viernes, diciembre 16, 2005

Frida Kalho, su revolución permanente


Frida Kahlo, su revolución permanente
Salma Hayek paraliza, pone en off la realidad con sus encantos. La realización en Frida Kahlo, la pintora que entró al lienzo de la vida en unos colores únicos, irrepetibles, perdurables francamente, refleja su pasión por arrancarle todos los tiempos y despojarla de ese mal oficio de no ser, sino declinar e instalarse en el sucio vacío estuche del conformismo.
Unica por plantársele a la vida siempre por delante, Frida, empujó a la realidad siempre un paso más allá con ese talante lleno de colorido, acción, sinceridad aterradora, deslumbrante belleza y un talento que crece con los años, como siempre, regateado en vida.
Ya se escuchan no pocas voces que esta no es toda la Frida que hizo historia, pero sabemos que el celuloide es un espacio restringido para una vida común y corriente, y en este caso, cómo pintar con sus mismos colores una vida tan colorida, puede ser una interrogante a resolver.
Frida Kahlo pasó a la historia porque hizo lo que su corazón le dictó y en esa época no es poco decir, y en cualquier otra. Es su espíritu el que debemos recorrer con la divina Salma Hayek, el derroche de vida, la pasión, el salvajismo natural de este maravilloso animal que nos parió México, sin consultarle a nadie en el mundo.
Sus ojos parecen robados al fuego, su cabellera fue hecha para el brillo y el viento que ella misma agitaba con su paso y movimientos. Lo que fue y no fue, siempre se lo entregó a la vida y allí se instaló, con el amor de su vida, el pintor Diego Rivera, con la pasión de su genio, de su hermosura de diosa genital. Un ícono de México dice la publicidad, el marketing de pasarela, de la banalidad banal. Es, a mi juicio, parte de la gran raíz de México, país de pintores colosales, y ella entra hoy a Hollywood de la mano del éxito como lo conocemos hoy, tan exitista, pero debemos buscar en la artista, la mujer, su lucha contra la adversidad, y sumar todos sus placeres y sufrimientos, para rescatarla desde la hondura de su dolor casi perfecto.
Nació para vivir la vida y los grandes desenlaces, torear el destino, carga su época como una huérfana que sólo busca el amor, pero que lucha denodadamente contra la adversidad y por conquistar cada peldaño en su propia existencia. No pidió ni le dio cuartel, ni un gramo de sombra, a la vida y a su voluntad de ser y hacer.
Vivió en el extremo de la punta, y en la orilla del otro extremo, como en el centro del vórtice, cuando fue necesario, y casi siempre lo fue.
Caló hondo en su tiempo, Frida, y si fue toda de carne y hueso, una estampa de realidad viviente, transmitía la fuerza innegable de un espíritu superior y más allá de su tiempo, el que hoy se recoge a raudales en tantos y diferentes escenarios, que sólo conducen, a esta enigmática, ardiente, dolida, apasionada, delirante, temperamental, sensual, erótica, volcánica, yaciente, vital, dulce, desgarrada de si misma, la Kahlo soporta todos los calificativos, porque ella es su propio adjetivo, siempre nuevo, cambiante. Mujer de renuncias y retornos, en el amor, la política, siempre con pasión, de uno a otro lado de la esquina.
Su vida fue ese huracán en tierra firme. Su visión de tempestad, no evitaba que permaneciera firme en sus convicciones, atada a sus propios cimientos. La vida siempre le empujo una cuarta más allá de lo permitido, desde la temprana poliomelitis que sufrió a los seis años al trágico accidente que cambió su vida, la inició en la pintura y al crucificó en vida.
Fue amiga de Trotski, cuando llegó a México en los años 37, dicen que su amante ocasional, conoció a Bretón, el padre del surrealismo, expuso por primera vez en Nueva York de manera individual, al año siguiente en París, pero nunca dejó de ser Frida Kahlo, porque había nacido para ejercer su propia e inclaudicable pasión. Vino a pintar la vida y el dolor, a amar en 47 silbantes años, cuando en 1907, al siglo en sus albores se le ocurrió parir a la Kahlo, de madre mexicana y padre alemán.
Los tiempos estaban frescos aún en el lienzo, pero ella decidió arribar con esas mágicas vestimentas de diosa semivencida. Tuvo la rara sensación desde un inicio que venía con menos tiempos que el habitual, y se entregó a la revolución en todas sus manifestaciones diarias, porque ella fue un compromiso con la vida y lo que le rodeaba.
Su pasión, querida Frida, es su mejor color, la pintura que nos deja sin alienta y ciega al mismo tiempo, porque es innecesaria su explicación. Quien la trajo, sabía lo que hacía, usted sólo siguió el cortejo de la vida sin claudicar. Usted abrazó el universo con ese amor gitano que nace en algún lugar y nunca muere, sus blancas ropas albas, me traen tanto recuerdos, de que un espacio nunca termina por ser ocupado. De tantas formas usted, personalísima, secreta, popular, nos dejó en sus ojos, lo que sus cuadros hoy hablan y nos revelan.
Rolando Gabrielli©

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