El Tercer Ojo del Cine Chileno
LA HISTORIA ES LA IMAGEN
"Supongo que todos los muertos se van a Chile. Tengo esa vieja idea paranoica: cuando uno se porta mal en vez de irse al infierno se va a Chile". RR
Raúl Ruiz, la versión cinematogràfica de Matta, Huidobro, Arrau, de nuestros chilenos virtuosos y esenciales, bajò hoy el telòn en Parìs. Era, sin embargo, el Neruda del cine total. Nuestro Fellini, me parece, desmesurado, surrealista, infinito, barroco, obsesivo, delirante, lùdico, vanguardista, autor erudito de todos los rollos posibles. ¿El último renacentista del celuloide? Lo cierto que fue un sureño vertical, nacido en Puerto Montt, y residenciado en el celuloide universal, un tipo con imaginaciòn pantagruèlica, delirante, asi recuerdo a Raúl Ruiz, el autor de Tres tristes tigres, quien muriò hoy en Francia y regresarà definitivamente en los próximos dias a Chile. El presidente de Francia, Nicolàs Sarkozy, paìs que le acogiò tras su exilio, dijo que Ruiz era un digno heredero de los Lumiére, hermanos que crearon el sèptimo arte. Hijo de la Ilustraciòn, añadiò. El secretario de Estado de Cultura portugués, Francisco José Viegas, donde Ruiz realizò varias peliculas, lo calificò de un realizador único" que tuvo con Portugal "una relación casi umbilical". Chile declarò tres dìas de duelo. El director del Festival de Cannes, Gilles Jacob, también rindiò homenaje al Director y su poètica ùnica. Fue candidato en cinco ocasiones a la Palma de Oro de Cannes, certamen que lo premió en 1983 por el filme "Las tres coronas del marinero. "Sarkozy considera que prueba de la diversidad de fuentes del chileno son "sus adaptaciones de los grandes novelistas franceses que él amaba (Balzac, Giono, Proust)", o su "Misterios de Lisboa", "su última obra, una inmersión laberíntica en la sociedad lusitana", palabras recogidas por la prensa internacional y parisina. Ruiz lega una obra inmensa, inagotable, incodificable, Ruizable por los cuatro costados màs el largo de Chile que transforma en cinco los puntos cardinales.
El balance de 48 años de su cinematografía, son 113 pelìculas y otros tantos cortos realizados en Chile, Portugal, Francia y Europa, que suman unas 150 obras. Casi nada hemos visto en esta parte de Amèrica cautiva por Hollywood, pero tuve la oportunidad de asistir a la Premier de Tres Tristes Tigres en el cine Marconi en Santiago del 68 y que patrocinaron tres capitanes de barco, entre ellos el padre de Raùl. Tarde memorable para el nuevo cine chileno, que integrarìan Miguel Littin y otros cineastas emergentes en los sesenta.
Hablo como un Extra de su película La Colonia Penal de Franz Kafka, estrenada en Italia muchos años después, cuando todos andabamos en algún exilio, y Raúl filmaba a los chilenos en París y relataba las historias que pasaban por la pantalla de su memoria infinita. Filmaba la enrarecida y desolada atmósfera del exilio. Documentaba este nuevo vacio que las imágenes y su visión de cazador de los hechos en bruto, sin actuaciones premeditadas, tanto le apasionaban para armar su rompecabezas con el cual nos llegaría a perturbar, sosprender lisa y llanamente. Un inclasificable, diria, dentro y fuera de la pantalla. Autor de culto, clásico, chileno raizal, universal. Hombre de mitos y realidades, por ahì enfocò la càmara como pocos, hasta hacer crecer tal vez una historia dentro de otra historia o una pelìcula dentro de otra pelìcula. Italia, recurro a su historial y palabras, fue una de sus patrias de experimentaciòn para su cine màs puro, libre, alejado de cualquier cautiverio.
