Chile le debe una explicación a la adelantada del Valle de Elqui, poeta que abrió un camino para la poesía del habla castellana, pero sobre todo, una Mujer que puso los puntos sobre las íes a una sociedad chata, pueril, machista, provinciana, autoritaria, vergonsozamente pacata, arbitraria y espejo de su propio desdén. La estupidez criolla de la clase dominante, le pasó la cuenta a la Mistral, de su propia ceguera y prejuicios medievales, inquisidores, patéticamente santurrones. Pocas veces he visto una crítica más miope, mezquina, gratuita, infundada, insana, sobre un escritor en el siglo XX, a pesar de su calidad literaria, reconocimientos universales, y cuya obra haya puesto además a un pequeño país desconocido y aislado, en la geografía global de la literatura, dentro del más hondo y auténtico americanismo.
Este 10 de enero, se conmemoran 50 años de la muerte de Gabriela Mistral, y afortunadamente su obra continúa revelándonos su transparente oscuridad, su poderoso verbo, la fuerza y sensibilidad de una Mujer de su tiempo y de otros, cuya mirada nos conmueve hoy día. Su poesía fue la visagra entre el modernismo y las vanguardias. En su época algunos llegaron a pensar que la poesía era cosa de hombres y la Mistral ya llamaba la atención sobre la mezcla de géneros literarios, contaminación de prosa y poesía y más. Algo que mucho después se hizo realidad.
Es conocida la infamia que la convirtió de una maestra rural afincada entre los cerros de Montegrande a la errante profesora que recorrió Chile enseñando hasta que llegó a La Patagonia. Poesía marcada por el duro desierto y gélidas tierras australes, sureñas, patagónicas, donde su obra se enfundó literalmente el traje de Chile, aunque se haya autodesterrado de por vida en Europa, América latina y Estados Unidos, finalmente donde murió.
Gabriela Mistral marcaría desde muy temprano en la historia de Chile, no sólo por su extraordinaria prosa y poesía un destino alto a las letras de su país, sino un camino de destierro, exilio, no buscado, a intelectuales, artistas y escritores chilenos después del golpe militar de 1973. Ella definió su escritura por encima de la crítica enana y chismosa: cuando viví en Chile escribí sobre la carne caliente del asunto, pero en mí autodestierro, en medio de un vaho de fantasmas. "La tierra de América y la gente mía se me han vuelto un cortejo melancólico pero muy fiel, que más que envolverme, me forra y me oprime y rara vez me deja ver el paisaje y la gente extranjeros", revelaba su escritura, en 1938, en un coloquio en Montevideo, con Alfonsina Storni y Juana de Ybarbourou.
Siempre rotunda la Mistral, auténtica, no usó caretas, ni máscaras de carnaval, ni maquillaje alguno, lo que nunca perdonó una sociedad acartonada, almidonada, posera, fruncida, simplemente fru frú. Peleó mucho con las palabras, lo reconoce en ese texto intitulado: "Como Escribo", le arrancó sonidos, alma, voces antiguas, secretas, caminos, paisajes al idioma no conocidos.
Nunca se fue por las ramas, privilegió el centro y la raiz de las cosas, lo sustancial de la vida y las gentes, se ahondó en sí misma, y pudo naufragarse, pero escribió, se debió al reino de la palabra.
Poco antes de terminar el XXI, afortunadamente, llegó un redescubrimiento de Gabriela, y surgieron libros, ensayos, comentarios, una nueva mirada sobre su obra, al tiempo que fueron apareciendo nuevos escritos guardados en los secretos baúles mistralianos.
Editó en vida sólo cuatro libros entre 1922 y 1954: Desolación, Tala, Ternura y Lagar, obra que le valió el Premio Nobel de Literatura, en 1945. Su primer libro se edita en Nueva York y el segundo en Argentina. Ternura es editado en Madrid. Desde el dolor primario al ser americano, en un recorrido permanente por la naturaleza de las cosas y alma de Chile, Gabriela Mistral puso un nuevo acento a la poesía castellana. Privilegió una visión y voz femenina propia, distinta, trasgresora, que le valió una y otra vez, el "aislamiento". Sus lecturas, viajes, amistades con intelectuales como Bergson, T. Mann, Zweig, Curie, Mauriac, Neruda, entre otros, así como sus desempeños internacionales en los foros de la ONU en favor de la Mujer, derechos humanos y de las causas justas, la mantuvieron con oxígeno más allá de las capillas, de los envidiosos y de la pacatería chilena. La Mistral fue una mujer pública, de discursos, conferencias, dio la cara, algo que hoy los intelectuales rehuyen. Siempre participó con ideas, propuestas en foros, reuniones, universidades, con presidentes, líderes y nunca se mostró débil, disminuida o sin ideas.
Su defensa del indìgena fue una constante en ella, y su obra rescata en su lenguaje yarcaismos, el mundo maya, azteca, inca, las culturas precolombina, el sol y el maiz, los mitos. Mujer de la tierra y del espíritu, del pasado- presente y futuro.
Estos 50 años sin, con la nueva Mistral, la Gabriela de siempre, la Mistral mistraliana, nuestra querida Gabriela, la Gabrielísima del Valle de Elqui, debemos festejarlos en la Mujer "humilde y soleada" en el largo túnel de Chile, y dejar que su poesía nos llegue como un río silencioso para bañarnos una y mil veces. Ella dejó habitarse por Chile, como Neruda, Parra, Rojas y tantos otros poetas, de una manera abierta y secreta. Cargó Chile entre sus dolorosas y queridas nostalgias, la pasión definitiva de su paisaje, pero no olvidó a su gente egoísta, a quienes le hicieron daño. Siempre temió un retorno definitvo en vida a su tierra y lo postergó ahsta su muerte.
