viernes, junio 29, 2007

MUSA






La musa puede ser,
tenazmente esquiva,
no precisa, no presente,
con la ausencia debida,
estar y no en el lugar,
dama díscola distante difusa,
mas nunca indiferente.
Rolando Gabrielli©2007
Sin generación, sin país, sin parar...
(desde mi domingo)

"En el náufrago día de mi nave más bella/ me encaramé sobre su mastelero/ para mirar el mar./ No había mar: no había ni su huella: /no había ni el vacío dese día postrero/ sólo había mirar./ Miré el mirar del navegar que espero".
Rosenmann-Taub (Auge)

Con frecuencia me preguntan periodistas, poetas, amigos, personas, pasajeros de la palabra, cómo “hago” poesía, por qué, cuáles son mis influencias, de dónde viene el poema, “la inspiración”, qué empuja la piedra al vacío sin caer en el vacío. Cuáles son, en verdad, mis intenciones.
Miro hacia los puntos cardinales que no encuentro, cada vez que doblo una esquina y me digo: la Musa es de carne y hueso, existe. Es tibia, secreta, secretísima, geógrafa con su geografía hermosa que no tiene principio ni fin, es el cuerpo de su palabra y largas piernas que me llevan y traen a un sitio desconocido: el poema. Pero el viaje es largo, continuo, viene de muy atrás, una orilla sin fin con otra orilla, como una cadera huérfana que busca un dueño.
Detrás de cada palabra se agita la vida. Las cosas integradas por más cosas tienen cosas por dentro, por fuera, sobre el aire, adentro de las cosas, así las personas y las palabras, poseen un adentro y un afuera, donde se respira libremente.
La cosa respira en la cosa y también en el poema. Es un ruido tan profundo como el silencio. Una interminable ola que no cesa. Memoria es todo mi presente, mi pasado casi olvido. En el futuro está la respuesta latiendo. Las cosas pasan, suceden, son.
La que no pasa es esta Musa dulcemente instalada en la memoria, arbitraria, silenciosa, carnal en la palabra, misteriosa, profundamente bella, de largas piernas insuperables, Ella es trono de esta libertad, dueña misteriosa del aire que son mis vocales, todo este abecedario que empuja en la última rama de la palabra.
El poema es la libertad y se ha dicho tanto entorno a lo que es y no es poesía. Se escribe desde el insomnio, donde los demonios son solitarios espantapájaros que saben que los gorriones mueren lejanos al atardecer porque nunca nos pertenecieron. Uno parte del alba, lo primero es el silencio, un ruido en el rodar de la palabra, ovillo, tejido de un fruto apenas visible. La hoja contamina con su atmósfera silenciosa la palabra que recibe. No hay atajo para el poema. El poema tiene sus propios pasos, principio y fin.
Algo comienza a respirar alrededor de uno, una atmósfera nueva, obsesiva, la carga del silencio evacua palabras tal vez dichas pero que irán articulándose de una manera diferente. Es un zumbido sin estridencia alguna que sólo busca su lugar por un tiempo que es el poema y después se apaga, no sin antes dejar una estela que es señal que todo tiene un comienzo inesperado y lo nuevo realmente es así.
La palabra viaja desde su propia intangible realidad, su ingrávida musculatura mueve el cuerpo, naufraga, gira en su redondel de luz oscura. Inefable, inefable. Todo lo inalcanzable es el poema. Rolando Gabrielli©2007



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