¿te has preguntado
de dónde desciende
el simio?
Rolando Gabrielli2023
Periodista, escritor y poeta chileno en Panamá
En diciembre se detienen las últimas lluvias, solo algunas esporádicas en enero, chubascos que producen vergüenza a los inmensos, sostenidos torrenciales aguaceros tropicales durante 8 meses del año. Panamá, entre otras cosas, significa abundancia de peces, porque sus habitantes vivimos prácticamente en una pecera de cemento rodeada de mar, selva, humedad y unas lluvias bíblicas, macondianas.
Es el país del agua, rodeado de dos mares, decenas de ríos, y un canal que se alimenta de agua los 365 días de año. Se ve más verde que en muchos lugares del mundo por las copiosas lluvias y un solo que produce también un calor agobiante, una humedad constante donde prosperan los hongos, cucarachas y comadrejas.
Su S dibujada en un istmo entre las Américas, uniéndolas, muestra su angostura y vinculación a los dos grandes océanos, el Pacífico y el Atlántico, y también el Caribe. Es como el cuerpo humano, tres cuartas partes de agua, así también la tierra, y después de todo sin agua no hay vida.
Una vez se detiene el diluvio panameño, se hace un poco de silencio, los cielos se despejan, el sol cae vertical y alumbra las mañanas y el atardecer se esconde detrás del mar, entonces ha llegado la estación seca.
Esta época se asocia a lo más parecido al verano en países con cuatro estaciones y la naturaleza también se expresa de manera particular y para cualquier observador el cambio de colores y la caída de las hojas de los árboles, esas interminables alfombras, convierten la estación también a la estación seca, en un Otoño. La brisa que remueve las hojas y dispersa la hojarasca, ambientan estos meses tan singulares, que nos regala la naturaleza tropical. La naturaleza tiene sus ciclos y colores, está viva como cualquier organismo y nos enseña sus secretos. Uno de ellos es la explosión de flores del Guayacán, con su amarillo intenso se muestra por distintos puntos de la ciudad y se hace inevitable no dedicarle algunos segundos de observación. Es un lujo a la vista en estos tiempos grises, opacos, sombríos. Siempre que los veo estallar en esta época del año, pienso en los ojos de Van Gogh, como gajos amarillos que aparecen en las calles, se divisan a lo lejos, porque son intensos como sus inconfundibles girasoles. Va pintando con la mirada, el gran Vincent, se pasea por el istmo sonriente como si todos los colores acudieran a su paleta y él en el idioma de un misionero iluminado se adentra en su presente con su propio evangelio.
Su color era todo lo que podía pintar su paleta y sobre todo, su imaginación sin límites, que viajaba en la luz. Siento que Van Gogh está vivo no solo en sus girasoles, en sus soleados amarillos, que sigue respirando a pleno pulmón quizás en una de sus estaciones favoritas de los Cuatro girasoles. Pintaba en vivo hasta que los girasoles se marchitaran en su amarillo favorito, el color de su devoción, la luz del sol, un dios que no necesita hablar.
El amarillo era su color favorito (¡Qué hermoso es el amarillo!) según consta en las descripciones que le hacía a su hermano Theo en la cartas que se enviaban. Sentía desde su interior que le arropaba. Al parecer el calor humano, siempre le sería esquivo.
Las alfombras amarillas en que el istmo transforma el pasto, la grama de sus parques, avenidas y que devoran el paisaje verde del invierno, son las telas de los girasoles de Vincent y rinden un cálido homenaje a los intensos veranos de Panamá, a su época seca que neutraliza su intensa lluvia tropical donde las edificaciones humanas pueden llegar a desaparecer detrás de la intensa lluvia.
Me pregunto aún: ¿Por que no vino Van Goh en vez de Paul Gauguin, que no pintó una mísera tela en la isla de Taboga?
¿Por qué te fuiste sin decir una palabra?,
dejaste la huella imborrable del viento
Ahora estás con las estrellas
Y cada noche asomas en el firmamento
Yo te conozco por el resplandor de tus
ojos,
la sonrisa que dejas a quien más te ha
amado
y me alumbras más que el sol este verano
somnoliento de todo de lo que ya no queda
Fue un tiempo maravilloso para no
olvidarlo
Y volverlo a vivir de la mano
del tiempo
que abre y dispone distancias.
No dejo de pensar en tus pasos la huella
en la arena
Y el mar que amabas tanto como las
montañas.
Nadie con ese gran corazón
tuyo se va del todo,
deja más de lo que seguimos respirando.
No sé escribir canciones, pero tú eres
mi letra favorita,
te reescribes con cada
palabra que te nombra
y como una pequeña luz brillas en el
silencio
para no despedirte jamás.
