La cultura, que reúne
tantas manifestaciones de la expresión humana, un pentagrama, las páginas de un
libro, el color y la luz de un cuadro, sus sombras, el gesto de un actor, la
gracia imperecedera de una bailarina, el diseño de una obra donde no había nada,
la magia de un objeto elaborado por manos milenarias, no puede ser borrada de
nuestra historia, civilización, como afortunadamente no ha ocurrido con las
pirámides egipcias, los templos mayas o griegos, por citar la inmortalidad de
la mano del hombre La historia civilizatoria es sabia, se reconoce en sus
obras, arte, como en su palabra, cultura, dimensión humana que trasciende la
realidad y ha sido creada por el hombre. Para no toparnos con los fantasmas de
las definiciones, que son diversas, de acuerdo a las visiones de muchos autores,
digamos que es la suma de las costumbres de un pueblo. El Arte no debiera tener
fronteras y pesar en la balanza de sus depredadores, ni en los mezquinos
intereses, de supuestos altares de la justicia. Homero, Shakespeare, Cervantes,
Dante, Hipatia de Alejandría, Leonardo, Safo, Martí, Picasso, Kafka, Neruda,
Borges, Vallejo, Whitman, Proust, Rimbaud, Beethoven, Marie Curie, Gabriela
Mistral, Susan Sontag, Alicia Alonso, García Márquez, Aretha Franklin, Frida Kalho y
la lista es inmensa, como la historia humana, artistas que son patrimonio de la
humanidad como los autores rusos censurados en Paris, Nueva York, Milán,
Santiago de Chile, España, en otros tantos países de Occidente. Hitler y Pinochet
comenzaron censurando y terminaron quemando libros como en Farenheit 451
a manos de los bomberos en la gran metáfora distópica y visionaria de Ray
Bradbury.
Qué diría Degas
Por ello, me parece más
que un dato curioso lo que acaba de hacer La National Gallery de Londres,
de cambiar el nombre del cuadro Bailarinas rusas del pintor francés Edgar
Degas, por el de Bailarinas ucranianas. Todo ello ocurrió en Trafalgar
Square, sede de la magnífica institución, cuya pinacoteca alberga obras
renacentistas italianas, la pintura flamenca holandesa y francesa. No se
compara al Louvre, francés, ni al Hermitage, ruso, pero es una galería icónica en
Inglaterra. El imperio británico ha recogido joyas para sus museos en el mundo en sus mejores tiempos, de China, la
India, dos de las civilizaciones más antiguas y ricas en cultura.
El mundo de la
piratería cultural es de vieja data, las subastas de Londres, Nueva York y
París, dan cuenta de este oficio de mercaderes y piratas. Los mexicanos aún se preguntan por el penacho de Moctezuma, un
tocado de plumas de quetzal, por qué está en el Museo de Etnología de Viena,
que integró junto a Budapest, las capitales bicéfalas del Imperio
Austro-Húngaro. Todavía se subastan piezas precolombinas en Europa de las
antiguas colonias españolas de América latina, obras ancestrales de los
indígenas del subcontinente americano y patrimonio cultural de los países
latinoamericanos. Drake y Morgan se hicieron famosos saqueando el Istmo de
Panamá, el oro que se llevaban a la metrópoli de España.
Me pregunto qué diría
el maestro Degas de esta insólita intervención del nombre de su obra más de un
siglo después, que él disfrutara de las bailarinas del imperio ruso en el mítico Moulin Rouge y el Casino de París.
Como diría Heráclito, no podemos bailar con las mismas piernas rusas que
ucranianas, porque ya no son las mismas. Pienso en Degas, tantas horas en los
bastidores, salones, buscando la luz, los movimientos, los colores, gestos,
casi transformándose en parte de la coreografía, viendo a las hijas del Imperio
Ruso, autorizadas por el Zar a presentarse en París, para llevar a su lienzo ese
trazo de la historia del arte irrepetible por su momento único, época,
situación y que el maestro recogió en su lienzo. Me imagino a la Monalisa, la
Gioconda, tiene dos nombres, riéndose de estas licencias de museo, que podrían
un día, cambiar los periodos de Picasso, del azul al rosa, por algún otro color
en conveniencia, debido a algún malestar o moda de época.
Los imperios arrasan el
alma de los pueblos
No conozco un
precedente en la historia del arte, como lo ocurrido con la obra de Degas.
