La mañana se mantuvo limpia. Una noche cargada de estrellas, venìa conversando con mi memoria, despeja el cielo de toda duda. El parabrisas recibìa temperaturas propias de la estaciòn y reflejaba un sol eufòrico. Cero nubes y un cielo celeste trazado en un telòn de lado a lado. El verano se sentìa en propiedad, por fin en febrero. Una fila interminable de automòviles serpenteaba sobre el asfalto enmarcado por bosques a ambos lados. Los àrboles se acomodan a la orilla del camino y aguantan el sol y los automòviles que vomitan toxinas como cerdos. Este es el paisaje, una pobre descripciòn, seguramente. Ya el dìa habìa transcurrido con esas reuniones y conferencias internacionales donde se dice tanto de nada. Estaban salvando el mundo delante de mis ojos. Al menos programando algunos acciones o volviendo a repasarlas. El planeta no està para ejercicios, marchas y contra marchas. No lo dije, sòlo lo pensè. Es màs fácil olvidar el amor, acomodarlo, ponerlo en una caja que contiene otra y así hasta que en la última cajita nadie se acuerda de èl ni para que sirve o si aùn respira con tamaño almacenamiento asfixiante. En los intermedios, la gente se sirve cafè, boquitas e intercambia frases, algunos chismes, otros hablan por celular, llaman a sus casas u oficinas. No sè cuantas reuniones como esta o parecida se estàn celebrando en el mundo entero y no està sucediendo nada. Una rubia se sabìa el libreto de memoria. Su voz neutral me adormecìa.Un castellano perfecto. Su traje floreado rompían el cerco estrecho del colorido opaco del teatro. Ella sonreìa por cada frase. Tomè notas. Unas 333 sonrisas. Contaba de memoria. Piel estirada, un cutis impresionante, italiano dirìa, ese cuero con tradiciòn. Nunca esquivò una pregunta, ni se saliò del libreto. Me dio la impresiòn tan pronto recibì su primera sonrisa, que conocìa el nombre de todos nosotros. Estàbamos en su bolsillo. El teatro tenìa el aspecto de un sitio de reuniones castrenses construido durante la Segunda Guerra mundial. Cuàntas veladas bajo el aire acondicionado tropical. Un gran cortinaje daba misterio al teatro. Al principio se fue el sonido. Era como ver a Charles Chaplin. Eso sòlo fue la presentaciòn. La rubia hablò con el micrófono y se sentìa a gusto. Dominaba el escenario, como corresponde. Ingresè a mi memoria unas cinco conferencias nuevas. Numerosos datos, cifras, conceptos, anècdotas, experiencias en otros paìses, comparaciones y me sentì por momentos complacido de pertenecer a este club selecto. En ese momento todos sabìamos y soñábamos lo mismo, sòlo ignoràbamos cuantas sonrisas màs lanzarìa a la platea la rubia de oro. El aire me parecìa màs puro afuera. Una gordita asentìa con la cabeza y movìa, balanceaba el pie derecho. Estaba hipnotizaba, pensando de seguro en el cofee break. ¿Encantada en el placer y como consentirlo?
Ahí se habló y habla inglés. Todas lar órdenes se daban en inglès. El mundo no iba bien. Eso lo sabìamos casi todos. Ella sòlo asentìa, avalaba las palabras como un reloj cu cú sin el pajarito. Me impactò el escenario. Me imaginè a un grupo de soldados cantar o actuar en una obra de estas comedias estùpidas. Debiò pasar eso y màs. Quizàs alguien fue condecorado allì. Los generales jugaban golf. Hablò màs gente, pero la rubia atrajo todas las buenas ondas del recinto. Algùn cumpleaños importante, fiesta, aniversario, globos, esas cosas de fiestas. Pensè en un Halloween masivo. El aquelarre de las noches americanas con sus misteriosas cadenas. Las mamàs con sus calabazas. No era para menos. Voz de locutora sesnible, no chillona, ni menos impostada, cadenciosa, sobria, para dormir en un sauna. La gorda ya estaba rendida, ahora cabeceaba. No sé cuantas notas tomè. No las volvì a leer porque no parecían mìas. Ni siquiera cuando volvì al Sótano, en medio de ese cielo tan limpio. No dejè de mirar el cielo. ¿Què esperaba? ¿Un milagro? ¿Nadie se dejarà caer? Las palabras se habìan quedado en el teatro, en otra època. Algùn soldado las sabrìa guardar como un cofre oxidado de esperanza. No sè. Algo así. Yo repasaba màs bien el escenario. Su historia ya escrita. Lo que había detràs del telòn. Esos soldatitos campesinos con sus ojos azules no sabiendo en que pensar. Un pasado reune cartas que no siempre conocemos. El Sòtano es un filtro oscuro como si estuviera moliendo cafè. La noche pone de lado todo. Congela el dìa. Ya no es su turno. Le invita a reposar, alvidarse de sì mismo. Le oscurece el panorama al màs pintado. Bajè el telòn para que la rubia fuera a descansar. Solo dejo la sonrisa y su traje de estampados. La melena me parecìa importada de alguna peluquerìa. La dejè pasar y que ocupara su lugar, pero no en mi memoria.