Como Extra de un filme kafkiano que nunca vi, les aseguro, que Raúl Ruiz es un personaje interminable, fascinante, porque ninguna punta tiene inicio ni fin. El hilo conductor siempre será Raúl Ruiz, un Director fenomenal de una historia atravesada en los sueños de su visión rabeliana asistida por un ciego de la calle Ahumada. Raúl Ruiz se paseaba por la vieja historia occidental, de Chile y la propia, con sus guiños personales, y al vuelo del rodar de la memoria del presente y futuro, asumía la más fresca expresión de un verdadero testigo de su tiempo, rodaba sin tiempo, atrapado en el propio escenario que construía, como arquitecto del nuevo espacio vislumbrado. Barroco al barroco deslumbrar/ de imágenes inconclusas, aire desdoblado al ojo/ luz del objeto/¿Alguien nos mira o somos nosotros mismos/ la ventana ciega al pasar? ¿Un espejo es la otra imagen del paisaje? No sè ni adivino/solo el ojo circula sobre el mar/ que agita la espesa geografía / y deletrea la palabra oscuridad/Nadie piensa en nadie/La imagen fija la imagen./Nada / està màs fuera de foco, Maestro/que la realidad/ y sus multiples sombras.
RR nos sorprendió con su olfato trasgresor desde sus Tres tristes tigres y de ahi en adelante no se detendrìa ni para coger impulso. Las filmaciones en Francia, Portugal, Italia, Holanda, los premios y reconocimientos no se hicieron esperar en San Remo, Festivales de Orleans, Parìs, Berlìn, Cannes, San Sebastián y Chile siempre se aplazò asimismo como en los viejos tiempos ya conocidos: se amputò las manos, cortò la lengua, tapò los ojos, no vio pràcticamente las películas de Raúl Ruiz. Nadie dijo nada. No se olviden que yo hablo como un Extra, sin pelos en la lengua, hacièndome eco del Chile posmorten, siempre festivalero con los artistas ausentes. (Estuve a punto, es un parèntesis, de ser contratado en un papelito de expendedor de alimentos en una tienda o un bar, y con paga esta vez, pero muy miserable. Los horarios terminaron por no coincidir, pero volvìa al estrellato, al menos, por insinuaciòn del destino. ¿Todo acto fallido puede llegar a ser una salvaciòn?)
Sigo con nuestro personaje emblemàtico, premiado en Estados Unidos como un autor de culto por el Cìrculo de Crìticos de New York; en el festival de Ròtterdam,1986, se le reconoció como uno de los veinte cineastas del futuro. Profesor visitante en Harvard y en otras prestigiosas universidades norteamericanas y europeas, como en la Catòlica de Valparaìso.
En los ochenta comenzaron a reconocer internacionalmente al cineasta chileno, de acuerdo con los estudiosos, por dos de sus obras màs emblemàticas: Las tres coronas del marinero y La Isla del tesoro.
En su gloria màs cinematogràfica, contò con estrellas norteamericanas y europeas: John Malkovich, Marcello Mastroianni, Isabelle Huppert, Catherine Deneuve y John Hurt.
Los Extras hablan sin libreto, son como un bulto blanco o una sombra màs pàlida que su reflejo. Es decir, no se notan, han superado la sombra. Estàn casi detràs del espectador. Deambulan por la imaginaciòn del gran telòn. Se les puede encontrar en algùn pasillo. Nadie los ve. Ni ellos se miran. Caminan por la vereda de la ausencia. Son parte quizas de una nostalgia acumulada por el insomnio. Lo que cuenta es el duende del Director, el reflejo de un camino que nadie ha trazado. Por ausencia nace el monòlogo. La voz en off fue una de mis pasiones. La ròtula del cojo del cine tras la silbatina de los espectadores. Cojo, cojo, cojo.Viejos biògrafos, teatros, cines de la infancia y adolescencia, historias del beso casi robado a las estrellas frente a la pantalla, en las sombras tibias de las butacas.
