Hay días que asoman así, enredados, ásperos puercoespines. Llegan, no avisan, están. Se saben negros, rabiosos, sin alma. Empujan su carrito sin viento, ni luz. Silenciosos, pero densos, sombreados, se empotran en el pecho hasta hacer un agujero. Ellos mismos son un pozo negro que tiene la virtud de saberse ciego. Se instalan en el umbral del día y dejan correr un rollo negro, aparentemente inédito, pero es repetido y lo nuevo son los claros botones de la rosa cuando le sonríe a la espina. Es un nuevo día para alguien, el turno de un par de alas que deja su nido.
Rolando Gabrielli©2007