jueves, enero 28, 2010

Salinger, la muerte del pez banana






Alejado tal vez por ùltimo de sì mismo, el talentoso y enigmàtico J.D. Salinger, decidiò partir finalmente a los 91 años y olvidar quizàs su famoso imborrable pasado literario, que los adolescentes norteamericanos y del mundo convirtieron en mito, lectura de culto. La literatura norteamericana ha perdido su principal mito. Fue como un rayo que iluminò una època con su obra emblemàtica-The Catcher in the Rye- y se consumiò en su propia luz, que se hizo expansiva màs allà de su voluntad. Salinger se borrò pùblicamente, no editò un libro por màs de 40 años hasta su muerte y se opuso a cualquier reediciòn no convenida, con la tenacidad de un guardiàn solitario refugiado en su cabaña en New Hampshire.
Todo esto y màs, pelearse con los fotògrafos, pedir que retiren una pàgina sobre èl en Internet, querellarse contra un sueco que escribiò la segunda parte de El Guardiàn entre el centeno (The Catcher in the Rye) o El Cazador oculto, quemar las cartas de sus admiradores, forma parte de su historial kafkiano y de su bien ganada leyenda y reputaciòn de ermitaño, irreductible anacoreta.
Esta leyenda es su vida real, por la que combatiò hasta el final de su existencia en solitario, inclusive contra una joven amante, la que vendiò unas cartas ìntimas contra su voluntad por la suma nada despreciable de 150 mil dòlares, hace màs de una dècada. Salinger, padre y filòsofo del silencio, se opuso tambièn a que El Guardiàn fuera llevado al cine y que cualquier palabra suya se imprimiera o registrara. Salinger, de origen judio polaco e irlandès- escocès, fue dueño de sus palabras hasta el final de sus dìas, no dejò que un punto y coma fuera a parar a una editorial.
El legendario escritor, con màs de 60 millones de ejemplares vendidos de su Cazador oculto, editado en diversas lenguas, nos hizo ver, lo recuerda su representante ahora que ha muerto, que estuvo en este mundo, pero que no participaba de èl.
Concediò una ùnica entrevista en su vida en 1974 y por telèfono al New York Times, periòdico que dio la primicia de su muerte y que lo calificò en su tiempo: un sacerdote del culto subterràneo, que florece principalmente entre jòvenes acadèmicos.
Alabado por la màs exigente y oficial crìtica norteamericana, calificado por Hemingway de escritor con talento infinito, pero para Salinger, Ernest H., era un segundòn, no superò la crìtica familiar, como padre egoìsta y narcisista en su dolor y con desprecio del ajeno. No le dio cuartel ni a su sombra, este sobreviviente de la Segunda Guerra Mundial, del famoso Dìa D de Normandìa. William Faulkner, uno de los padres de los autores del boom latinoamericano, dijo que El Guardìan es "la obra maestra de su generaciòn"
La vida del autor del citado cuento: Un dìa perfecto para el pez banana, deja a Salinger entre la veneraciòn y aplausos de sus fieles lectores y la crìtica àcida, sin otra retòrica que la franqueza descarnada, de lo que piensa de èl su hija Margaret. Ella escribiò El Guardiàn de los sueños, una biografìa del dolor, frustraciòn y desencanto paterno, del Salinger desconocido en la intimidad de su familia. Llegò a Sargento, comenta la hija, transitò de civil a militar y no retrocederìa jamàs, ni volverìa a las filas de la civilidad, le recrimina finalmente Margaret. Mi padre, ha dicho, sin embargo, se ha pasado la vida escribiendo cosas bellas. Nunca dejò la trinchera.
Frases màs o menos, casi todo pareciera estar dicho en algunas pocas palabras y lo que queda es comprobar si efectivamente Salinger escribiò algo màs, porque tanto su hija como mujer, aseguran, al igual que el propio escritor, que lo hacìa todos los dìas y los textos los guardaba en una caja de fondo. La palabra bajo llave. Jerry, como impuso que le llamaran sus allegados, se transformò en un personaje a la altura de su propia literatura. Se narraba asimismo, como si el pasado no existiera. ¿Le puso un candado a todos los ayeres y llaves al futuro mientras viviera?
Sin embargo, las leyendas son leyendas y en el fondo de ellas se agita una persona, un hombre, un escritor en este caso. Por ello existe siempre la posibilidad de un discurso interior màs complejo. La prensa anduvo por años, como las editoriales, intentanto cazar al Cazador oculto en su centeno. El nercado le reclamaba un nuevo debut a su mayor estrella, la màs brillante y silenciosa. El mercado tiene testeronas de ave de rapiña y pulsa hasta el aroma y el vacìo de las palabras. Luego vampirisa todo lo que toma a su manera. Salinger, como sabemos, se ausentò de toda publicidad, marginò del dios mercado, pero lo espiò y disfrutò a su manera. Llamaba, cuentan, a los canales de TV en Estados Unidos a las presentadoras que màs le gustaban y conversaba con ellas para saber si le leìan y de paso seducirlas. Se mantenìa vivo detràs de la cortina de humo donde desapareciò un dìa para seguir ocultàndose hasta el final, fuera del alcance de los cazadores furtivos, a pesar de sus casi dos metros de estatura. Muy pocas fotos, las dos ùltimas de sorpresa, esa que da la vuelta el mundo protegièndose del fotògrafo con su brazo derecho e inclinado en el otoño de su vida. Sospechamos que dijo, aunque no tenga sonido. Era una hazaña encontrarse con el fantasma vivo de Salinger y registrarlo en el flash contra su voluntad absoluta.
El abandono del mundo exterior es tan monumental como su obra, es un guiño total a su actitud antisistema, algo que los 300 millones de norteamericanos y sus visitantes, podrìan no estar de acuerdo como filosofìa de vida. Salinger ya no està, quedan sus libros, escritos acumulados en estos años en que algunos escogidos hicieron contacto fìsicamente con èl y un mundo al que prefiriò darle la espalda.
Lo importante finalmente, es encontrarse con la verdadera caja de Pandora de Salinger.
PD
Pueden leer mi texto en Internet: J.D. Salinger, Emperador del olvido

1 comentario:

Anónimo dijo...

Todavía estoy pensando en Salinger... he leido por estos días todo lo que he podido y que fue publicado sobre él desde su muerte.
Me gustó el texto de Rolando pero no pude ver ese articulo al que hace referencia al final de "La muerte del pez banana".
De Malena a Helios