jueves, septiembre 13, 2007

Parra, Cardenal y Rojas...



PARRA, CARDENAL Y ROJAS

La Real Academia Sueca tiene una oportunidad extraordinaria este año de reencontrarse con la poesía y América latina, si decide innovar en la toma de decisiones de sus premios nobeles de literatura. Año tras año premia en la rama de las letras a un escritor de cualquier continente, aunque en el último tiempo han estado vinculados los premios a los temas de nuestra época y países relacionados con este escenario, sin desmeritar las obras. América latina ha estado marginada por 17 largos años del Nobel sueco de literatura desde que se premiara por última vez al sub continente en 1990, en la persona de Octavio Paz, poeta y ensayista mexicano.
En más de un centenar de premiados sólo figuran 17 poetas y sólo tres son latinoamericanos: Gabriela Mistral, Pablo Neruda y Octavio Paz, en su orden cronológico. Jorge Luis Borges, poeta, ensayista, cuentista, crítico y lector excepcional, rondó el Nobel por años, hasta que fue condecorado por el general Pinochet y dijo su mortal frase en un discurso de agradecimiento en Santiago de Chile: Prefiero la clara espada que la furtiva dinamita. Nicanor Parra es otro candidato de larga duración y también reconocidos méritos.
Mario Vargas Llosa y Carlos Fuentes, son los dos latinoamericanos con más tiempo en la antesala del Nobel, en la actualidad.
El último poeta premiado fue hace diez años, la polaca Wislawa Szymborska y los nobeles se iniciaron con otro poeta, el francés Sully Prudhomme, que no suena ni truena, como varios otros galardonados por las circunstancias, casualidades y la gracia sueca. Es conocida la poderosa lista de los olvidados: Joyce, Proust Brecht, Ionesco, Carpentier, Cortázar, Rulfo, y la lista es más amplia, por distintas, inexplicables, misteriosas y tal vez, conocidas razones extra literarias.
Hoy es una utopía lo que plantearé, pero el hombre que no va, no cree, no se esfuerza por alcanzar la utopía, hacerla realidad, es porque no sueña. La poesía es sueño real, como la vida.
La Real Academia Sueca, podría este año de manera excepcional, premiar a tres poetas latinoamericanos, alquimistas, cosmonautas de la palabra, cantores del más acá, del amor, universales, y juntos reúnen además 264 años de lo mejor de la poesía de habla castellana entre dos siglos: Nicanor Parra, Ernesto Cardenal y Gonzalo Rojas. Chile y Nicaragua son dos países con una rica tradición poética. Rubén Darío reencantó la poesía en castellano, transformó, con el modernismo y después Pablo Neruda retomó la palabra, y añadió un nuevo rumbo a la poética en idioma castellano. Los críticos sostienen que en ese relevo, la palabra la tiene Nicanor Parra. Neruda es el más leído desde Shakespeare, en opinión de algunos críticos, y el poeta que más se visita en google. La poesía de Gonzalo Rojas respira con su propio oxígeno y se ajusta también a la medida de su silencio, afonía, voluptuosidad, penetración carnal.
No es fácil coincidir en poesía con tres poetas fundamentales del habla castellana en su plena madurez con una obra hecha. Los tres vivieron sus propias dictaduras en sus países, le cantaron al amor, se comprometieron con la realidad, la palabra y abrieron nuevos caminos para la poesía.
El hombre está cambiando aceleradamente su manera de ver el mundo y equivocadamente lo hace relegando la palabra a un segundo, tercer y quinto nivel. Privilegia la imagen, la TV, los mensajes ilustrados, los medios sobre la información. Y en este escenario la poesía está fuera del juego digital. Los poetas están fuera de la historia, porque la historia se hace en la TV, a través de discursos que nadie escucha y que se aceptan de antemano. Y la historia personal le pertenece al ejercicio banal y al entretenimiento per se. ¿Cuántas llamadas se estarán haciendo en este momento por celular? ¿Cuántos millones de personas jugarán con un celular o ante un ordenador? ¿Cuántos revisarán mensajes para contestarlos por celular? ¿Cuántos compraron hoy un celular? ¿Leer es un ejercicio que está fuera de la mesita de noche?
La poesía existe antes de la palabra, porque siempre ha sido una señal lo que han dejado los verdaderos poetas. En un principio, todo fue poesía. El sol, la luna, las estrellas, las manos, el agua, la noche, el cuerpo, la tierra, la poesía era la contemplación. Todo comenzó a descubrirse, fundarse y la poesía carecía de apellidos, como el cosmos infinito, sin límites, ni dueños.
Las cortes imperiales llamaron a los poetas, los bardos cantaban y hacían loas. Se escribieron grandes libros, hoy clásicos. La poesía fue la palabra. Los poetas sobrevivieron a la prosa, una y otra vez, pero casi todo iba teniendo nombre y apellido, hasta la propia poesía llegó a tenerlo. Dos guerras mundiales y se escribió mucha poesía y los poetas adquirieron presencia universal, histórica, real. El sello, sin duda, del siglo XX, fue esa gran tribuna para los poetas.