Rolando Gabrielli2023
Estaba en mi rutina de las mañanas
caminando en el parque al lado de mi casa viendo como corrían dos Gato solos
hacia el bosque y eché mano al bolsillo para sacar el celular y fotografiarlos.
Son rápidos, pero alcancé a uno en la instantánea cuando se disponía dejar el
parque por una improvisada salida.
Revisé de un vistazo si había llegado algo importante o interesante, y de
pronto vi el retrato de mi profesor de Técnica de la Expresión en la Escuela de
Periodismo de la Universidad de Chile, Antonio Skármeta, con el anuncio que
había fallecido a los 80 años.
Mi película mental recorrió
diversos escenarios, mientras pensaba que cuando estudiábamos y escuchábamos en el
salón de clases a nuestro profesor absolutamente informal, con una filosofía muy
parecida al Club de los Poetas muertos, siempre con entusiasmo, vitalidad,
viviendo el carpe diem de cada instante. Me detuve un momento y pasaron las escenas más diversas como el
tren bala que solo se detendrá en la última estación.
Skármeta, autor de El entusiasmo, un grupo de cuentos donde
se siente y vive una atmósfera como si lleváramos dentro un dios y
fuéramos invencibles, así impartía sus clases, sentado sobre la mesa del profesor que pasa a ser uno más de la clase. Había
libertad, creatividad, aventura, que es
esencial en la literatura, clave para quien estuviera dispuesto a incursionar
en ese campo.
Recuerdo cuando nos leía un
cuento emblemático del norteamericano J. D. Salinger, Un día perfecto para el
pez banana, siempre expresivo, didáctico, minucioso, como un detective buscando las pruebas, hallazgos detrás de las palabras, un lenguaje con todos sus significados.
Pienso, ahora, más de medio siglo
después, que alguno de los que estábamos allí, podríamos haber pensado en
alguna ocasión, ¿Y por qué no podemos ser escritores también? Años después,
quizás, ese fue el valor que le di a las clases de Técnica de la expresión,
donde también conocimos a otro escritor vital, como Hemingway, un creador de
atmósferas formidable. Fue quien sentenció: un escritor debe tener un buen detector de mierda.
Qué resumen más preciso, vine a
comprobar años después, cuando comienzas a respirar literatura, a vivir
literatura, a rayar páginas, escuchar a otros que viajan con su propia brújula en una misma
sintonía, a dormir con las palabras,
escribir y escribir en cuadernos
improvisados, papel, en la memoria, repasar una y otra vez lo que uno considera
su propia historia literaria, vivir el carpe diem de la palabra.
Estoy viendo a Antonio Skármeta
pasearse por los prados del Pedagógico, una noche de fiesta de mechones, esos
malones con música, tragos, algo para picar y el gran entusiasmo de los
participantes, contando su vida va de la a hasta la z, vaciando los sueños de un
solo trago, publicando en el aire el
porvenir de sus próximos días, destapando botellas de felicidad, ese tú a tú
sin tiempo, ni orden de ninguna naturaleza, poniendo el cuerpo sin límites. Buceaba
con su propio aliento y oxígeno en búsqueda de personajes tal vez, atmósferas,
lenguaje, anécdotas, una historia, alimentando su propia mochila, porque la
materia prima de un escritor está en todas partes. Es un sueño tal vez que
provocamos al ingresar a un espacio y
juntar después las voces en nuestra memoria.
La última vez que vi a Skármeta
fue en Panamá. Me acerqué poco antes que iniciara su conferencia y le regalé
mis dos libros. Fue todo como un disparo de un día de caza. Explosivo y veloz.
Alcanzó a decir, que bien impresos están. No tuve tiempo de dedicárselos. Ahora
lo hago con esta nota al voleo, porque me
alegra mucho que la noticia de su muerte fuera un fakes news, uno más entre millones que circulan por el mundo y
siembran las redes con la más estúpida
de las maestrías. Supe que dijo, cuando se enteró, “estoy vivito y coleando” y
yo agregaría, desnudo en el tejado.
Rolando Gabrielli 2023
Digo, dejemos
de pensar en un lugar,
el tiempo es otro y pasó
No es nuevo lo que dices,
es un número el que abre una página,
lo precede un espacio en blanco,
la palabra no está lista para saltar
a renglón seguido como dicen
los editores, compaginadores.
Me estás aburriendo y sé que nada es perfecto,
pero mezclar palabras con números
hacia dónde quiere llegar el discurso,
cuando toda espera indefinida
se asemeja a una aguja en el pajar
y si es lo que quieres,
mi propuesta es, dejemos
de pensar en un lugar.