Doris Dana, es la Pandora mistraliana, la escritora norteamericana que veló física e intelectualmente por la poeta chilena y su patrimonio, en Nueva York, durante los últimos 10 años de su vida. Pacientemente clasificó su correspondencia, ordenó y editó el libro El Poema de Chile, muchos otros escritos y fue su verdadera confidente y albacea.
Ha muerto en Estados Unidos a los 86 años de edad hace un mes, pero nos hemos enterado en la víspera, hoy, de su deceso, cuando se conmemoran 50 años del fallecimiento de Gabriela Mistral.
Doris Dana, quien hablaba español y no lo escribía, rechazó la idea que fuera su secretaria,(aunque guardó sus secretos celosamente) y luchó incansablemente por resguardar el patrimonio y cumplir con el legado testamentario de la iluminada del Valle de Elqui, una maestra rural despreciada por una clase agraria, despótica, arribista, ignorante, que la obligó a errar por el mundo, auto desterrarse, primero dentro de Chile, y luego por Europa, América latina y Estados Unidos.
Dana, una mujer de alcurnia, con una tradición familiar vinculada a los grandes magnates del periodismo neoyorkino, culta, una especie de samaritana de las letras, supo entender el atribulado e indómito espíritu mistraliano.
Pocos escritores en América latina han cargado con un mito tan complejo como Gabriela Mistral, un “enigma” que nunca pudo resolverse en vida, una obra que si bien recibió el máximo lauro de las letras universales tempranamente en 1945, el Premio Nobel de Literatura, en Chile tuvo poca resonancia o ninguna su obra, almacenada en las rondas infantiles que repetíamos en las escuelas de Chile.
Pocos escritores en América latina han cargado con un mito tan complejo como Gabriela Mistral, un “enigma” que nunca pudo resolverse en vida, una obra que si bien recibió el máximo lauro de las letras universales tempranamente en 1945, el Premio Nobel de Literatura, en Chile tuvo poca resonancia o ninguna su obra, almacenada en las rondas infantiles que repetíamos en las escuelas de Chile.
Era la época en que pareciera que la poesía "era cosa masculina" en Chile y no se admitía que una provinciana, "loca", se peleara con la lengua con tanta fuerza y nos entregara el sonido de sus versos que aún resuenan en nuestra memoria. El pago de Chile fue recibido por la Mistral y Doris Dana. No se reconoció en Chile debidamente la labor de la abnegada y desinteresada Doris Dana, quien puso a buen recaudo la obra inédita de Gabriela Mistral.
La mayor parte de la obra póstuma mistraliana está en Chile, pero aún queda documentación, cartas, se habla de varios baúles en casa de Doris Dana. Antes de un mes sabremos que de inédito aún nos dejó Gabriela Mistral, una poeta que escribió una poesía de varios pisos sicológicos, popular, culta, americana, muy personal y referida a Chile y nuestra América.
No es fácil acomodarla en un sólo estante, agruparla en versos o sonetos, dejarla en unas cuantas estrofas escolares. Respirí Chile y la lengua de América en sus tradiciones, nunca se fue por el lado de las modas.
Sufrió en carne propia, en la letra y en el espíritu, de una crítica esencialmente bastarda. El mito creció con la sombra de sus críticos. Le colgaron a su esbelta figura, la muerte de un empleado del ferrocarril durante todo el siglo XX, aunque ella, no tuvo que ver con ese suicidio por dolo, y no penas de amor.
La chismografía fue más lejos, cuando en el provinciano y pacato Chile dormía la siesta y se levantaban en las noches los patrones a violar las empleadas, la Mistral fue acusada de lesbiana, por el sólo hecho de no haberse casado. Con ese olfato de zorrillo pudoroso, la crítica olfateaba su propia podredumbre y pasaba lista a sus escritores favoritos con sus enaguas rojas y platinadas, en son de fiesta.
Primero se conoció su correspondencia secreta, algunas de las cartas de amor al poeta Manuel Magallanes Moure, y se encendió la luz de alto, porque había tal pasión, ternura y entrega de parte de la Mistral, en una gran prosa, que había que pensar dos veces para seguir endilgándole el mote de lesbiana. Aún así quedó en el ambiente la frase cuartelaria, el zumbido de la abeja eunuca de la crítica y del chismorreo de pasillo.
Pasaron años, hasta que Doris Dana, "su fiel escudero", reveló en Chile que su sobrino era realmente su hijo.
Así se derrumbaba uno de los episodios más denigrantes en la vida y obra de Gabriela Mistral.
Rolando Gabrielli©2007
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