domingo, abril 01, 2007

EL OJO VIVAZ DEL BEST SELLER


Subí al taxi como si el tiempo se detuviera en esa máquina refrigerada que manejaba un vivaz joven chino. Pasada la medianoche, iba con unos jugos, yogurt y pan integral. Noche total y la máquina arrancó frente al supermercado a la velocidad del rayo. (Los rayos calcinan personas y animales en Panamá y sólo el cuerpo los siente cuando abandonan el cielo para morir con/junto a otra vida en la tierra.) Dos dólares me dijo, cuando le indiqué la dirección. Atravesamos la arteria principal del centro de la capital y a la izquierda las luces del casino desetabilizaban la penumbra del resto de los espacios que rodeaban el asfalto como dinosaurios dormidos. El vivaz no dejaba de gesticular y mirar algo más que de reojo. "Uno tiene que trabajar duro aquí", dijo. Todos trabajamos, respondí. ¿"Usted qué hace"?, me interrogó. Escribo. "Ah, dijo, en tono seguro. Usted es un best seller. Casi me destornillé para mis adentros. Sonreí con algo de sarcasmo en mi mismo. Se me cayeron millones de páginas en blanco por un precipicio donde nunca llegaban al fondo y volaban para agruparse como un gran libro triste, desolado a punto de llorar lágrimas amarillas. (De noche, todas las lágrimas son negras)
El chino miraba por el parabrisas la oscura noche de la ciudad y compartía gestos con el vidrio retrovisor y su pasajero. "Hacen millones y trabajan poco. Con un libro dan un golpe mortal y se llenan el bolsillo. Uno debe trabajar todo el día y sudar. Usted puede escribir: Hombre rico, hombre pobre. Y así siguió lanzando títulos como manuales de autoayuda," deseándome éxitos: La historia real de mi familia. (Yo pensaba en otros títulos, pero prefería no hacer comentarios, no fuera a ser que el chino vendiera las ideas. ("
El gato encerrado"; "La vela encendida" "La carroza sin muerto" "Tuerca de un mismo tornillo")
El chino tenía ideas en mente, que me recordaba la ilusión óptica. "Los escritores se hacen ricos con uno sólo libro, repetía. Pueden escribir diez, pero uno es el bueno y se vende". Superado por la imaginación, le brillaban los ojos con mi supuesta fama.
No he editado ningún libro, le dije. Se calló de silencio absoluto, quedó sin un sólo gesto y se hizo prisionero de su lengua muerta. Más bien su pensamiento salió del taxi y se estrelló contra el pavimento de la acera. Mueca de un manchón amarillo, evaporada en la irresponsabilidad de la noche.
Yo miré sin tiempo, viendo como un reloj de arena carecía de una fecha más significativa que el breve instante que marcaba sus decididos granos en cambiar de posición. Sólo hubo gestos, hasta que el taxista siguió enumerando best seller, animando su imaginación y deseándome triunfos. "El río celestial"; "La huerfanita del amor inconcluso"; "La rosa, el piano y el canario". Parecía que era la noche de su audacia imaginativa y verbal. ¿Quería tener un ganador a su lado" ¿O se había apoderado de él una especie de fiebre imaginativa? Ya no sé si estaba sostenido al timón o a su propio empeño de volar, de salirse de la realidad. La conversación pudo haber tenido más matices, pero las distancias aquí son cortas, a no ser que los feroces tranques durante el día te dejen detenido como frente a un podium, con la palabra en la boca.
¿Cuál habrá sido la última lectura de este ser milenario? Manos finas, pelo cortado al machete, alegre, y verboso, de fértil imaginación, fantasioso en el titilante monedero de la noche?. Al ingresar a la barriada, dijo una de sus últimas frases célebres: usted es una persona no rica, pero acomodada. Aún viajaba con ese sombrero de ideas, pensé. Le respondí: tú vales más que yo. Un chino aquí cuesta 10 mil dólares. Se rió y dijo, no, 20 mil. Bueno siempre me subiría la apuesta, dije para mí. La noche tenía una luna que se devoraba en el sueño, espléndida, llena de luz y esperanza. El verdadero best seller de la poesía, nunca pasa de moda. Rolando Gabrielli©2007

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