Fue el 87 cuando regresè a Chile y caminando por la calle Ahumada me encontrè a Raùl Ruiz, quien habìa sido autorizado por la Junta Militar para que pudiera ingresar a Chile. Las habìan borrado la poderosa y enigmàtica L de su pasaporte, la letra màs poderosa que se traducìa como exilio. La K, de kafka, siempre me pareciò la màs adecuada. Un abrazo, la sonrisa franca y me dijo, vamos a tomarnos unos tintos y a comer empanadas al Ràpido. Nos sentamos en una mesa en medio del bullicio y ccontar y escuchar historias. de pronto le trajeron su caña, copa de bar, y tenìa una trizadura que marcaba claramente una letra L. Nos reìmos. Creo coincidimos en pensar que el futuro se estaba aclarando y que vendrìan dìas mejores para Chile, como en efecto ocurriò en menos de tres años.
El viernes en la mañana contaba a mi mecànico unas anècdotas sobre Raùl y le hablaba de su descomunal vocaciòn artìstica, fìlmica y lo despistados que andaban los chilenos de Chile al no percatarse del tamaño de este personaje. El mecànico tambièn es chileno, si no para que estarìa hablando sobre un tema que se lo llevarìa el viento. No sabìamos de lo que ya habìa ocurrido en Parìs.
A los Extras nadie los toma en cuenta. Sus actos son transitorios, leves, ejercicios necesarios. Sigo pensando que Raùl era distinto y por eso esta es una conversaciòn entre nosotros. Una manera de pasar revista a un tiempo sin poder recobrar. Marcel Proust ya habìa hecho por escrito ese trabajo y Ruìz lo recobrarìa fìlmicamente. Yo acostumbraba a hablar, referirme a Raùl Ruiz, cada vez que habìa una oportunidad. Era mi personal reconocimiento a un artista total. Durante años tuve la peregrina idea de que se debìa hacer un esfuerzo y traer alguna de sus pelìculas. Me olvidaba que era un Extra. ¿Quièn te escucha? y pone atenciòn, menos. Francia es la dueña de sus derechos, es algo difícil, engorroso. Esas fueron alguna de las respuestas. Siempre me hacìan ver un telòn negro. Cero pùblico. Silencio de cine mudo. Aquì no ha pasado nada. No formamos parte de la taquilla. Hollywood, Holywood. ¿Quièn es un Extra para plantear estas cosas? El Extra rema, rema y nunca llega a la orilla. Su esfuerzo es casi ridìculo, nadie le presta atenciòn, sòlo si falla, ahi se cae toda la escenografìa sobre su humanidad. Mientras cumpla, quizàs un palmoteo en la espalda. Pero un Extra, tengo el pálpito, es un ser bien nacido, jamàs olvida que forma parte del Guiño de un Director. Por algo lo escogiò a èl. ¿Uno entre la multitud? Un guiño dentro del guiño del espejo multiplicador de Raùl Ruiz, no es poca cosa. La càmara sigue las grandes escenas y tambièn se detiene en un pequeño tic tac. Santiago era tan joven como nosotros. Me recuerdo a mì mismo, a Raùl, Waldo Rojas, quien me lo presentò, a un camarògrafo que asesinó el règimen militar tiempo despuès. Ruiz partirìa al exilio. ChileFilms era la hoz y el martillo para el règimen militar. Estaba prohibido pensar, él, una de las almas màs libres que ha dado Chile. Ni pensarlo en quedarse en la zigzagueante provincia de Chile, hijastra del capitàn General. Le habrìan borrado todas las pelìculas. Hasta las huellas digitales. El cine era el Telòn de Aquiles de la Junta Militar. ¿Demasiada luz para tanta oscuridad?. Tantas preguntas, en un paìs que fue una sala de interrogatorio de punta a punta. Hasta los gorriones debìan cruzar un retèn militar. Recuerdo esas cosas al sentir piar los pajarillos en mi ventana. Es el canto de la Libertad, Raùl. El cine si no es libre, termina siendo una fotografía de familia o una mala pelicula. ¿Cuàntas escenas plàsticas? ¿Ficciòn dentro de la ficciòn o de los efectos especiales? ¿Cuàntos libretos sin carne ni huesos? Imágenes que nadie reconocerà ni siquiera en el mercado de las Pulgas de las imagenes. Ahora sè, que detràs del ojo de Raùl Ruiz estaba la realidad de lo posible, un sueño siempre por realizar, la pura y simple imaginaciòn, un gramo de Libertad en la balanza de todos los tiempos y aquellos por venir.
