viernes, septiembre 10, 2021

Pregúntale a Rimbaud

Pregúntale a Rimbaud,

¿no era el enfant terrible?,

el chico de las Iluminaciones,

pintaba vocales,

viajaba en su Bateau ivre,

sentó a la Belleza en sus rodillas,

(la encontró amarga y la injurió).

Hay que ser absolutamente

moderno, decía, este mago o ángel,

-así se hacía llamar-

sin estar seguro.

Pidió al Señor que descendiera

de los cielos a los deliciosos cuervos,

caminaba con sus manos

dentro de los bolsillos rotos

y era vasallo de la Musa,

bajo los cielos de Francia

y su albergue era la Osa mayor

Heredero de los Galos,

-decía el mismo-

sentía que  tenía todos  los vicios:

idolatría, cólera, pasión, lujuria.

Exploró más allá de la realidad

la geografía de sus sueños infinitos,

no pareció buscar la perfección,

siempre pudo más el más allá,

ni quiso encontrar  un escondrijo

para intentar salvar su alma.

Dejó alguna vez

que el sollozo del mar

le balanceara dulcemente.

Confiesa en Una temporada en el Infierno,

que le hizo trampas a la locura.

Anuncia el Vidente

que los climas perdidos

curtirán su piel.

Concluiría la historia,

en la vacía memoria del tiempo,

con nuevos anuncios

que el futuro terminaría de confirmar.

Videncias, tanta videncia,

de abrumadora realidad.

” Volveré con miembros de hierro,

tendré oro, seré vago y brutal.

 Las mujeres cuidan a estos feroces inválidos,

cuando vuelven de los países cálidos”.

¿Se sentiría maldito el poeta maldito?,

pregunto yo y la patria le horrorizaba.

“Mi vida no fue más que dulces locuras,

es lamentable”

Quisiera que mi riqueza estuviera

manchada de sangre, vaticinaba

y la profecía se le cumplió,

cuando partió a África a vender armas

y comerciar con esclavos,

aprender otras leguas, ser él el camino

sin huellas.

Buscaba una palabra sin límites

aparentes,

una escritura del futuro,

que se volvería silencio.

Se ufanaba de inventar

un verbo poético accesible,

el futuro le pisaba los talones.

Nunca dejó de anunciar su futuro

y el de la poesía:

“Estoy sentado, leproso,

 sobre los potes rotos y las ortigas,

al pie de un muro roído por el sol”,

volvía anunciar y confirmar su futuro.

Recuerdo una de sus  fotos en África,

de blanco en un paisaje similar,

que probablemente lo vislumbró

antes de partir.

Rimbaud, el maldito iluminado,

regresaría de Etiopía a los 37 años,

lleno de oro, con una pierna cancerosa,

a morir a Marsella,” el hombre de suelas al viento”

 y su querida hermana Isabelle,

(“mi ángel, mi santo, mi amado, mi alma”),

cuidaría de él en sus últimos días.

No escribió una sola palabra más,

desde que dijo todo lo que dijo

y que aún hoy nos asombramos,

como si su silencio durara

toda la eternidad.

Rolando Gabrielli 2026

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