Navegando
distraídamente por internet, sin compromiso, me encuentro con las portadas de dos libros recién editados de dos viejos
amigos y grandes poetas, con quien compartí monólogos (siempre les escuchaba),
un taller de literatura, recitales, fiestas, y conversaciones cotidianas.
Una vez andando
Por un parque inglés
Con un angelorum
Sin querer me hallé.
Buenos días, dijo,
Yo le contesté,
Él en castellano,
Pero yo en francés.
Dites moi, don angel.
Comment va monsieur.
Él me dio la mano,
Yo le tomé el pie
(Nicanor Parra: Versos de salón)
Así, de la misma manera, casualmente, me encontré con ambos bardos impresos, uno festejando con plena vigencia y residencia en la tierra y el otro saludando y aplaudiendo desde el màs allà. Nada nuevo bajo el sol, pero la poesía sigue de fiesta y es lo que importa en cualquier escenario.
- La barricada solitaria de Parra
Con
Parra tuve el privilegio de asistir al nacimiento de sus Artefactos y compartir los momentos cruciales de su dolorosa confrontación con los escritores chilenos,
motivada por su famoso Tè en la Casa Blanca, cuando Nixon lanzaba napalm a los
arrozales y poblaciones de Viet Nam del
Norte.
Lo que yo vi y viví esos días, fue la obsesión y el frenesí de un poeta por la poesía, de un personaje acosado por los acontecimientos y creatividad, la búsqueda incesante de su propia poesía o anti, porque Parra involucraba a su espectador y lo transformaba en su interlocutor. Necesitaba grandes cuadernos para su letra barroca, ejercicios continuos, notable exaltación del verbo, el hallazgo, la palabra, ya que en cada movimiento le rendía un homenaje al acto mismo de la poesía. Creaba su propio escenario y se motivaba entre palabras y risas, con una extraordinaria elocuencia, era un acto que no tenía nada de privado o solitario. Ahí estaba con sus energúmenos, lo recuerdo claramente, enfrentado como en una barricada solitaria e imaginaria, en esa atmósfera irrespirable de su asma, la asfixia de su rompiente creatividad. Parra buscaba una salida de sí mismo, un peso extraordinario le abrumaba, no solo era la política, sino su propia poesía, intentaba siempre sintonizar con el momento, la época, la cambiante realidad. Se negaba asimismo y no esperaba que el gallo cantara tres veces.
Me motivò la nota del periodista chileno Diego
Zúñiga de la revista Que Pasa,
intitulada Parra & Lihn, algo así
como Shakespeare & Company, cuyo titular y portadas anuncian sendos libros de
estos dos grandes poetas renovadores de la lengua y poética castellana.
El último
apaga la luz, es el título de Parra, quien acaba de cumplir 103 años el pasado
5 de septiembre, y Lihn titula: Poetas voladores de luces.
- Lihn, pasajero de la Estación Central
Reconozco
que me motivaron màs las primeras líneas de la nota de Zúñiga, cuando se
interroga acerca de los cumpleaños que pasaban juntos Parra y Lihn en la década del 50, e imaginaba como lo
hubiesen hecho por estas fechas. Como se sabe, el autor de La Pieza oscura y
Poesìa de paso, falleció hace 29 años y era mucho menor que el antipoeta. ( 15 años).
La
hipótesis del periodista trasladó mi
memoria a Santiago de Chile, específicamente a la Estación Central el verano
del 74 o 75. Me topé casualmente con Lihn, iba con alpargatas, un bolso, y me dijo voy de apuro, corriendo a
Las Cruces o Isla Negra, no recuerdo, a ver a Nicanor. Y nos despedimos tal
y como nos vimos, como si el poeta hubiese estado conduciendo un expreso y yo ahí instalado en un anden. Santiago estaba que se cortaba con un cuchillo y aún así la atmósfera asfixiaba.
Ellos
se veían a menudo y quizás eran los poetas
que con mayor frecuencia pasaban revista a la poesía, filosofía,
psicología, a los pensadores, lingüistas del orbe, y se enfrascaban en grandes conversaciones, como
el día que me encontré con ambos y fuimos al departamento de Lihn en el
parque Bustamante, el cual había heredado de
Thiago de Mello, el poeta diplomático brasileño, exiliado en Chile en 1964, muy amigo de Neruda y Violeta Parra.
En
esa pieza casi oscura, Parra y Lihn,
Lihn y Parra, se paseaban como leones
enjaulados y hablaban de lo humano y divino. Fue un momento poético e
histórico, aquella noche santiaguina en medio de la noche que oscurecía aún más
la dictadura. Solo se sentían esas dos voces de la poesía chilena, al filo del toque de queda, al borde de la nada, porque el abismo nos indicaba al menos un lugar físico.
La mixtura del aire en la pieza oscura, como si el cielorraso hubiera amenazado
una vaga llovizna sangrienta.
De ese licor inhalamos, la nariz sucia, símbolo de inocencia y de precocidad
juntos para reanudar nuestra lucha en secreto, por no sabiamos no ignorábamos qué causa;
juegos de manos y de pies, dos veces villanos, pero igualmente dulces
que una primera pérdida de sangre vengada a dientes y uñas o, para una muchacha
dulces como una primera efusión de su sangre.
Y así empezó a girar la vieja rueda —símbolo de la vida— la rueda que se atasca como si no volara,
entre una y otra generación, en un abrir de ojos brillantes y un cerrar de ojos opacos
con un imperceptible sonido musgoso.
