domingo, enero 14, 2024

Fulgencio Atacama en concierto


Fulgencio Atacama, no tenía nada de excéntrico y si no era admirado por su arte rutinario, casi un mantra en el mar de la tranquilidad, pasaría desapercibido como una ola en altamar. Disfrutaba  de su soltería, sin la humildad de un cura franciscano, precisamente, y si bien tenía una cierta malacrianza con los poetas modernos, su expresión a primera vista, reflejaba la mirada inexacta de Quevedo, donde una indescifrable picardía podría llevarnos a uno de los sonetos de su ruinoso verbo desesperado.

Don Fulge, como le llamaban por cierto, en ocasiones íntimas, había abandonado casi todas las prácticas sociales, vagabundeaba por los meandros de sus propias aguas, era en realidad una brújula sin puerto donde lanzar un ancla. En su juventud, tiempo de metáforas, leía a poetas de la Edad Media como un monje que disfrutaba los secretos silencios de las páginas prohibidas en una discreta abadía. De ese tiempo, que guardó en la memoria, se resistía a convertirse en un chip y aún prefería las páginas de un escritor anónimo, sin ninguna pretensión más que el entretenimiento.

Para algunos visionarios del presente, apóstatas de la palabra en cualquiera de sus usos y formas, fanáticos de la imagen como  único lenguaje de curso legal, Fulgencio era un imperdible de épocas ya superadas, vieja pieza de museo mal estacionada en el olvido. Siento que les intimidaba su silencio inefable, una marcada, invisible presencia, esa que solo aspira a ser ignorada ante cualquier historia Best seller.

El humor, decía, y lo practicaba, es la mejor carta de presentación, y antes de recurrir a él, recitaba las notas del pentagrama como si fuera a entrar a la Scala de Milán, y no existiera más que la musa que solía soplarle poemas al oído que memorizaba para cuando vinieran mejores tiempos, porque siempre es posible ver  lo que el horizonte suele ocultar a primera vista. Si un biógrafo quisiera describir a Fulgencio, llegaría a la conclusión que nunca quiso ser alguien diferente de lo que era y podría llegar a ser.

Yo lo recuerdo con un aire distraído, sin caer en la nebulosa, mantenía su mirada extranjera, sin patria reconocida, ni adulterada, un artista singular de la cuerda floja, pero con los ojos bien abiertos sobre todos los abismos que nos rodean en épocas que se abren paso con el cuchillo entre los dientes. Para mí, es difícil olvidar un personaje de este talante, por eso me he permitido dar un vistazo , casi de reojo, a una historia a la cual no pongo las manos en el fuego.

(Para no equivocarme que he hecho lo correcto, mientras escribo, escucho Las cuatro estaciones de Vivaldi, y me entrego a sus movimientos rápido, lento, rápido, como suele ocurrir con la vida.)

Rolando Gabrielli2023

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