El mundo se sigue repitiendo en el universo literario kafkiano y Franz K., su cronista más veraz, ignora el poder fantástico y obsesivo que siguen generando los papeles que él ordenó quemar a su amigo y confidente Max Brod. El checo puso tal vez un anzuelo invisible a la tentación de Max y a los futuros peces kafkianos que siguen picando hasta el día de hoy, a 84 años de su fallecimiento. Nada se ha querido dejar por fuera del bisturí, con que los "especialistas" siguen diseccionando su obra, vida, amores, sueños, pasos, pensamientos, obsesiones, ideas, deseos, opiniones. Es difícil encontrar un escritor tan relativamente reciente, singular y eterno, con tantas biografías y altares de uno y otro tipo. Sospecho que Kafka escribió como un ejercicio de respiración diaria, algo inevitable, una segunda almohada, primer pulmón, y una vez comprobó su "fracaso" en la existencia que le negaba seguir viviendo y de paso sus frustrantes amores, creyó necesario quemar su obra inédita, borrar sus huellas y dejar sólo lo tentativo como una excusa insalvable.
Max Brod fue el primer conejillo de indias de los kafkólogos kafkianos que veían en él un terrible y cínico usurpador de un mandato y de una obra. Si M. B. fuera el autor de la kafkiana obra, estaríamos ante un talento singular, genial, por el ocultamiento en primer lugar del legítimo autor, y los textos, posteriormente. ¿Por qué Brod no nos dejó genialidades suscritas por él? ¿Era excesivamente (mo) honesto? ¿Quién inventó el laberinto kafkiano? ¿La realidad o la ficción? ¿El mundo sería menos kafkiano sin la obra de Kafka? ¿Su trabajo fue ponernos a Kafka al día?
Es que aún, en estos tiempos, tantos o más kafkianos que ayer o en el pasado, se ataca sin piedad a algunos biógrafos que conocieron a Kafka y se esgrimen nuevas tesis del autor checo y sus fantasmas.
Un nuevo, Kafka, Ficciones y mistificaciones (Emecé), del checo Josef Cermak, desbarata a un viejo biógrafo y amigo de K, Gustav Janouch. La disputa por el "verdadero Kafka", sus despojos, el que pudo ser o fue, superan en su interpretación la propia obra de Kafka. Quizás estas continuas especulaciones, manipulaciones, apropiaciones, manejos y disecciones de toda suerte y tipo, previnieron el subconsciente de Kafka, cuando ordenó quemar sus escritos. Tal vez el mundo iría a la deriva con otro nombre, pero K ya había editado en vida La Metamorfósis, (La transformación) La condena, y una serie de relatos importantes dentro de su obra. ¿El mundo estaba sentenciado a ser kafkiano?
Desde su muerte, los biógrafos y críticos no han dejado descansar un segundo la obra de Kafka, palabra por palabra, como si estuvieran escribiendo cada día una última página. Kafka describió en esencia lo que somos, una rutina inconclusa, ejercicio interminable, la espiral de cada día que sube y baja, y vació la metafísica de sus días insondables, con humor, toda la angustia del universo que cabía en el plato insomne de su literatura, lo desconocido. Asfixia pura asfixia, la del checo. Encerró las palabras en una esfera y la puso rodar en un círculo que él construía sin fin ni comienzo. No pareció preocuparle el futuro, menos la posteridad, el presente le desalojaba el tiempo que pudo tener a su disposición. El humor y los sueños son una constante de sus papeles literarios kafkianos.
Max Brod encendió el fuego d e una nueva literatura al no quemar los papeles de Kafka. No importa que las urracas sigan buscando en el laberinto kafkiano sus propias puertas sin salida.
Rolando Gabrielli©2008
1 comentario:
Si Kafka hubiera sido mexicano habría sido un escritor costumbrista...
Gracias por tu blog, Rolando, el talento siempre se agradece...
Saludos Paloma
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