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Del Epilogar
La noche de enfrente, basada en cuentos del chileno Hernan del Solar, fue su ultimo filme y trabajó contrareloj en su montaje en París. Un titulo sugerente. La noche que no deja de mirarnos. Las líneas de Wellington y El niño que enloqueció de amor, eran dos proyectos en los cuales ya estaba soñando. Si me alcanza la vida, alcanzó a decir y advertir con la poderosa voz de la imagen final.
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El Aleph de Raúl Ruiz: los misterios del cineasta
Raúl Ruiz es un clásico del cine, un raro ejemplar del celuloide chileno, ha multiplicado los cuadritos blancos y negros hasta sumar más de cien películas desde que vimos su primera premiere: Tres tristes tigres, en 1968, en el Teatro Marconi de avenida Providencia. RR, como miles de chilenos, se exilió en 1974 en Francia, después del golpe militar que encabezó Pinochet, pero a él no se le borró la película y siguió filmando en Europa, con la visión de su calidoscopio infinito, siempre con su propio alfabeto. El Aleph de Raúl Ruiz se extendió por el mundo y nunca olvidó su identidad chilena, dejó rodar el ojo mágico a uno y otro lado del océano como si las aguas no le permitieran parpadear. A Raúl lo veía rodar La colonia penal, donde hice un papel extra, de esos instantáneos, insólitos, con que el cineasta homenajeaba a la realidad, a sus amigos, a sus sueños y a su eterna ficción que le soplaba sobre el hombro. Fueron días alucinantes, vertiginosos, electrizantes, tiempo convertido en imagen robada a los sueños. Partió a Francia Ruiz y siguió rodando para parar sólo cuando su hígado le acaba de pedir hacer un alto en Lisboa, Portugal, donde filmaba hace dos semanas Los misterios de Lisboa. Fuentes del diario La Nación de Chile han revelado esta sorprendente información, donde califican de delicado el estado de salud del reconocido cineasta, aunque sostienen que no existe riesgo vital. La información explica que al autor de El tiempo recobrado, La isla del tesoro y Las tres coronas del marinero, le extirparon un tumor del hígado y que se encuentra en recuperación en la capital lusitana.
Ruiz volvió por primera vez a Chile en 1987 y para mi sorpresa lo encontré en Ahumada, como un visitante más. Me invitó a tomar unos vinos y a comer unas empanadas y aprovechó de explicarme que el régimen militar le había quitado la fatídica letra L, lo que sellaba como prohibidos a esos pasaportes de algunos chilenos a los que se le impedía volver a Chile. Nos reímos, recuerdo, porque el vaso que él escogió traía dibujada una trizadura en forma de L. (Esto ya lo he contado. Mi memoria aún funciona y no se disfunciona).
Raúl es uno de los cineastas más singulares que me ha tocado ver y disfrutar en el cine. Su imaginación no tiene techo, como su libertad, pasión y visión de la realidad. Siempre ha encontrado una puerta de escape para sus propuestas. Esperamos que en esta ocasión la use para seguir filmando, contándonos a su manera lo que aún le sigue interesando y asombrando de este mundo que se enreda como una cola de chancho. Raúl Ruiz es un experimentador sin límites ni tiempo y cree en la imagen que ordeña con paciencia la introspección, sabe y denuncia que existe una saturación peligrosa de imágenes a través de estas nuevas herramientas que nos ponen el mundo del cine a la mano, pero cuyo riesgo está en la banalidad de la imagen por la imagen.
