninguna pretensión y adorno.
Serrat, siempre me ha hecho recordar a mi abuela catalana, nacida en Barcelona, Enrica Serra i Miró, su mirada, el humor, una filosofía de la simpleza profunda que otorgan los viajes, las personas, los años, la vida. Enrica, dice internet, significa amo de la casa o jefe de la patria. Le viene bien a ella esa traducción.
En fin, llenar durante sesenta años los escenarios, ya es una historia larga, y que siga siendo un ícono, dice lo que en verdad ha sido, significado para la música en el mundo, Joan Manuel Serrat. Se declaró preferir los caminos a las fronteras y se definió como una persona que se alegra mucho de la vida, un animal social y racional que necesita de otros hombres más allá de la tribu.
This poem, this text, has a very unique story; it was written without any corrections, in one go, spontaneously, on October 26, 2024, in Panama, shortly before noon.
It came about after reading Joan Manuel Serrat’s acceptance speech for the award bestowed by the Spanish crown under the name of the Princess of Asturias Foundation for the Arts. His words took me on a journey to the south of my generation. Yes, Serrat is an icon of my generation, an icon of the South. We have lived enjoying his music, his song lyrics, his joyful and transcendent poetry, his subtle worlds, his unwavering commitment, I would say, to his time. This poem is made of his words, his speech; it is a "deliberate plagiarism," unrepentant, to the four winds and cardinal points, with Machado included. A mixture of how I see and understand Serrat’s farewell as we approach the first quarter of the 21st century, the atmosphere of a dignified goodbye—a rarity in these times.
A child of humility, of a laborer and a seamstress, he held on to his essence, grounding his life in those small things, the joyful identity of a popular, simple singer-songwriter with the sole aim of communicating. He may be stepping away from the stage, but his music will endure because it speaks of humanity, love, life, without pretense or embellishment.
Serrat has always reminded me of my Catalan grandmother, born in Barcelona, Enrica Serra i Miró—her gaze, her humor, a philosophy of profound simplicity shaped by travel, people, years, life. Enrica, as the internet says, means "master of the house" or "head of the homeland." The translation suits her well.
In the end, to fill stages for sixty years is a long story in itself, and the fact that he remains an icon speaks to what he has truly been and meant for music worldwide, Joan Manuel Serrat. He declared he prefers paths over borders and described himself as someone who greatly delights in life, a social and rational being who needs others beyond his tribe.
Serrat bids farewell, singing
"I don’t like the world we live in,
hostile, polluted, lacking solidarity,"
where the little things
have been bought by the marketplace,
carried away by the wind,
and the train will no longer pass, nor will there be a ticket
for a return or one-way journey.
If ever, wanderer,
you loved weightless worlds,
subtle and gentle, they will have vanished
like soap bubbles.
The poet, wanderer, you must know,
only leaves traces,
for he only makes a path by walking.