domingo, mayo 08, 2011

SIN LUZ EL ESPEJO NO VE



La Cinta Costera  frente a la bahìa de Panamà estaba bajo un manto de nubes ligeramente grises, sosteniendo un  cielo nublado, impasible, como los  que caminan, trotan, conversan despreocupados. Cuerpos esbeltos, erguidos, extranjeros, desahogan la taquigrafìa indescifrable de sus dìas, arrojan las toxinas y registran con precisiòn los minutos sobre los que estiran sus piernas y mùsculos. Solitarios, en parejas, pequeños grupos se desplazan  con su ropa ligera y zapatillas de marcas que golpean en silencio el cemento como en un escenario diseñado para desconocidos.
El espacio pùblico es un aire  personal y tambièn un camino hacia la informalidad para dejar la semana bajo el sudor y el olvido. Las grandes torres miran imopertèrritas a la bahìa como si hubiesen sido plantadas desde tiempos inmemoriales, pero quienes hemos visto modificarse una y otra vez la silueta de la ciudad frente al mar, distinguimos los rascacielos y aquellos que aun siguen elevàndose sobre sus estructuras para alcanzar un aire que a lo mejor no nos llega a todos. Desde esas edificacioens, todo se reduce a miniaturas, los veleros, yates, menos el mar que supera su propio horizonte. su grandeza lo retrata inmenso, inconmovible, la puerta  hacia la ciudad y el mundo. Viaja con el mar mi memoria esta tarde donde todo permanece  en su sitio como si no existiera otro lugar.Estos gigantes superan las olas que el mar no trae. Aquì el Pacìfico se rinde en paz. No se levanta màs allà d elos ojos que le ven y se recoge en la orilla, lànguido, apasible, cansado. Una brisa estacional, marina envuelve los sentidos. La tarde  distrae y a ella misma la noto sin preocupaciones, cadenciando a las bellas que iluminan con sus siluetas la ciudad.
En los espacios pùblicos todo puede suceder y màs en la vibrante y cosmopolita Panamà, crisol de razas. Dos venìan a paso raudo con sus turbantes como salidas de un desierto, sus grandes faldones, una lengua babilònica y ese aire de que pertenecen asimismas.  Unas gringas descomplicadas en short y gafas oscuras, disfrutaban el aire  y sus pasos sin horarios ni calendarios. El tiempo no suele ofrecer resistencia.Todo queda en el aire, en ningùn lugar. Viejos y jòvenes se atraviesan la vida caminando y no se dicen nada. La tarde  sigue armando su paisaje. Las luces van llegando como lucièrnagas de estaciòn. Es otro el espacio frente al mar por donde deambulan los sentidos. Fueron las costas de Morgan y Drake, de Balboa, el descubridor del Mar del Sur. Su estatua es la ùnica que permanece en la Cinta Costera frente a su mayor trofeo, el Ocèano Pacìfico. Las famosas Indias de Cristobal Colòn el genovès dizque hablaba catalàn y no llevaba rumbo fijo como los sueños, la ambiciòn, locura y sed de conquista de aquellos tiempos. Trajeron el idioma, dice Neruda, las palabras, se llevaron el oro y tambièn intercambiaron ese  valioso endiosado metal por espejitos y otras cuantas baratijas. ¿Se quedaron con el reflejo, una luz imaginaria, un rostro personal o simplemente un pedazo de vidrio por  el metal màs codiciado hasta hoy? El espejo repite  nuevos rostros y nos vemos en ellos hasta el final de los dìas, evolucionamos frente a su magia de repeticiòn fotogràfica, instantanea y podemos pasar una y otra vez frente a èl. Heràclito quizàs sabìa que ya nio èramos los mismos. ¿El espejo reflejaba el ama y el espìritu? ¿O solo reflejaba el futuro de la conquista?
Estas tierras estaban habitadas no solo por el mismo Sol y la Luna, sino gentes, los originarios, que vivìan de la pesca, cazando animales, construyendo sus humildes chozas, reproduciendo la especie, trabajando su arte y viendo crecer a sus hijos, compartiendo en comunidad, cruzando rìos, montañas, internàndose en la selva, mirando hacia dentro de su ser los ombligos a flor de piel, como si solo existiera la tierra que sus pies pisaban.  Pero el mar rodeaba el Istmo y sus islas.
 La muerte era algo natural y pareciò cobrar vida con la llegada de los españoles. Sin luz el espejo no ve. El hombre se ha puesto anteojos màs grandes y potentes para ver màs allà del firmamento.La selva es casi  ciega. Hùmeda. Llena de sonidos y silencios. Està viva. Los àrboles de pie crecen, algunos se abrazan , otros echan raices profundas. Nadie permanece  estàtico, sin vida, sin gua, sin luz, sin oxìgeno. La selva es vida en estado natural, puro. La humedad trasciende el cuerpo de la noche. Al alba el sol toca los sentidos de los animales y las plantas, el hombre aùn permanece bajo las sàbanas. Humedad, humedad, humanidad, humanidad. Los ancestros no duermen. No son fantasmas. Vemos pasar sus rostros y no los refleja ni multiplican un espejo. Son ellos mismos. Vienen del presente, con la historia del pasado.  Son visibles, no invisibles como intentan ocultarlos los dueños de la imagen. Son los mismos en otro siglo.Son minorìas, mayorìas, son el silencio. Suman los siglos, restan sus propios muertos. Son el rìo y el pez, la flora despierta donde la montaña oculta el sol. A veces se confunden con las ruinas de Panamà La Vieja que  caminan a paso lento por las calles de la ciudad, pero vienen con sus inconfundibles voces, lenguas propias, trajes, aire de hace siglos, de los que nacieron y fundaron estos lugares. Todo era verde, rìos, mar, peces y mariposas.
 La selva se ciega asimisma bajo las tormentas de agua y rayos, truenos como cañones que vendrìan a escucahrse desde los fuertes españoles con tra los piratas ingleses e indios. El agua barre todo. se oscurece la luz del dìa. La noche siempre tiene ojos para la oscuridad. Las bestias salen a comer. Las presas estàn  advertidas por el azar y la ley de la selva. Es una depredaciòn necesaria para mantener el equilibrio de las especies. Cada eslabòn en su lugar. Un reloj al que nadie da cuerda ni pone baterìas. Sòlo nosotros pintamos la naturaleza muerta.
Me detengo finalmente ante una india Kuna, ataviada con su traje tìpico, distraida en la magia de un Black Berry, casi 500 años  despuès, me recuerdo del espejito, èste habla, se puede escribir sobre èl, tiene sonido, mùsica, es como el Oràculo, quizàs, moderno, tal vez, porque vendràn otras magias. Es rosado como los corales  que està en el fondo del mar. Los que aùn respetamos, bajo esas aguas cruistalinas donde todos nos vemos las caras tal y cual somos. ¿Ella se mira y se contempla en el otro? Revisa sus contactos. Està extasiada en el encanto del  celular descrito como un aparato para esclavos, un artìculo donde se pertenece a otro, quien controla y da òrdenes, manda, pide, exige. ¿De què isla vendrà, me pregunto?  365 integran el archipièlago, una por cada dìa del calendario, pero solo estàn habitadas 36.

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