Uno de los pocos guiños poéticos e interesantes del frío stand de Chile, país invitado de honor a la XX Feria Internacional del Libro de Colombia, fueron las fotografías de Julia Toro sobre los poetas Jorge Teillier, Rolando Cárdenas y otros parroquianos habitué del mítico Bar Unión Chica, ubicado en Nueva York 11, Santiago de Chile. Lamentablemente, el mural de 12 metros y el conjunto de serigrafías con variaciones sobre un retrato de Teillier y otras imágenes que reflejan el desolado, nostágico, abandonado mundo interior de Jorge, carecía de una explicación sobre su poesía, la de Rolando y lo que significó el Bar Unión Chica, bajo la dictadura pinochetista. Casi nadie se detenía frente a la muestra, aunque siempre estaba ahí, empinada en su metro 45 centímetros, Julia Toro, la autora de estos reflejos, instantáneas de esa historia subterránea en un Chile que casi todos parecieran quedar olvidar. ¡Qué sólos se quedan los muertos! Jorge Teillier El Espejo de la memoria, es el título de la muestra, en su mayoría en blanco y negro, lo que rescata aún más desde sus lejanas sombras a los personajes inseparables de la bohemia chilena: el lautarino Teillier y el chilote, Cárdenas. Dos lenguajes de un mismo Sur.
En el Bar Unión Chica se dieron grandes batallas cotidianas contra la soledad y los soldados del terror, en medio de una camaradería singular, huérfana de intereses, ausente de lauros y reconocimientos, un verdadero naufragio en el Santiago de los setenta y tanto, que para muchos suenan a olvido, a fechas sin calendario. Se borraban las huellas sobre Santiago, desaparecía el viento de la esperanza, los amigos cabizbajos, el país distante cada día más distante, y algunos alzaban las copas por el futuro que sabían que no alcanzarían a compartir, ni ver, más bien lo hicieron por un presente continuo, formidablemente arbitrario, patéticamente secuestrado. Las fotografías retratan los días borrosos, azules de miedo, transparentes de nada, los poetas en el limbo, su verdadero reino en tierra de nadie. Teillier, poeta de la desintegración del presente, de lo cotidiano, marginal sin otro margen que la poesía, único lenguaje capaz de recobrar lo imposible. Siempre deambuló con una corte de desesperanzados, quien creara La Escuela Lárica de poesía, poetas del lar, lugar, la Frontera (Sur de la araucanía, tierra Mapuche), donde buscaba el paraíso perdido, una infancia que nunca olvidó, caminos que siempre transitaba como un pasajero de un tren sin destino. Para Jorge lo importante era vivir y morir como poeta, ser en la vida y en el poema. Una melancolía lluviosa trasciende y recorre la poética de Teillier, un tiempo para una transitoria ilusión, donde la felicidad se llena de instantes pasajeros que ganan su espacio y sólo viven en la memoria.
(Tuve la suerte de conocer de cerca los trabajos de Jorge Teillier, la construcción de esa poesía a a partir de Crónicas del forastero, libro que él siempre consideró como no logrado, así como el nacimiento de Los Artefactos y la anti-poesía posterior de Nicanor Parra, a partir del 66, en la plenitud de su conquista por el mercado poético. Enseñanzas incomparables para un oficio que nunca se termina de aprender, ni hacer, misterio de la palabra).
Teillier ni Enrique Lihn, dos poetas chilenos emblemáticos, no obtuvieron el Premio Nacional de Literatura. La dictadura prefirió premiar a los Zañartu, Aldunate, Scarpa, Arenas, Campos...
Rolando Cárdenas corrió peor suerte porque su poesía ha sobrevivido a la marginalidad de antologuistas, a ese destino de mesa del pellejo tan propio de los chilenos. No alcanzó la crítica, ni hubo un lugar para la poesía de Rolando Cárdenas y él prefirió la larga noche, el vino tinto cerrado como una gran ventana donde divisaba Santiago en tinieblas. Sobre mi escritotorio, Poemas Migratorios, su último libro que tenga conocimiento, Premio Pedro de Oña 1972. Son transformaciones, evocaciones magallánicas, nos dice el autor en una dedicatoria fechada en Santiago en 1982. Sólo 18 poemas divididos en dos partes, el libro se inicia con un poema que hace de introducción; tierra y mar, los materiales que se mezclan al interior del poemario, el tiempo sur, los vientos del verano, las nostalgias de siempre borradas en la nieve, los pasos de los antepasados, rostros y huellas de la memoria. Por la tierra cruzaba un desolado viento blanco...
Hubo mucho pisco y vino en el stand de Chile, pero faltaron libros, escuché varios comenatarios de paso por los pasillos. Una simpática vendedora colombiana, me dijo, usted es el segundo que pregunta por los libros de Bolaño. No sé si están en el inventario y cerró el tema.Vino y pisco caros, precios de Feria, y las editoriales sabrán lo que hacen. Unos 100 mil ejemplares en toda la Feria esperaban alguna mano amiga que los llevara a casa a compartir un tiempo y quizás toda una vida, la enseñanza íntima del libro. Tranquilos, silenciosos, absolutamente descomplicados, mostrando el rostro de sus portadas, más bien impasibles, porque fueron escritos para cualquier tiempo.
Hubo una velocísima exposición-charla sobre Roberto Bolaño, sin diálogo, desde luego, un monólogo ametralladora de Federico Díaz Granados, quien lo calificó de referente obligado de la literatura latinaomericana. Consideró que escribió con maestría 2666, su última novela, superior, dijo, a Detectives Salvajes. Son cinco historias entretejidas entre sí, y yo creí, que no podría leer semejante, volumen, reconoció. Díaz Granados, subrayó que los cuentos de Bolaño eran una muestra de desenfado. Bolaño dijo cosas e hizo referencias a otras, recordó, que dejaron hondas heridas en el ambiente literario chileno. De todas maneras en sus obras, precisó Díaz Granados, encontramos guiños a sus maestros, su clara chilenidad, americanidad y también un homenaje a 20 Poemas de Amor y una Canción desesperada de Pablo Neruda. Por cierto, mi padre, señaló, es nerudiano y terminó por aceptar a Bolaño.
Los Detectives Salvajes son una gran novela latinomericana, dijo Díaz Granados, donde destacan además de ese gran Manifiesto Poético que es la novela, los egos de los poetas, el poetizar y toda una mitología poética. Estamos, subrayó, ante una novela épica, un viaje trascendental, son 20 años de búsqueda, una gran historia. Leemos un Manifiesto poético de fin de siglo, en una época en que se carecía ya de manifiestos. Talleres de poetas, escuelas de poetizas eróticas, genitales.
Las palabras nunca dejaron de salir de la boca de Díaz Granados, que llamó al público a leer el discurso de Bolaño cuando ganó el premio Rómulo Gallegos en Venezuela y a buscar sus libros en editorial Herralde. No había un sólo libro de Bolaño en el stand de Chile, ni una foto, ningún rastro de este detective salvaje que un día partió a México, otro a España y después finalmente, en el último después, al mar Mediterráneo..
Rolando Gabrielli©2007