Germàn Marìn y su catedral de escombros
Ni siquiera lo que silbo està ya de moda. Germàn Marìn
El domingo por la tarde, no
recuerdo la hora, mi hermano me informó desde
Bucarest, que Germàn Marìn habìa muerto. La noticia podía ser absurda proveniente de la patria de
Ionesco, pero temìa que no, porque habìa
leído hace unos días que el escritor tuvo una caída en su casa y por esas
fechas dio su última entrevista, una especie de despedida con una gracia
discreta y elegante.
Lo conocì por los 70 en el
circulo de Enrique Lihn, Waldo Rojas, Raùl Ruiz, Carlos Ossa y otros personajes
de la literatura y el cine chileno de
esos años efervescentes, donde algunos aùn
usaban gomina brancato. Me transformè en un habituè de su
bien surtida y acogedora mìtica librerìa Letras, atendida por el
mismo. Recuerdo que llegaba silbando, entonando desabridamente una de Sinatra,
Strangers in the Night, de
moda por esos años esplèndidos, vitales,
juveniles y de transformación social.
Germàn, que difícilmente podía ocultar
su volumetría física, reìa como un niño entre los escaparates de su exclusiva
librerìa visitada por la intelectualidad de ese entonces, la que no le
adversaba políticamente o por cualquier otra razón propia de los seres humanos.
Era una època confrontacional, no olvidemos y los libros, muy bien escogidos
que vendìa Letras, no eran baratos.
Todo se concentraba en la pieza de un apartamento, una tertulia fluida, amical,
un tiempo que transcurrìa en paralelo en la página de esos autores clásicos y de la coyuntura, mientras
se desarrollaba la conversación del dìa a dìa, como si la vida no fuera a
terminar.
Pasaba por las tardes o las
mañanas vagabundas, olfateando los lomos, revisando algunas páginas, comprando
algunos que aùn conservo. Allì se comentaba la política, la chismografía literaria,
las últimas. El centro de Santiago era
relativamente, modestamente elegante,
ebullìa, el café Haitì, un clásico con mi amigo Carlos Larenas y todos los
empleados de banco de Ahumada y sus alrededores. Braulio Arenas, impecable con
un expreso y el periódico, una mirada surrealista de la ciudad. El dìa no
pasaba despercibido.
Marìn era un intelectual en ese
entonces, polémico, cuestionador, maoísta, no se lo conocía obra, algunos
excèpticos no le daban la oportunidad a este
ex alumno borgeano- en la vida real lo fue en Buenos Aires,- que vendría
a editar su primera novela (Fuegos
artificiales) a los 39 años y que sería guillotinada en los predios de la emblemática
editorial Quimantù por el régimen de
Pinochet. Allì fue editor de ese proyecto
màgico, pantagruélico de las letras chilenas.
Era una notable editor, prolijo, obsesivo hasta el final de sus dìas,
y por esos tiempos dirigía con Lihn la
revista de la Editorial universitaria Cormoràn,
donde me pidieron mi primera nota
crìtica sobre un libro (Oh, Ada cibernética)
del poeta peruano Carlos Germàn Belli, cuya obra siempre me ha acompañado. Fue Secretario
y critico de Neruda, de un gran humor irónico, rioplatense a veces. Es difícil pasar
por Chile y no enterarse de la presencia nerudiana, como borgeana de Argentina,
vallejiana de Perù, garcìamarqueana de Colombia, o Paziana de Mèxico. Iconos
màs allà de todas y cada una de las controversias. Marìn, curiosamente en
Mèxico, fue una suerte de asistente de Gabriel Garcìa Màrquez. Estaba en el
centro de la hoguera de las palabras, sin quemarse, al parecer.
Marìn, màs buscado por los
militares que un álbum de Los Beatles, partió
al exilio en Mèxico y posteriormente Barcelona. Tuve noticias de unos contactos que hizo con mis familiares
mexicanos para un posible viaje, que no
cuajò. No lo volvì a ver nunca màs.
Sabìa de desplazamientos hacia Parìs,
algunas anécdotas divertidas que me
comentarìan décadas después amigos durante un reciente viaje a Chile, donde no
pude dar con el paradero de Germàn, en un país fragmentado no solo por la
geografía, sino la historia. A tràves de una amiga y èsta de un conocido, le
hice llegar un par de libros mìos, que no sè si
llegaron a destino. Mi realidad literaria y la otra también, siempre han
estado próximas a Kafka y su mundo
kafkiano.
