lunes, enero 08, 2024

Dos pumas andan sueltos (Homenaje al trópico)


 Venía manejando por la carretera, atento porque hay tramos oscuros en la ruta y los vehículos que vienen en dirección contraria me encandilan hasta dejarme ciego. Usan unas luces potentes que debieran estar prohibidas, porque pareciera que van de cacería en búsqueda de algún venado. La carretera está encerrada a ambos lados por un bosque tupido, verde de día y negro de boche. Es una de las tantas rutas que eran de la antigua Zona del Canal. Sonó el celular, había entrado un mensaje y no le di mayor importancia, y menos cuando uno va a cierta velocidad con automóviles atrás, adelante, al costado, que nadie sabe que sorpresa pueden llegar  a darte con un giro, frenazo, una embestida para adelantar y todo ese magnífico repertorio que tienen los conductores agresivos e irresponsables, que además van conectados al mundo digital que puede llevarlos al más allá. Los técnicos  llaman a estos pasajes  que no siguen un patrón  establecido por las mínimas normas del tránsito, manejo desordenado. Un calificativo propio de un salón de clases, donde un alumno lanza un avioncito de papel y suenan las carcajadas y el ambiente se relaja.

Seguí mi curso lo más atento posible, soy miope, y las luces me molestan sobremanera, así que pegué los ojos a la franja blanca que separa los carriles de la ruta y mantuve el pie en el acelerador de manera  firme, pero moderada. Cuando superé el estrés de la ruta, atendí el celular y me sorprendí más aún que con la ruta, Era un mensaje de advertencia, que rondaban por la cercanía dos pumas hambrientos que buscan comida en la basura y suelen comerse a las mascotas. Alguien al leer estas palabras, diría: la ley de la selva. Pero es el hombre el que ha creado esta selva artificial desplazando a los animales, ocupando su hábitat, transformándolos en ciudadanos sin territorio  o propiedad alguna. Carecen de derechos de propiedad, no registraron sus espacios desde que ocuparon al nacer el mismo lugar de sus padres, abuelos y antepasados hace cientos o miles de años. Pareciera que lo único que les queda es el sol de día, la luna de noche y las lluvias que aún son gratis. Las aves no tienen ese problema, el cielo, el espacio aéreo, las cumbres, han resultado ser más seguros, y el hombre que soñó con volar, aún no lo ha logrado.

El trópico es naturaleza viva, a la entrada y dentro de la casa, en el jardín colindante con una zona boscosa selvática, hemos  atrapado y matado en ocasiones unas 8 o 10 culebras, algunas muy venenosas: la temible X, coral, la popular patoja, pequeña, pero mortal. Es una zona que está en el corazón de la ciudad y a unos 150 metros, hace un par de meses, un vecino alertó que habían descubierto un cocodrilo en un riachuelo que atraviesa la zona. Años atrás, se veían tucanes, monos, conejos pintados hasta un ciervo de cola blanca, entre otros animales propios de esta geografía que exhibe su extraordinaria diversidad en los lugares menos pensados. Las hormigas te muerden, las cucarachas, baratas, vuelan, los gatos solos rondan en manadas, los mapaches circulan con sus antifaces, las plantas crecen en las puertas de los automóviles, todo respira, todo se mueve, todo vive y vuelve a nacer, sol y agua, humedad. Uno mismo, si se descuida, se oxida. La presencia de la vida y la muerte es permanente, total, caen las hojas de los árboles y las hormigas se las comen. Sales de casa una mañana y las hormigas se han devorado tu jardín. El trópico no pregunta  si puede estar en un lugar, solo avanza, se impone, deja mucho más que su huella, nació para vivir.  El trópico pareciera no dormir, crece, avanza, vuelve a nacer, renacer cada noche y al amanecer ya tiene otra cara. La naturaleza es el patrimonio vivo de la ciudad, los museos están en Europa, como el gris de algunas famosas capitales, que Matisse jamás las hubiese incluido en sus paisajes.

La naturaleza son los cuadros de Van Gogh, Matisse, Gauguin, Monet, y tantos otros, porque allí crece  el color, la vitalidad, muchas veces susurrante, de la paleta volcada a lo natural propio del lugar. La naturaleza solo  imita a la naturaleza, por eso y más, es eterna en creatividad. El hombre, vagabundo, la destruye siendo su propia casa. Yo venía con la intención de regar los tres jardines, un lujo para estos tiempos urbanos, donde comienzan a reinar los departamentos en miniatura, y lo hice a la espera de estos camaradas felinos que deben andar además sedientos con este calor del verano. No se presentaron, afortunadamente, pero los entendidos dicen que le rehuyen a las personas, aunque, digo, todo depende del apetito y de la estupidez humana. Puede más la viralización de un selfie que una puesta de sol o una carretera  poblada de silencio.

La naturaleza no se restringe así misma en el espacio que ocupa, cuando no se siente cómoda estremece las montañas, desborda ríos, crea tsunamis, sus volcanes entran erupción, los huracanes arrasan ciudades, es decir, expresa su incomodidad, reacomodo, y todo vuelve en aparente calma hasta continuar su ciclo. La naturaleza repara sus heridas, cambia su geografía, rompe muros, reclama el espacio natural del mar, porque está viva y el ser humano  al formar parte de ella, si se desvincula, corre el riesgo de desaparecer. La naturaleza actúa sincronizadamente, es una unidad, tiene su propio reloj biológico y si algo o alguien la altera, emplea sus mecanismos de autodefensa. No  tiene cuenta bancaria ni está pendiente de los intereses que arroja, ni cotiza en la bolsa de valores. Su mundo está aquí, no busca mudarse a otro planeta. Tal vez, aún no la entendamos.


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