(La Pieza oscura. Enrique Lihn)
Estos
no son encuentros imaginarios y recuerdo cuando
yo visitaba una amiga y me encontré a Parra y Lihn nuevamente, esta vez mirando en un pequeño
televisor una de las películas de Carlitos (Charlie) Chaplin, artista al que rendían culto ambos poetas. Lo asociaban a su
manera de ver el mundo, a la poética
parriana algo chaplinesca. Recuerdo que era la casa de un mimo. Ya no debe estar en la memoria de Parra ese encuentro. Estas son escenas y escenarios muy lejanos a la
época del Quebrantahuesos, cuando se reunían con el psico mago de Jodorosky,
hoy en París, tal vez. Ese fue el personaje que le cambiò el disco duro de la poesía a Roberto Bolaño. Parra es el poeta, le dijo, no Neruda.
Parra
y Lihn fueron muy cercanos, y no solo en
las fechas de nacimiento, que coincidían en días próximos, no en años, y mantuvieron un diálogo permanente con y sobre la poesía chilena, latinoamericana,
con lucidez e imaginación. Se admiraban, criticaban y dedicaban mutuos comentarios. Sin embargo, la poesía de Lihn es muy distinta a la de Parra, por ahí el antipoeta no sembró la semilla de la antipoesía. A Lihn siempre lo vi como un poeta nómade, de paso, no solo respecto a sus desplazamientos continuos, sino a su propia poesía anclada en una contradicción de lo existencial, así como en la necesidad de incursionar en distintos géneros: cuento, novela, el comics, las perfomances. Es un poeta narrativo, lejos de Parra y Neruda. Lihn nunca dejó de ser Lihn, verso largo, reflexivo, narrativo, de construcción algo densa, es un poeta admirable. Siempre leía a otros poetas y se comprometía con sus lecturas. Lo vi alejado del ego per se, eso me entusiasmaba de él, como su poesía, su visión crítica. No se subía a ningún carrusel. Poeta generoso, como pocos.
Tuvo suerte Parra, que Lihn y Bolaño se ocuparan de su poesía, aunque la trayectoria de Lihn en cuanto a amistad y visión crítica de la obra del autor de La Cueca larga, es de vieja data y muy sostenida en el tiempo.
Parra &Lihn, el orden no altera la opinión, tocaron muchas cuerdas de la poesía chilena y del habla castellana, fueron protagonistas durante el gobierno de Allende y en la dictadura pinochetista, como sobrevivientes, a veces, náufragos de esos tiempos de horror y oscuridad.
Parra, autor de Obra Gruesa, un libro antológico que marcó su primera gran etapa, estuvo al borde esos días de la Unidad Popular de publicar una carta contra Salvador Allende, arrinconado por sus pares, incómodo, afectado, preparaba su artillería en "defensa propia". No alcanzó, al parecer, Allende murió defendiendo la institucionalidad en La Moneda el 11 de septiembre de 1973 y pasó a la historia
Lihn también se había apartado del allendismo y en dictadura sentenciò toda una época con su famoso verso "el horroroso Chile". No era un paraíso el país de la Mistral y Neruda, ni ejemplo de democracia, respeto de los derechos humanos o el país de las libertades y maravillas. Algunos soñaron con una nueva libertad, desarrollo de primer mundo, y la realidad supero a la ficción, en verdad, le bastó un cliché. Cada día se supero asimismo, desde el momento en que se quemaron libros.
Parra había llevado solo y por su cuenta una lucha contra todo establecimiento que se pusiera delante de su poesía y ojos o amenazara su pensamiento crítico, su màquina de moler carne.
Lihn y Parra terminaron atrincherándose en la Escuela de Ingeniería de la Universidad de Chile, dando clases a alumnos no contaminados con la literatura, como dos sombras vivas, luminosas, tutelares, en una época sombría para la cultura chilena. Algo así como custodios del futuro de la poesía chilena, y Parra, el viejo chamàn del verbo, irónico, cotidiano, popular, cuadrando el círculo en el día a día.
En una esquina del centro de Santiago, otro poeta, amigo de Parra, Jorge Teillier, sobrevía con el poeta Rolando Cárdenas y un grupo de bardos, camaradas de literatura y copas, en el Bar Unión Chica, junto al vino del exilio interior, como si el tiempo se hubiera detenido en una película del cine mundo.
En ese panorama, despuntaban otros poetas, algunos ya consolidados trabajaban silenciosamente en sus cuartos solitarios.
La poesía en verdad no había muerto ni se había rendido como esperaba el pelotón de fusilamiento de esa época. Más bien, nunca dio ni pidió cuartel.
Los poetas, sin embargo no dejan de afilar sus hachas nocturnas, para ir a cortar las cabelleras de la competencia, en el neoliberalismo rampante. Era un privilegio inimaginable tener trabajo en esos tiempos, más vivir de la poesía. un sueño kafkiano y realizado.
La diáspora de escritores chilenos giraba por ese entonces en un mundo màs acogedor, vivía en cualquier lugar y como lo permitían las condiciones y circunstancias. La literatura bajaba el telón en el neoChile, con algunas excepciones clandestinas, perfomances audaces del propio Lihn y Parra, como lo fue la carpa incendiada por orden del antipoeta mayor: el supremo augusto antipoeta de poetas.
No volaba ni una hoja sin que Él no lo supiera, inclusive las Hojas de Parra.