Retornò a Chile en 1992, mi
última visita habìa sido el 87 coincidentemente con un encuentro con Raùl Ruìz, el cineasta, en Ahumada y también
amigo de Marìn. No fue posible tener una última conversaciòn y me preparaba
para ello este 2020. Es inútil programar
el destino.
Asì repaso los días, de memoria,
sin un orden, he leído poco de Germàn, sus libros aquí no llegan, con suerte 20 Poemas de Amor y una Canciòn desesperada,
algo de Paz, toda la Isabel Allende, los emblemáticos tardìos ya clásicos de Bolaño, Octavio Paz, Vallejo ni hablar,
Cortàzar de vez en cuando, Garcìa Màrquez, vecino, a rabiar. Prosa densa,
morosa, escritura sobre los escombros de la rabiosa, fracturada, no pocas
veces, horrorosa historia de Chile. Marìn, antiguo, díscolo cadete, no da
cuartel. Un escritor verdadero nunca escribe su último palabra.
Mientras el boom chileno repartìa caramelos democráticos, Marìn, todo indica al
parecer, rumiaba los restos, el cadáver mismo
de la historia de Chile y sus aventuras traumáticas, con la elegancia de un
cisne que navegaba por arenas movedizas a sabiendas y con el compromiso de de tejer su alfabeto con nuevas palabras un
mismo laberinto.
Borges se devorò las bibliotecas,
la enciclopedia británica, las leyendas escandinavas, a los clásicos griegos, ingleses, anglosajones, sus
antepasados, y escribió su formidable aventura borgeana por la historia del
idioma castellano. Marìn, buceó, cuando solo quedaba lodo bajo los escombros.
La vida quiso que Marìn fuera
uno de los tantos cadetes de Pinochet y èl nos pudiera contar la
historia al otro lado del espejo del terror. Al parecer, ahora sabemos una parte
de la historia, nunca dejó de escribir nuestro prolijo editor, novelas, crònicas,
historias, y màs novelas. Siempre a la orilla de la historia oficial.
La obra de Germàn Marìn, el último
de los mohicanos de una época que se
despide con auténticos fuegos artificiales en el ardiente Chile, eterno candidato al esquivo Premio
Nacional de Literatura, considerada su literatura de culto, tendrá que ser estudiada por la actual y nuevas generaciones
como un hito incòmodo en la historia de
Chile, pero ya los chilenos se acostumbraràn.
Dijo palabras duras, sin contemplación,
no pensó en el presente, ni en la historia, solo lanzò implacable su guante a
la historia: "Uso a Chile como un enorme basurero en
el que puedo rastrear para escribir. Soy un novelista que vive de escarbar la
basura”.
Podrìa concluir esta nota al paso, con esta frase insoportablemente
chilena, que no debemos confundir con una falsa
bandera, sino admitir su
perturbador espejo de una parte que no debemos olvidar de nuestra realidad. ¿Hay
escritores malditos o la historia lo es y algunos deciden cobrarle la palabra a
los hechos y a la ficción?
PD.
Querido Germàn, Cachalote, como te decían amigos y adversarios, en los
viejos tiempos en que la solidaridad, la amistad, la polémica, estaban de moda,
donde quiera te encuentres, mis tardìos y afectuosos
saludos. Recuerdo aquella noche en tu casa, durante una cena con
Juanita, la señora Robles, yo un joven santiaguino provinciano de la palabra,
sentado a la mesa en Vitacura, escuchando: Lihn
es un humanista. La frase daba luces de un aparente contradictorio
personaje de la poesía chilena, tu entrañable amigo. Solo recuerdo la
atmòsfera, la mesa, los comensales, mi propio olvido, la noche, lo que fuimos.
Dècadas después editarìas El Circo
en llamas, una visión crìtica y recopilación
de las opiniones literarias, la visión del autor de La Pieza oscura, una obra luminosa.
Y en los escombros también de la memoria, aquellas imágenes que el
pasado se niega a borrar, una foto de Lihn y Marìn de pie en Barcelona, en la
vieja costumbre lihneana de sentarse en una silla como esperando que el tiempo
pase sin premura. Son fotos de época, donde el presente acude sorprendentemente
en ayuda del pasado, como ahora.
Querìa comentarte sobre esa vieja anécdota catalana, cuando le salvaste
la vida a Lihn y te hiciste pasar por èl,
con tu propia identidad para que le atendiera el hospital en Barcelona. Esa es
de lujo y fue para la historia.
Rolando Gabrielli©2019