La conocí cuando llegó embalsamada a Chile, más solemne que nunca, ese verano santiaguino, en una larga fila para verla con mi madre, despedirnos de la insigne olvidada. Por primera vez estuvo maquillada. Su vida y obra estaban hecha, otros tal vez seguían creyendo en la presentación de manos y rostros de un primer día de clases. La Mistral ya había partido y regresaba a Chile por última vez. Probablemente nunca se fue. Pero fue México quien le hizo estatuas en vida y la reconoció en su justa medida y tiempo. Una Escuela se llamó Gabriela Mistral en tierra azteca ¿Chile reconoce a sus muertos? ¿Yo vi la última estatua, la primera de Chile? Ahora pienso en los maquilladores, el último pliegue de su almohada. Las manos sobre la amortajada de Chile. Gabriela viajando de Nueva York, sobre el rascacielo de un pájaro en vuelo, dormida en su última sombra, en el olvido del olvido. Pálida, de manos cruzada, como el gobierno de Chile. La Mistral en el adiós callado. Ahí el mito yacía, donde los hombres la pusieron.
Su gruesa caligrafía, porte de diosa distraida, calma provinciana, vocación de educadora y mujer comprometida con su época, la definieron siempre, más allá de todo comentario, más acá de las mezquindades que le tributaron sus gratuitos detractores.
Se le regateaba hasta la maternidad, su derecho al amor, porque el destino se impuso un pulso con la Mistral, y ella lentamente lo fue aceptando, mucho después que la pasión le ahogara casi por completo en el vacío.
Rolando Gabrielli©2007
EL DIOS TRISTE
Mirando la alameda de otoño lacerada,
la alameda profunda de vejez amarilla,
como cuando camino por la hierba segada
busco el rostro de Dios y palpo su mejilla.
Y en esta tarde lenta como una hebra de llanto
por la alameda de oro y de rojez yo siento
un Dios de otoño, un Dios sin ardor y sin canto¡
y lo conozco triste, lleno de desaliento!
Y pienso que tal vez Aquel tremendo y fuerte
Señor, al que cantara de locura embriagada,
no existe, y que mi Padre que las mañanas vierte
tiene la mano laxa, la mejilla cansada.
Se oye en su corazón un rumor de alameda
de otoño: el desgajarse de la suma tristeza.
Su mirada hacia mí como lágrima rueda
y esa mirada mustia me inclina la cabeza.
Y ensayo otra plegaria para este Dios doliente,
plegaria que del polvo del mundo no ha subido:
"Padre, nada te pido, pues te miro a la frente
y eres inmenso, ¡inmenso!, pero te hallas herido
LA EXTRANJERA
A Francis de Miomandre.
-“Habla con dejo de sus mares bárbaros,
con no sé qué algas y no sé qué arenas;
reza oración a dios sin bulto y peso,
envejecida como si muriera.
Ese huerto nuestro que nos hizo extraño,
ha puesto cactus y zarpadas hierbas.
Alienta del resuello del desierto
y ha amado con pasión de que blanquea,
que nunca cuenta y que si nos contase
sería como el mapa de otra estrella.
Vivirá entre nosotros ochenta años,
pero siempre será como si llega,
hablando lengua que jadea y gime
y que le entienden sólo bestezuelas.
Y va a morirse en medio de nosotros,
en una noche en la que más padezca,
con sólo su destino por almohada,
de una muerte callada y extranjera
LA COPA
Yo he llevado una copa
de una isla a otra isla
sin despertar el agua.
Si la vertía, una sed traicionaba;
por una gota, el don era caduco;
perdida toda, el dueño lloraría.
No saludé las ciudades;
no dije elogio a su vuelo de torres,
no abrí los brazos en la gran Pirámide
ni fundé casa con corro de hijos.
Pero entregando la copa,
yo dije con el sol nuevo sobre mi garganta:
-"Mis brazos ya son libres como nubes sin dueño
y mi cuello se mece en la colina,
de la invitación de los valles."
Mentira fue mi aleluya:
miradme.Yo tengo la vista caída a mis palmas;
camino lenta, sin diamante de agua;
callada voy, y no llevo tesoro,
¡y me tumba en el pecho y los pulsos
la sangre batida de angustia y de miedo!
PATAGONIA
A la Patagonia llaman
sus hijos la Madre Blanca.
Dicen que Dios no la quiso
por lo yerta y lo lejana,
y la noche que es su aurora
y su grito en la venteada
por el grito de su viento,
por su hierba arrodillada
y porque la puebla un río
de gentes aforesteradas.
Hablan demás los que nunca
tuvieron Madre tan blanca,
y nunca la verde Gea
fue así de angélica y blanca
ni así de sustentadora
y misteriosa y callada.
¡Qué Madre dulce te dieron,
Patagonia, la lejana!
Sólo sabida del Padre Polo Sur,
que te declara, que te hizo,
y que te mira de eterna
y mansa mirada.
Oye mentir a los tontos
y suelta tu carcajada.
Yo me la viví y la llevo
en potencias y en mirada.
-Cuenta, cuenta, mama mía
¿es que era cosa tan rara?
Cuéntala aunque sea yerta
y del viento castigada.
Te voy a contar su hierba
que no se cansa ni acaba,
tendida como una madre
de cabellera soltada
y ondulando silenciosa,
aunque llena de palabras.
La brisa la regodea
y el loco viento la alza.
No hay niña como la hierba
en abajar bulto y hablas
cuando va llegando el puelche
como gente amotinada,
y silba y grita y aúlla,
vuelto solamente su alma.