El Sòtano, al otro lado de la ciudad, tomaba palco. Quizàs esperaba algo. Su discreciòn es total, asì que no debemos màs que suponer. Mucha confianza en sì mismo. Ausencia de retòrica. Màs bien eco de los demàs. plena concentraciòn en sus fuerzas. Es el dueño de la làmpara oscura que pone a brillar en un abrir y cerrar de ojos. La noche no confunde, se presenta tal cual es. No me encontraba con la imagen, porque los ojos no cuadraban lo que ya se habìa transformado en un paisaje difuso. No veìan simplemente. Los cerrè involuntariamente y sentì los pasos de un àrbol gigante. Los párpados pesados en medio de un gran follaje que avanzaba lentamente y acomodaba sus ramas que vivían al aire libre. El Sòtano se estremeciò y aunque sabìa de este personaje, las hojas comenzaron a volar como en una danza espumosa, frágil, divertida. Iban y venìan los papeles formando un oleaje blanco, con espuma de tina de baño y de olas que mueren lentamente en la orilla y las recoge el mar. Esa marea casi de luz contrastada con el oscuro Sótano, en su duermevela de fin de dìa. El àrbol Gigante se sentò frente a mis ojos, El Sòtano me empujó el codo con disimulo, como diciendo, ahì està, atièndelo. Venìa cansado. EL gigante había perdido las hojas. El verano parece otoño en el trópico. La falta de agua se palpaba en su mirada profunda, un aire de alguien coherentemente despeinado, sin perder la dignidad en ningún momento. -Aquí no necesitan sombra, dijo, entre irónico y complacido que su presencia no era utilitaria.-Lo difícil es hacerle sombra a un árbol, más al de tu tamaño, me sopló El Sótano, animado con este encuentro. Escuchó y sonrió. -Veo muchos papeles aquí, no quiero pensar cuantos árboles han muerto. -Soy tan solo un lugar, a veces un depósito, un espacio dentro de la ciudad, ignoro que hay sobre mis hombros, en la superficie, dijo El Sótano, sintiéndose aludido. Me multiplico como salas de reuniones, pasillos, cubículos, pequeños rincones de la nada. Un espacio que recupero en las noches, la madrugada, cuando ya nadie pisa mis baldosas y la ciudad se retira como mar adentro en la marea de sus olas. Todo vuelve a nada y El Sótano me habla, sueña, su oscuro paraíso flota al amanecer y estira más o menos la dimensión del último resto de la noche y espera el día. Entrañas de un mismo fondo oscuro, oscuro. El gigante del trópico carraspeó, para llamar la atención, estiró y encogió sus ramas porque no daban el ancho. Unos cuadros se corrieron de la pared y no se incomodaron, más bien ees sirvió para acomodar los huesos. -He cruzado la ciudad, dijo el gigante, el puente, estas calles llenas humo, caminado entre vehículos sorfeando la muerte, olvidando los olores y algunos cuerpos desarticulados de la cintura a las piernas, sudando hasta las raíces, encontrándome con rascacielos con sus ventanas cerradas. Una mañana sin nubes afortunadamente. -¿A qué viniste, viejo zorro?, le interrumpió el discurso A verte y a contarte que esta mañana me abrazó Rolando Denver y escribió su nombre en mi corteza. Una amistad imborrable.