Nunca se sabrá cómo hay que contar esto, si en primera persona o en segunda, usando la tercera del plural o inventando continuamente formas que no servirán de nada. Si se pudiera decir: yo vieron subir la luna, o: nos me duele el fondo de los ojos, y sobre todo así: tú la mujer rubia eran las nubes que siguen corriendo delante de mis tus sus nuestros vuestros sus rostros. Qué diablos.
Roberto Michel, franco-chileno, traductor y fotógrafo aficionado a sus horas, salió del número 11 de la rue Monsieur LePrince el domingo 7 de noviembre del año en curso...Entre las muchas maneras de combatir la nada, una de las mejores es sacar fotografías, actividad que debería enseñarse tempranamente a los niños, pues exige disciplina, educación estética, buen ojo y dedos seguros... No se trata de estar acechando la mentira como cualquier reporter, y atrapar la estúpida silueta del personajón que sale del número 10 de Downing Street, pero de todas maneras cuando se anda con la cámara hay como el deber de estar atento, de no perder ese brusco y delicioso rebote de un rayo de sol en una vieja piedra, o la carrera trenzas al aire de una chiquilla que vuelve con un pan o una botella de leche. Michel sabía que el fotógrafo opera siempre como una permutación de su manera personal de ver el mundo por otra que la cámara le impone insidiosa... Lo que había tomado por una pareja se parecía mucho más a un chico con su madre, aunque al mismo tiempo me daba cuenta de que no era un chico con su madre, de que era una pareja en el sentido que damos siempre a las parejas cuando las vemos apoyadas en los parapetos o abrazadas en los bancos de las plazas. Como no tenía nada que hacer me sobraba tiempo para preguntarme por qué el muchachito estaba tan nervioso, tan como un potrillo o una liebre, metiendo las manos en los bolsillos, sacando en seguida una y después la otra...
La Babas del Diablo, Julio Cortázar (fragmento)
Quizás debiera comenzar por decir que murió Michelangelo Antonioni, un mito del cine del siglo XX, como I. Bergman, quien murió el mismo día, pero siento que se me ha borrado la película...
Julio Cortázar vio Blow Up, el filme de Michelangelo Antonioni basado en su cuento Las Babas del diablo (Armas secretas) en Amsterdam, un día de lluvia, como cualquier espectador. Hizo fila el día de su estreno" y después comentó que le había gustado mucho. "Mis libros, se han leído más a partir de Blow Up, lo cual es cierto, por el enorme poder del cine. Recuerdo portadas con Blow Up a mediados de los sesenta y cómo hablábamos con pasión, obsesión del filme de Antonioni y de los cuentos de Cortázar. Nos preguntábamos si la imagen o la realidad tenía la razón, o todo en verdad era un sueño. O tal vez el ojo sería el engañoso personaje de toda escena. ¿La realidad se nos presenta tal cual es o para no ser vista? ¿Lo real se imagina o vive?
Michelangelo Antonioni llevaría a la pantalla el cuento de Cortázar escrito en 1959 y lo haría a su manera. Años más tarde explicaría algunas cosas y otras la dejaría en el tintero de lo inexplicable. Tendría que hacer otra película para explicar Blow Up, dijo en esa oportunidad. Y relató su forma de ver y no ver la realidad, de cómo el ojo y la cámara nos entregan su versión. Antonioni explica: “Cuando se utilizan ampliadoras [...] pueden verse cosas que probablemente el ojo desnudo no sería capaz de captar [...]. El fotógrafo de BLOW UP, que no es un filósofo, quiere ver las cosas más de cerca. Pero lo que sucede es que, al ampliarlas demasiado, el objeto se desintegra y desaparece. Por lo tanto, hay un momento en que asimos la realidad, pero ese momento pasa. Este es en parte el significado de BLOW UP. La historia es esta: "Roberto Michel, un traductor franco-chileno que vive en París. Aficionado a la fotografía un domingo fotografía a una mujer que besa a un adolescente. La mujer le pide enojada el carrete, al momento un hombre de sombrero gris se una a la mujer en la petición. Michel se alegra de que el muchacho haya logrado abandonar el lugar. Pero, cuando amplía las fotografías en casa, imagina que las imágenes cobran movimiento y que el muchacho no ha logrado escapar. El fotografo acaba mirando al cielo con impotencia a través de un “rectángulo clavado con chinchetas en la pared de su habitación”.
Antonioni, con los elementos, trazos de Cortázar, hace su propia historia, basado, claro, en el relato del notable escritor argentino, el autor de Rayuela. Una historia dentro de la historia, la que no sabemos como concluye en efecto, hacia donde culmina el principio o el final. Antonioni como Bergman no habían llegado para repetir las mismas escenas, cuadros, la película que ya se estaba rodando hacía décadas. Ambos se inscribirían con patente propia en el siglo XX, la neurósis, esquizofrenia, apartamiento, el desamor, incomunicación, alienación del espléndido siglo de las dos grandes guerras, que necesitó una Guerra Fría para no seguir deshaciéndose a pedazos.
Ambos directores, cuyo mundo cerrado abrió un nuevo cine, con sus espléndidas divas, mujeres musas, la divina italiana Mónica Vitti y la poética sueca Liv Ulmman. (Largas piernas de la Musa, sé de que hablo, y hacia donde te conducen en la imagen de la imagen del poema).
Ambos geniales cineastas bajaron el telón casi a un mismo tiempo (Corten!!!!!!!!!!!!, dijeron), plácidamente en un último suspiro, cuando ya la mortal partida de ajedrez había concluido en una Jaque Mate.
Bergman y Antonioni se aventuraron donde el silencio quema sus naves, allí pusieron la imagen de la imagen, y siguieron tocando fondo acercándose al tintero de la nada, tal vez lo que somos, de donde venimos y lo que más bien terminamos por hacer en un mar de incomunicación. Situaciones límites, fueron hechas para estos dos maestros que testimonian su tiempo, una época disparada en la incomunicación. ¿Qué habrían hecho ahora con tanta idiotez y banalidad juntas?
Anotnioni puso color, imagen, le habló a su manera al silencio, intentó destapar la olla de la incomunicación. Bergman dialogó con sus propios espejos que venían de la infancia. La realidad del cine escapa también ante nuestros ojos.