Prohibir autores, quemar libros, impedir presentaciones, todo ya había
ocurrido. Sin embargo, desconozco entrar en la intimidad de la obra de un
artista como es el caso y desconocer el título de la obra, algo tan personal y
correspondiente con el pensamiento de su autor. Recuerdo que Ezra Pound, entró
con su sabio bisturí en la Tierra Baldía del poeta británico, T. S.
Eliot, obra que transformó, con la anuencia de su autor, en una pieza maestra
de la poesía inglesa del siglo XX. Eliot, para que no quepan dudas a críticos
ni la historia, dedicó la célebre obra de este autor inglés nacido en St.
Louis, Estados Unidos, a su amigo Ezra Pound, con tres palabras que han hecho
historia en el mundo de la poesía: Il Miglior Fabbro. Pound, mi admirado
Pound, había echado mano a todos los recursos que la poesía antigua le ofrecía,
tradujo y usó lenguas arcaicas, es considerado miembro de la Generación
Perdida, influyó en prominentes poetas y narradores. Es un representante de la
historia global de la cultura, a pesar que fue fascista, apoyó a Mussolini, su
obra no está prohibido ni permanece oculta.
Los imperios arrasan
con todo, se apropian de lo que encuentran a su paso, si pudieran llevarse el
aire, desmantelar bosques, trasladar ríos, mares, como hacen con las plazas públicas u obras de arte, o la
apropiación de autores nacidos en otros países, no lo dudarían. Para muestra,
un botón. Irlanda es un pequeño país que ha dado grandes escritores que los
hacen pasar por ingleses. James
Joyce, Oscar Wilde, William Yeats, Bernard Shaw, Samuel Beckett. Sí, el reconocido poeta
Jonathan Swift, nació en Dublín, la capital de Irlanda.
El Arte,
definitivamente, no debiera tener frontera.
La guerra, una obsesión
del poder hegemónico
El siglo XX y el XXI,
han sido pródigo en guerras, conflictos armados de todo tipo: la guerra de los
Balcanes (desmembró a Yugoslavia) y duró una década; Irak, nueve años, Siria 11
años y está en curso; Libia, 9 años; Yemen, 7 años, en curso y no va a ser tema
de este pie de página, sus causas, características, consecuencias y promotores.
Afganistán es un oscuro capítulo de la locura humana, una guerra de larga
duración de un pueblo nómade, cercado por las montañas, tierras áridas, sin
salida al mar, cuyos cadáveres han sobrevivido a las grandes potencias por
décadas bajo las rojas amapolas del opio.
Las guerras existen, lamentablemente, desde
que el hombre es hombre y caen, a lo largo de los tiempos, imperios tras
imperios, millones de seres humanos pierden su vida, la historia escrita por los
vencedores sepulta tanta historia como verdad. Hoy crecerán desde las tumbas
los fake news del momento y en un futuro no lejano aflorarán como
cadáveres de la historia. Tucídides, el griego, hace más de 2500 años, cito a
Chomsky : ”El fuerte hace lo que puede y el débil sufre lo que debe.” Válido
para tantas guerras como injusticias.
Me encuentro sobre mi
desordenado escritorio, intentando despejarlo, un pequeño libro antiguo,
que data del siglo VI a. de C, bajo el
revelador título: El Arte de la Guerra, de Sun Tzu. Qué título aparentemente
contradictorio: la guerra y el arte. Pareciera que el arte es importante, forma
parte de la esencia humana, está en todas partes y nos distingue de los robots
que están creando en los laboratorios. Le otorga un plus a la vida y
actividades humanas, una incuestionable diferencia. El maestro Sun Tzu dejó
diversos consejos prácticos, teóricos, sobre esta ancestral manía primitiva
humana de resolver los conflictos a través de la guerra. Sí, la guerra, ese
desborde de la pulsión destructiva, como
señala Freud.
Un pequeño libro que ha
tenido una larga repercusión en los conflictos armados sobre un fenómeno que
atraviesa las geografías y los tiempos, donde el bien y el mal no tienen
límites, y que sigue gravitando en las decisiones del hombre y destino de la
humanidad.
Ionesco, padre del
absurdo junto a Beckett, se estará preguntando, qué ocurre realmente tras
bambalinas, cuál será el próximo movimiento del titiritero. ¿La vida es tragicómica
y a qué costo, Monsieur Ionesco. Sé que me respondería, la guerra es una
mierda.