domingo, marzo 04, 2007

EL ECLIPSE DETRÁS DE LA CIUDAD









Dejamos el Sótano como en Twister y salimos soplados por su puerta de vidrio, al trote por sus escaleras y miramos hacia el cielo. Nada. Cruzamos hacia la vía Argentina y la Luna en verdad brillaba por su ausencia. Montamos el Land Rover y nos fuimos en dirección hacia el mar, la Avenida Balboa, siempre mirando hacia el amplio y despejado cielo, pero que no quería enseñarnos la Luna del primer eclipse anual. Todos los ojos en dirección hacia lo alto, fue la orden del piloto y en marcha los sentidos para intentar atrapar un destello, la más mínima luz que nos dejara ver el fenómeno. Nos instalamos frente al Pacífico, detrás la estatua de Balboa, quien descubrió el famoso Mar del Sur en Panamá, es decir, el océano Pacífico y todo lo demás fue subir la vista y que la brisa del verano tropical compartiera con nosotros esta estación privilegiada del año. Sólo el silencioso mar que llega muy quieto a la bahía, costa donde asolaron el poderío español los piratas y bucaneros ingleses, comandados por los célebres Fancis Drake y Henry Morgan. No duramos gran tiempo y volvimos a subir al Land Rover, como Twister, cinco pasajeros: cuatro arquitectos y un cronista ciber-lunar.
Hacia Costa del Este, dijo el piloto, era una sentencia verbal acompañada de un motor andando. Ni una huella más que el bosquejo de nuestros pasos en el parquecito Anayansi, la bella mujer indígena de Balboa o Parque de los Enamorados, con o sin luna. Pasamos el edificio de la Contraloría y otro residencial imponente, el mar a la derecha y Punta de Paitilla, una esquina de Manhattan, que mira con su masa de cemento, hierro y cristal hacia el Canal de Panamá. Un puente elevado y enfilamos en dirección al Corredor Sur, porque la hora apremiaba.
Los eclipses son precisos como un reloj suizo. La Luna no es de queso, pero para nosotros olía como si fuéramos un ratón. No dejen de mirar hacia el cielo. Cinco pares de ojos hacia todos los puntos de lo más alto, en dirección al horizonte, porque a la derecha nuestra debería de estar. Ya nadie sabía de Norte, ni de Sur, Este u Oeste, sino a la derecha, porque por ahí la vemos cada día, menos éste. Nada, la Luna se había esfumado con un pasajero seguramente que la iría a visitar. Fíjense bien, cualquier luz y de pronto cruzó un avión con dirección a Colombia, hacia el Sur. La luz de la nave titilaba, pero no era la cara oculta, rojiza del eclipse lunar. Alguien dijo: quizás los pasajeros lo están disfrutando. Qué buena vista.
Y seguimos, como en Twister, buscando, correteando la Luna, como si alguna luz nos llevara a sus mareas. ¿Alguien vio algo? El motor voloando del Land Rover y ni el viento nos traducía el malestar, esa frustarción que produce algo que debiera estar frente a nosotros para disfrutarlo y se evapora como el incienzo, pero ni olor deja al no existir la más mínima presencia del objeto o elemento. Todo el pedazo del corredor hacia Costa del Este, presentó el conocido rostro del mar, vehículos, edificios, y fue cuando nos encontramos frente a Ciudad Gótica, verdaderos castillos unos tras otros, elevados monumentos de la arquitectura. La Luna quizás dormía la siesta en alguno de esos departamentos, cuando el crepúsculo asomaba en el horizonte. ¿No puede reposar la Luna, estará en vela toda la noche? La ciudad quedó detrás, el corazón urbano, y llegamos a Costa del Este, un moderno desarrollo, de avenidas amplias, muy bien trazadas y con numerosos edificios en plena construcción, que reflejan el boom arquitectónico de Panamá. No íbamos detrás de los edificios, éstos permanecen inmóvil como todos sabemos. Siempre sabremos donde están, a no ser que fueran demolidos por el