| En esta subasta, en que se ha transformado la
    cultura, verdadero mercado persa o de las pulgas, no tenemos más remedio
    que competir con el show, el Mouline Rouge (Molino Rojo) de las palabras
    por piernas en armónica  presentación.
    La poesía es como el Can Can: no lo muestra todo. Más bien pantorrillas y
    muslos en ventolera, pero lo demás, como lo oye, para la fértil imaginación
    de quien exige una poética sugerente, resuelta en el paisaje íntimo de las
    palabras. 
 Las
    bataclanas muestran hoy más que ayer, y quizás mañana se hagan transparentes
    o invisibles. La poesía es una provinciana en estos menesteres de los
    desnudos, se sonroja con facilidad, porque su arte consiste en mostrar
    media pierna y no pasar de guiñar el ojo en el primer acto, que siempre
    será a solas entre la página y el lector. Todo lo que viene es pura
    complicidad. La palabra es más recatada, porque la belleza es más cuerpo
    que alma, cuando nos habla en vivo y en directo.
 
 La cultura y la poesía se han transformado en verdaderas empleadas
    públicas, con salario mínimo, damas sin maquillaje a la hora del show, a la
    espera de un acto intrascendente, sólo para que el dueño del circo y de la
    imagen, reciban el Premio Municipal Minuto de Oro a la protección cultural
    a punto de extinguirse.
 
 ¿Qué es más sabroso, leer el Quijote de la Mancha o comerse una hamburguesa?
    ¿Ir a los Bolos o una tarde con Hamlet, Alicia en el país de las Maravillas
    o El Principito? ¿La Divina Comedia, 20 Poemas de Amor y Una Canción
    Desesperada o una tarde de cerveza, humo y ruido? Para qué tantas preguntas,
    cuando sobran las imágenes.
 
 La lectura rima con cultura y no siempre dura, pero de ninguna manera exige
    ni impone ataduras. El libro, si es verdadero, forma parte de los sueños y
    revive el pasado, lo hace presente y transforma el futuro. Suele envejecer
    con nosotros, a un lado de la cama, respirando sobre el tejido de sus
    propias aventuras.
 
 A veces pienso que la palabra es un espejismo en los ojos de un ciego. ¿Eso
    fue lo que nos dijo Borges, a propósito de la lectura infinita, insaciable?
    No es una mala interrogante como para empezar a descubrir una obra, pero el
    motivo de esta nota es avanzar en el laberinto, -no importa cuántas puertas
    tocar o cuántas no se han de abrir- y encontrar un Patrocinador. Se busca
    un Lazarillo para Jorge Luis Borges o Jorge Luis Borges será su Lazarillo
    esta noche. Quizás algo más modesto: Los ciegos somos nosotros. Es un
    título un poco más interesante, se ve a simple vista.
 
 Pero estamos en las mismas de antes: se busca un Patrocinador, al menos por
    una hora. No es la eternidad, desde luego, tema que ocupaba a Borges, pero
    es tiempo humano y mundano, como un zigzagueo en las manecillas de un
    reloj. No nos podremos bañar dos veces en la misma Conferencia, nos diría
    Heráclito. Aparentemente oscuro el acertijo del hombre de Efeso, pero a la
    vez, exacto.
 
 Es una empresa sin coste económico, no hay pecunio, quizás un ligero
    coctel, me refiero a la Conferencia, y no al baño de Heráclito. Simbólico y
    sin coste alguno también, el río filosófico, no el turbio y contaminado.
    Para qué un Patrocinador, me inquiriría, el propio Giorgie-así le decían
    desde niño a Borges- cuando yo dije: "No quiero ser el nombre de un
    andén. Sólo pido las dos fechas y el olvido". Además me fugué de
    Buenos Aires a Ginebra, poco antes de morir para que no empapelaran los
    muros de la ciudad porteña con mi rostro.
 
 "Yo no existo, soy una superstición de ustedes", afirmaría en una
    ocasión, con la informalidad de la certeza y el dejo de la ironía, mezcla
    de nostalgia y estupor.
 
 Le recomiendo, Gabrielli, mejor no meneallo, déjelo ahí, eso de tocar
    puertas es de ciegos, perdón de sordos, no abrirlas. A los 78 años de edad
    dije que me he convertido en un artista de varieté -por eso me hace gracia
    lo del Mouline Rouge- o en una botella de Coca Cola, porque la gente compra
    mis libros, pero no los lee. ¿Para qué los compra, 
para regalarlos? Supe, sigue Borges, que el
    expresidente Menen, dijo que era un gran novelista. El es más fantástico
    que mis cuentos, porque nunca escribí una novela.
 
 No se haga ilusiones, Che Gabrielli, -usted me está sonando a italiano-,
    con lo bien que me han tratado allí. A quién le va interesar un viejo poeta
    que envejeció en tantos espejos, que buscó en vano la mirada del mármol de
    las estatuas
 Oh destino el de Borges.
 
 
 Si usted me pregunta que premio recuerdo con mayor agrado, le diría uno que
    obtuve con el segundo lugar con un cuento en la revista Play Boy, que me
    obsequió además una conejita. No sería Borges, si no le hablara así, pero
 Fíjese que Italia me hizo Commendatore, Caballero
    Gran Cruz, Gran Oficial, en Palermo, Sicilia, me obsequiaron una rosa de
    oro que pesa medio kilo, (yo que siempre he querido que una rosa se salve
    del olvido) y el editor, también italiano, Franco Maria Ricci, me entregó
    84 libras esterlinas de oro, fechadas desde mi nacimiento en 1899, y una
    por cada año restante. Lo más importante es que Italia es uno de los países
    que mejor conoce mi obra. Sabe, Gabrielli, yo que no pude ser el Quijote,
    le recomiendo para salir de este laberinto borgeano, toque una última
    puerta para dar su Conferencia, ahí le entregarán un rosa en señal de que
    existí. Rolando Gabrielli 2021 
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