domingo, abril 01, 2007

El poema, juez y parte

El poeta quema sus naves en la hoguera de las palabras. Y si la palabra no es fuego letal, no arderá el poema. El poema es cruz, espada, sombra de lápida erguida y se recicla sin tiempo. El poema es una gota en un mar de cosas muertas. La casa no construida para ser habitada, oscura luz del poema. La musa dobla una oreja tibia y sonríe, cuando el poema es galope, guiño, señal, orilla de un mismo centro.
Alberto Rubio, fue silencioso, bautismal, como una vasija de greda, autor de dos puñados de poemas y se hizo juez y parte de la poesía chilena sin proponérselo. Lo vi una sola vez detrás de unas grandes verjas en las ruinas de una construcción, caminando como si no se notara, de soslayo por Santiago en los setenta, en la calle Portugal. Ahí va Rubio, me dijo Waldo Rojas, ese es y me habló de Greda Vasija, su mítico primer libro de poesía, que le silenció casi de por vida a este Juez de Isla de Pascua.
Poemario de brillante, silenciosa espuma, atascado en sus muchas y únicas lecturas. A veces pienso que Alberto Rubio escribía para aumentar su silencio, y callar doblemente en la palabra. Dicen que su mujer Raquel Huidobro le vio quemar sus poemas en una playa de Isla de Pascua, cuando la Armada de Chile le trasladó a ese ombligo de mar en un barco para ejercer su cargo de Juez. ¿Rubio se hacía justicia así mismo, al quemar los poemas que consideraba no pasaban su exigente filtro? ¿Rubio corría dentro de sí mismo y dejaba que la lengua encontrara la palabra?
Misterio del poeta, juez y parte, de sus palabras, Rubio deambulaba en el carozo de su propio e inútil, muchas veces, lenguaje. Se enmudecía ante sí y doblegaba todo éxito, bombo y platillo, ante el majestuoso silencio de su palabra.
Treinta y cinco años median entre uno y otro libro: Greda Vasija (1952) y Trances (1987). Son sus dos únicas naves que llegaron a tierra firme. Cualquier otra posible nave de su poesía, Rubio la quemó en Isla de Pascua. ¿Encontró en ese enigmático territorio, el más lejano de Chile continental, la respuesta a su silencio? ¿Buscaba el origen de la palabra olvido?¿Como Vallejo conquistaba la sombra del poema, porque la luz era para quien lo leía?
Poeta de dos grandes zancadas, no le concedió fianza a su propia palabra, le exigió la dura frágil estructura de una vasija de greda que deja su luz como si fuera memoria de su presencia y olvido. Ensimismado en un agua que no retiene una mano, siguió escribiendo riguroso como el olvido. Juez y parte de su propia poesía, podó su árbol, las ramas, dejó el fruto solitario a la intemperie, donde cada lector lo recoge y disfruta a su manera y entendimiento. ¿Poesía para cualquier estación o temporada del año?
Leamos a Rubio, lo que él quiso que leyéramos, lo que nos dejó en su exigente y avaro oficio. Rolando Gabrielli©2007
El Cactus
Alberto Rubio
Apretada la tierra en la greda vasija
ha tiempo que parió al esbelto cactus.
Cada día lo veo de mañana,le llamo:
-Fiel amigo, esbelto infatigable.
Entonces me obedece el cactus verde,
se adelgaza, se esbelta infatigable,
y yo le digo: -Amigo, amigo verde.
En las tardes parece que envejece.
Pero en cada mañana me lo dice:
-Yo soy verde y esbelto, esbelto infatigable,
leal amigo, reciente, madrugador, delgado.
Le vuelvo a llamar fiel, y él permanece
en la huída de los días.
-¡Anudador de días!- digo entonces.
Y él me junta los días,
los engarza en su esencia delgada.
Así yo tengo el tiempo vuelto cactus:
delgado, fiel amigo, esbelto infatigable,
madrugador, reciente, el joven siempre verde.

Inmóvil
Alberto Rubio
Fatiga despuntar un par de pasos:
basta el impulso como heroico avance.
Deslumbra agotador el solar trance
de perseguir las albas, los ocasos.
¿Correré siendo sol por campos rasos,
rayos mis piernas de frugal alcance,
si sangro sombra en vesperal percance,
rotos sanguíneos y solares vasos?
Dios mismo se cansó cuando encendía
su universo, del mundo, que no cesa
de cansarme como a Él lo cansaría
con su fulgor de chispa en cielo presa,
viva en el tiempo enorme todavía,
pronta en el infinito a ser pavesa.

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