paso del tiempo o la llegada de la modernidad. Llegamos a Costa del Este y como los caballeros andantes y las damas de aquellos y aquestos sitios ytiempos, descendimos a buscar la bendita Luna. Preguntamos por ella. ¿La han visto, saben si por aquí asoma o pasa? Espléndida dijo el señor del perrito. Todas las tardes. Se ve colosal. Estamos en época de Luna llena. Me imaginé un lobo aullando y la noche feroz en un bosque. Gracias, respondí. El ocaso no traía la Luna y el reloj corría, que es lo mismo que hablar del tiempo y estaba en nuestra contra. Arriba, esto no da para más. Regresamos al Land Rover. Pasos ligeros. Sólo sonaron las puertas y se encendió el motor, como en Twister, pero sin el pleligro. No se ha sabido aún que las Lunas agredan o se dejen caer como volcanes sobre la tierra o luces devastadoras de ovejas o animales en las noches solitarias. La Luna es inofensiva. Sólo mira desde lo alto y nos hace pensar en el amor. Ese es su más curioso encanto. Ni los médicos han podido descifrar en que consiste esta "enfermedad" que aún perdura por los siglos. La Luna debía de estar saliendo o dejando sus sábanas, para instalarse en la noche, en este infinito atardecer de la nada.
(En esta época del año, la Luna llena flota sobre el istmo, suspendida, dueña del cielo y sabe que la noche le pertenece y se rinde extasiada al silencio del vago oleaje del mar, de las olas que ella impulsa, la marea que va y viene. De alguna manera que no es improvisada, irradia su presencia silenciosa sobre la ciudad, un leve manto de esperanza, una mirada personal.)
No nos habíamos dado cuenta y ya estábamos saliendo de Costa del Este, en medio de la frustración, el Land Rover rodaba con cierta resignación, pero no entrega a la búsqueda. Siempre mirando hacia el cielo, con la vaga esperanza que otorga el deseo, salimos hacia la ciudad, un retorno frente a los edificios y aproximándonos al mar. Volvimos al punto de partida y nos encontramos con el eclipse. Ya estaba la función sobre el cielo y en el fondo Punta de Paitilla iluminada como un árbol de Navidad. Preparámos las cámaras digitales. El arquitecto Juan Carlos Sáenz, con sus 10 mega pixeles y un pequeño trípode que había comprado en Buenos Aires, durante una Bienal. Puso su pequeño equipo sobre la baranda del malecón y se abandonó a la busqueda de los mejores ángulos y los cambios que provoca el efecto de la luz que se va devorando la Luna. Estas fotos son de su cámara. En la misión Twister, sóla viajaba un panameño, Manuel y dos costaricenses, arquitectas, también de la firma Mallol &Mallol, Melisa y Silvia. todo lo demás correspondió al Eclipse. La jornada concluyó con un batido de café, churros, una tortilla española y otras bebidas, en el restaurante Manolos de la vía Argentina.
Nota: recibí de obsequio el útil trípode. La invitación fue de JC.
Rolando Gabrielli©2007

2 comentarios:

Anónimo dijo...

en el observatorio de la ciudad de La Plata en Argentina estaba todo preparado para ver el eclipse,se habian reunido alli varios cientificos para dar explicaciones de este fenomeno,pero lamentablemente el tiempo les jugo en contra la lluvia opaco la funcion.
SLB

atlanticosud dijo...

complicado ...eh Gabrielli... yo solo tuve que esperar en mi balcón con un malbec refrescado por la brisa del mar de la Patagonia... y allí ..solita sin edificios... de por medio...ella estaba opaca total... una belleza en el Sur... y de a poco se fue descubriendo...en el límpido cielo patagónico.... un
privilegio de pocos.... compartido con mis amigos, a través de los mensajes.... uno embarcado,y en amarras al Muelle Piedrabuena - Alacrán - otros en sus hogares....todos compartiendo ... la visión de nuestro satélite
Imperdible.