domingo, enero 29, 2012

Mauricio Amster, no fue una Fe de errata





Las personas  pueden sorprendernos en vida por su originalidad, simpatía, calidad humana, profesionalismo, dedicaciòn, humildad, sabiduría, generosidad y todos los etcéteras de las cualidades y de la ética del ser humano. A veces no todo aflora, ni es transparente o no es posible acercarse al conjunto de esa personalidad porque desconocemos completamente su pasado o como en los mapas cuando se buscan los tesoros solo tenemos una parte de la geografía del lugar. Mauricio Amster fue mi profesor, quien me enseñò a distinguir las tipografías, corregir, diseñar, observar y amar los libros, aunque eso no se expresara claramente en el juego de una clase de Periodismo.
A lo que voy, es que estaba convencido que era de nacionalidad española y refugiado de la Guerra Civil, como tantos otros españoles que llegaron a Chile, Mèxico, Argentina, Uruguay,  a Amèrica latina. Tan lejos no andaba cuando la referencia era que llegò en el Winnepeg nerudiano a Valparaíso, el barco que  Neruda fletó desde Francia  con un par de miles de  artesanos, profesionales, artistas, profesores, intelectuales españoles que formarían parte, muchos de ellos, de la diáspora màs ilustrada de la España republicana.
Amster nos miraba detrás de sus espejuelos como si el mismo formara parte de un tipografía errática, nàufraga y  absolutamente coherente al mismo tiempo, con la justa medida. Recuerdo su voz sin ninguna  pretensión, su mirada, la dedicación, su pasión  quizás no enfática, disimulada, ese garbo de los artistas y eruditos que no  necesitan sobrepasar la lìnea de su propio honor.
Nunca pensé que Mauricio Amster, quien disponía de sus talentos y capacidades absolutas en el diseño de las portadas  de los libros de Neruda, la Mistral, Huidobro, Manuel Rojas, Lihn y muchos otros, era  un inmigrante judío  polaco que había abandonado Alemania al filo de la navaja. Recorrió muchas màs millas que las del  viejo Winnepeg y su  naufragio era por  mares históricos profundos, detrás de los ojos de este hombre que no levantaba la voz ni para deletrear la consonante màs aguda. En 1931, Federico García Lorca le había encargado la diagramación  de la priemra edición de su poema Del Cante jondo.
 A Mauricio Amster, que había atravesado el Atlántico y màs, según me vengo a  enterarme por un reciente comentario del diario chileno La Tercera, no se le movía un músculo del rostro cuando entraba en materia, viajaba, soñaba, creo, se refugiaba en la estética para superar  ese tiempo de dolor con su nueva tipografía existencial que no abandonaría hasta sus días finales. Huyendo de Alemania que entraba en la Segunda Guerra Mundial-ya traía el peso de la Primera en su pueblo natal polaco Lviv- llegó a España para salir en el Winnipeg y escapar del fascismo franquista y llegó a Chile, donde también le tocó vivir el golpe de Estado de Pinochet. Un recorrido hacia la muerte que siempre  supo superar como una suerte de Fe de errata en el error de sus verdugos y despuès enmendarlo él, con su propia capacidad existencial. 
¿Cómo un tipógrafo huía de la propia  impresión que le  ocasionaban estas guerras salvajes e inútiles y le perseguían desde niño? 
 Con el El profesor Amster, una de las eminencias del Pedagógico de la Universidad de Chile en la época que me  tocó estudiar, solo cruzàbamos conversaciones tipográficas y siempre desconocí al verdadero y extraordinario personaje que tenía delante de mí, por timidez, su sagrado silencio que es como una bruma que cargan los exiliados. Ahora lo veo claramente en ese desplazamiento lento, acucioso, informal, distraído,
nunca distante, ensimismado, pero presente, como si siempre estuviera acompañado de su abecedario personal. Mostraba el rigor de la disciplina y después me entero que así fue en las cuatro décadas  en que vivió en Chile para suerte de los chilenos, a quienes nos enseñó su estilo en las artes gráficas por cuatro décadas. No hay otro profesional que haya incursionado con tal masividad en las editoriales chilenas, sistematización, originalidad, sustentación, oficio.
Amster, posiblemente vivió sus mejores tiempos en Chile, una època dorada en paz, democracia y con ambiente intelectual.  Una época en que  Chile era un país de refugio, asilo contra la opresión, y todos nos beneficiábamos de ese clima de tolerancia, aceptación del otro, un tiempo  solidario.  18 mil  asilados  contó la dictadura en su momento. Una lista negra, lo que era el orgullo de la democracia chilena. Amster dejó huella profunda en las grandes editoriales  chilenas.
 La intolerancia le pisó los talones, pero no lo alcanzó.

1 comentario:

Felipe Valdivia dijo...

Me gustó mucho esta semblanza de Amsterm. Me queda claro cuáles eran sus intereses.

Un gran saludo.