domingo, septiembre 09, 2007

En la ciudad de Sylvia






La ciudad de Sylvia es Estrasburgo y no sabemos si Ella es una imagen real de un fantasma, el flash del deseo, o el silencio que la convierte en realidad en el filme del catalán José Luis Guerín, recientemente presentado en la 64a Mostra de Venecia. Sylvia es el rostro, la mirada, el guiño, ese gesto que se nos pierde en la multitud, aunque lo hemos encontrado. Volvemos sobre él, como el protagonista, empujado por los fragmentos vivos de la memoria, y la ciudad la recrea como si allí estuviera y en verdad no sabemos. Un hombre busca a Sylvia y el camino lo conducirá otras mujeres, pero la ciudad permanecerá en su belleza bajo el silencio de lo único que la habita: la esperanza del encuentro, la fugacidad de lo deseado. Sylvia pierde el rostro, no el mágico zapato de la media noche, sino Ella es y se transforma en todo el silencio que no la devuelve más que a la memoria.
Sylvia está y no está, es, viaja el rostro en la pasarela de la ciudad. Una cara es el silencio, la otra, el azar de la moneda, lo que no conocemos, el misterio, toda la esperanza, el fuego oculto de la vida y hacia allá van nuestros pasos con sus pasos. Sylvia, Sylvia, Sylvia, resuenan en la memoria. Y la ciudad en verdad cuenta su propio tiempo y sólo ella sabe que un rostro ha de suceder a otro en la gran vitrina pública de los días, el escenario que la ciudad imagina para sí misma.
Estrasburgo es el sitio que no conozco y menos aún podría encontrar a Sylvia, cuyo rostro se multiplica de la nada por lo inacible, fugaz, más bello que un lucero. Y tal vez una ciudad de bolsillo como Estrasburgo, guarde el corazón de Sylvia y nos la devuelva en el sueño. Todo está escrito por su silencio, pero no el olvido.
Tal vez Estrasburgo sea todas las ciudades y Sylvia todas las mujeres, aquella que viaja en la madeja de los sueños.
Alguien le preguntó a Guerín, por qué Estrasburgo, y dijo: "Por muchas razones. Por una parte, me gusta esa indefinición que lleva inherente, no es una ciudad alemana ni francesa. En el filme, se oye hablar a la gente en muchos idiomas, por lo que no es fácil deducir dónde está el protagonista. Además, tiene ese lado de villa medieval ya que es peatonal. Y me encanta que tenga tranvías, para mí el tren siempre ha sido una metáfora del cine, como un viaje que no sabes adónde te lleva."
Sylvia, Sylvia, Sylvia, es el encuentro, la puerta de entrada, la que vuela, vuela del aire que la sostiene, de un lugar a otro que la viaja, pero una atmósfera que yo adivino gravita en Ella, permanece, crea un nuevo espacio para compartir.
Sylvia depende en la ciudad de Sylvia del ojo del director, dónde ubica la escena de su memoria, del objetivo y naturaleza de su historia, el silencio del Sylvia dentro de Sylvia, más poderoso que todo gesto parlante.
Dónde se enamora realmente el personaje de Sylvia? ¿Quién es el protagonista, un hombre, un poeta, un pintor, un artista? ¿El espacio está ahí o en todas partes Sylvia lo recrea y hace presente en otras mujeres? Gestos, distancias, silencio, Sylvia, Sylvia, Sylvia.
Pilar López de Ayala es Sylvia, divina mujer, etérea luz, pasos, que otros pasos resuenan en la memoria.
Todo el silencio para Silvia/la imagen que la devora/y la ciudad que en ella se pierde/y le pertenece/ En mis ojos la repite/en estas calles donde respiro/por sus largas piernas/ Yo la sueño/no hay cristal que refleje su olvido/ni olvido que la memoria no recuerde.