FERIADO NACIONAL
Fue sorprendente desde que
encendió el automóvil, había dejado de llover, diluviar, según Noé. La humedad
se apoderaba hasta del silencio. Puso a andar el automóvil y vio despejada la
ruta. Parecía un día especial porque el tráfico había disminuido
considerablemente. Las columnas de automóviles, pulverizan los sentidos,
sistemáticamente. Esto es a diario. El automóvil se inventó para esta ciudad.
Es uno de los más grandes estorbos para disfrutar el urbanismo en el buen
sentido de la palabra. La gente adora el
vehículo. Los veo acariciar los modelos en las
tiendas de venta. Tocan todas sus
partes, se sientan, arrellanan, y comienza la experiencia táctil, visual,
sensual. Pareciera una propiedad femenina y viceversa. El fetiche de cuatro
ruedas, luce su estampa. La ciudad lo recibe con huecos, verdaderos cráteres,
calles angostas, sol y lluvia, lo pone a sudar la gota gorda. Que se gane la
preferencia en el asfalto. Dirá, pienso. Las ciudades están vivas, pero no
hablan, son introvertidas, piensan hacia adentro, solo exteriorizan sus
grietas, unas fachadas horrorosas, edificios construidos por una misma mano.
Claro está, que aventurarse a caminar, es poner un poco en riesgo la vida y el alma por esas calles sin dios ni ley,
espacios sin aceras, precarios, trazados
por el viento y la buena voluntad del destino, un saldo que dejan de las
construcciones los promotores, amos y señores del espacio público.
Atraviesa la ciudad el automóvil,
con alegría diría, si pudiera contemplar
la cubierta del motor. Se aproxima frente al mar con una cierta tranquilidad inhabitual. La hora no importa en la ciudad, los
automóviles se desplazan lentamente, como elefantes que van a morir.
El mar no hace distinción del reflejo de los
grandes ventanales, de las edificaciones que pretenden retar su majestuosidad.
Todos intentan mirarle, privilegian su
vista, reconocen tácitamente su majestad y se convierten en sus súbditos. El
mar no se inmuta, permanece. No tiene tiempo para ser contemplado, vive su
profunda, inmensa, sorprendente, fascinante vida marina.
En toda la ruta no se veía
tráfico. Un día asombroso, aunque gris. Cortesía del silencio y espacio. Una
ciudad, calles, desconocidas. El automóvil se desplazaba a sus anchas. Estaba
el mismo policía de tránsito frente
a un paso peatonal. El resto de la
avenida era inusual, semi vacío. Atravesó el puente que bifurca
rutas y atasca automóviles, con
suma facilidad. Sorprendente. Se deslizaba por una autopista en toda regla. La
humedad seguía presente invariablemente y no se trata de una sobreviviente,
sino protagonista privilegiada de su hábitat. Respira su propia atmósfera. Se
siente pez en estas tibias sudorosas
pacíficas aguas.
No se siente ninguna bocina, ni
se ve manejo desordenado. Unas calles con clase, disipadas, relajadas, algo
bucólicas. La vibrante ansiedad estresante diaria, ha desaparecido por arte de
magia. No se ven taxis, pocas personas en los paraderos de buces, alguien se
tragó la ciudad o la gente se la llevó
en viento. Quedan cuarenta metros para llegar al trabajo. Calle angosta,
siempre saturada de vehículos y ahora
vacía. ¿La ciudad ideal, de pronto? El viejo motor avanza como dueño por su
casa, con aire de un clásico en
exhibición o en pleno concurso. Los estacionamientos vacíos, otra grata sensación. Generalmente se puede
encontrar un hueco tipo supositorio. Ahora el espléndido espacio. Un
estacionamiento vacío puede ser una sensación de paz o crear ansiedad, temor,
algo parecido a la inseguridad. Eso pasa mucho en las películas. Hay tanta
tensión, película en los estacionamientos, pero nadie se fija en lo incómodos que son algunos.
Parecieran hechos con las sobras de los diseños de la edificación. El vehículo quedo
espectacular en el centro, rodeado de nadie, es un clásico del siglo pasado y por
lo general lo flanquean unos modelitos millennials del siglo XXII,
absolutamente jactanciosos. Latas vanidosas,
engreídas, superficiales.
Hice contacto finalmente con la tarjeta, entré
al edificio, subí las escaleras y de pronto veo el gran espacio con
decenas de computadoras vacías, ni un alma, el vacío total, ese que se
hace más que presente, se impone. Y de pronto veo a una trabajando y le
pregunto: ¿Qué se hizo la gente? Responde: hoy es día feriado nacional.
Rolando Gabrielli©2019