"En Londres, durante la guerra, una mujer muy acomplejada se enamora apasionadamente de un escritor. Poco a poco, un sentimiento pecaminoso la invade. ¿Prefiere un amante la muerte de su amado o la vida aún a costa de perderlo para siempre?" Las historias suelen convertirse con el tiempo como perros sin amo, cuando los personajes desaparecen de la escena. Lo tácito termina por ser parte de una historia que peterneció, fue y de alguna sombra se envuelve el tiempo. Hay fantasmas, como gestos, cuerpos reales. Yo no me asombraría aunque no hubiera vivido la historia. Lo que ocurre tiene su propia trascendencia, el peso específico que sólo los actores le brindan a sus actos. Se emancipa el silencio cuando las palabras escriben una nueva historia sobre la conocida, aunque sean nuevas para quienes desconocían la historia real.
La poesía suele destapar las capas que el tiempo quiere ocultar. Da vuelta pàginas que el viento no intentarìa. Y de este asombro, de lo que muchas veces se ignora, la historia calla, adquiere vigencia, porque se hace visible, primero, y despuès se apodera de sì misma ante los demàs. ¿La poesìa es el ùltimo refugio de la verdad o del corazòn? ¿O hay otro espejo cuando se revela la cara de la moneda oculta? ¿Lo visible o lo invisible es lo que queda? ¿La noche puede ser media luna?
Las historias de amor suelen competir consigo mismas. Se revelan y manifiestan de muchas y una sola manera para sus actores. Lo que queda en la tinta no supera siempre a lo vivido y revelado.
Con mayor presición y profundidad de lo que pudiéramos decir de la relación entre Graham Green, escritor inglés, y su amante Catherine Waltson, esposa de una de las grandes fortunas británicas del siglo XX, lo expresa el mismo Green al comienzo de su novela: El fin de la historia: Una historia no tiene principio ni fin. Verdad demoledora, paisaje de la memoria...