Un río de tortuosas aguas
atraviesa caudaloso mi memoria,
es la palabra y el cuerpo
que lo habita,
son sus vivas
aguas adonde ha de correr,
la vida en un continuo fluir,
remontar las lejanas horas del Sur,
en sus transparentes, turbias aguas,
las oscuras manos del hombre,
que la muerte,
no deja soñar libre la vida.
Un río es un tiempo ancestral,
dos orillas en un mismo lugar.
En el Sur de estos
días,
los días no son los mismos
que el río arrastraba en paz
y a sus anchas sus aguas
hacia el mar.
La vida y la muerte,
juntas huelen los perros,
perros que su olfato no han equivocado.
Es Santiago, es Santiago,
es la muerte, es el horror,
es el río Chubut,
que aparentemente lo ha encontrado.
EL RÍO DE LA POESÍA ES EL FLUIR
La poesía está comprometida
con la vida esencialmente, nadie puede
negar eso, con la belleza, el amor, la naturaleza, el ser humano y todo lo concerniente a él. Por esa esencialidad, tal vez sobreviva,
se arranca los ojos para ver más allá de la luz que deben producir
sus palabras. Sí, las del poema.
Testimoniar una época, también
forma parte del oficio de la poesía, trazarla, caracterizarla, reflejarla,
negarla o caricaturizarla, como también destacar todos
sus matices, grandezas, faltas o
simplemente olvidos.
Este oficio de la palabra no
soslaya, ni evita, el tema de la muerte, inherente a la vida y el hombre en
particular. Parece un lugar común de la poesía, pero bajar el telón de los días común y corrientes de
cualquier persona y época, no deja de ser un tema que el poeta se siente llamado a atender.
Digámoslo sin tanta retórica, que es parte del menú cotidiano de la vida.
Por qué escribe, cómo hace un
poema, para qué, de dónde le viene la inspiración, así suman las preguntas en
torno a este oficio, que algunos quizás parecieran tener todas las respuestas que no logro tener
a mano, porque la poesía tiene sus propias reglas, patrones , musas y dioses. Siempre,
para mí, es un territorio, paisaje, lugar, un universo desconocido.
La palabra resiste la tiranía de
la imagen y del estado o del propio hombre, que la inmoviliza.. La palabra también enmudece o se multiplica. Tiene fuerza camaleónica,
pero debe ser verdadera no solo en el
poema, si quiere expresarse, seguir viva, significar algo. La palabra es de vieja data y la poesía le canta. No ha dejado de cantarla, como si las voces de las sirenas no solo las escuchara Ulises o algún navegante extraviado.
Con esas mismas alas, ha de seguir volando por la eternidad, ciega, muda, coja, cada días más verdadera y audaz.
Con esas mismas alas, ha de seguir volando por la eternidad, ciega, muda, coja, cada días más verdadera y audaz.
En estos tiempos, no solo la poesía está amenazada, sino la palabra misma, su prestigio
que se desprende de la verdad. La retórica en el buen sentido de la palabra. Esta época pareciera morder su propio anzuelo
y pescar en río revuelto un pez podrido.
Los medios envenenan la atmósfera
del paisaje con el lugar común de la banalidad, el resorte farandulero
y el gran basurero de la post verdad. Tienen su propio libreto, lo que no es
nuevo, pero ahora si apuntan al corazón del disco duro de cada lector e internauta. Manchan el porvenir y enredan el presente, como si nada.
La poesía es un testigo que testimonia, da cuenta, registra, lo inefable y la cotidianeidad.
¿Es una diva venida a menos, cuál es su rostro, tiene algo que decir, viste a la moda, tiene algún papel en este terrorífico y bufonesco escenario nuclear?
La poesía es un testigo que testimonia, da cuenta, registra, lo inefable y la cotidianeidad.
¿Es una diva venida a menos, cuál es su rostro, tiene algo que decir, viste a la moda, tiene algún papel en este terrorífico y bufonesco escenario nuclear?
En este ajetreo de medios y
redes, la poesía es una pasajera, una
observadora, tal vez una artista del trapecio de la realidad o más bien una convidada de piedra, donde el
poeta es un autista de la era digital.
En verdad, que la poesía diga, lo que tenga que decir.
En verdad, que la poesía diga, lo que tenga que decir.