La intensa y dilatada trayectoria cinematográfica de Raúl Ruiz es conocida por sus críticos y público. Francia posiblemente haya sido el país que más le haya honrado, con la cesión de los derechos para filmar su más célebre novela: En busca del tiempo perdido, de Marcel Proust, un clásico, y su revista emblemática de la cinematografía europea, Cahiers du Cinéma, le dedicara un número especial e íntegro a su obra y poética cinematográfica. Ese privilegió lo compartió en esa mítica publicación con autores como Rohmer, Bresson, Godard, Eisenstein, Pasolini, Hitchcock, Welles... Ha sido jurado en el Festival de Cannes en la Riviera francesa y tenido como actores y actrices en alguna de sus películas a Marcello Mastroiani (la última actuación de este legendario actor italiano, fetiche de Fellini) y Catherine Deneuve.
El Festival de Berlín le otorgó el Oso de Plata “por su aporte cinematográfico a nuestro tiempo”. Ruiz ha sido profesor visitante en Harvard y conferencista en distintas universidades europeas y norteamericanas.
De RR se pueden decir muchas cosas, se han dicho y se seguirán diciendo, pero tengo la impresión de que le agregó un tercer ojo al cine chileno. Siempre pensé que el ojo de Raúl Ruiz tenía otros ojos, que comprometía su filmografía con la realidad dentro de la realidad, algo más que la ficción corriente, a la que se suele apelar como un recurso real. Filma, a mi entender, la realidad de la ficción y viceversa, en un mundo barroco donde la ironía, el espacio, la memoria, los laberintos, el tiempo sin tiempo, convierten el rodaje en una película fil(r)mada por Raúl Ruiz. Si era preciso, filmaba la espalda de la realidad, como su presente y futuro, en un pasado que recoge todas las memorias, como un gran espejo sin fondo. Siempre fue, y será, el rollo de Ruiz. Es como si naciera una segunda película del propio espectador, claro, rodada por Ruiz.
Cuando comenzó a viajar a Chile y filmar, acuñó una frase de profunda ironía: “Vivo en Chile, pero paso 11 meses al año viajando por Europa”. Era su reconocimiento explícito a su chilenidad. Nunca la ha abandonado, aunque como Claudio Arrau, Roberto Bolaño, Gabriela Mistral, pertenece al mundo, cuyo paraguas y sombrero universal les protegió allende las fronteras chilenas, a estos grandes artistas que por alguna razón, o varias, no pudieron seguir viviendo en su país.
No serían los únicos, unos antes, Roberto Matta, otros después, decenas de artistas, diría yo, en un ir y venir, quedarse fuera, retornar, viajar en lo que somos. El sombrero sin cabeza de la diáspora.
El balance de 48 años de su cinematografía, son 113 pelìculas y otros tantos cortos realizados en Chile, Portugal, Francia y Europa, que suman unas 150 obras. Casi nada hemos visto en esta parte de Amèrica cautiva por Hollywood, pero tuve la oportunidad de asistir a la Premier de Tres Tristes Tigres en el cine Marconi en Santiago del 68 y que patrocinaron tres capitanes de barco, entre ellos el padre de Raùl. Tarde memorable para el nuevo cine chileno, que integrarìan Miguel Littin y otros cineastas emergentes en los sesenta.
Hablo como un Extra de su película La Colonia Penal de Franz Kafka, estrenada en Italia muchos años después, cuando todos andabamos en algún exilio, y Raúl filmaba a los chilenos en París y relataba las historias que pasaban por la pantalla de su memoria infinita. Filmaba la enrarecida y desolada atmósfera del exilio. Documentaba este nuevo vacio que las imágenes y su visión de cazador de los hechos en bruto, sin actuaciones premeditadas, tanto le apasionaban para armar su rompecabezas con el cual nos llegaría a perturbar, sosprender lisa y llanamente. Un inclasificable, diria, dentro y fuera de la pantalla. Autor de culto, clásico, chileno raizal, universal. Hombre de mitos y realidades, por ahì enfocò la càmara como pocos, hasta hacer crecer tal vez una historia dentro de otra historia o una pelìcula dentro de otra pelìcula. Italia, recurro a su historial y palabras, fue una de sus patrias de experimentaciòn para su cine màs puro, libre, alejado de cualquier cautiverio.
Como Extra de un filme kafkiano que nunca vi, les aseguro, que Raúl Ruiz es un personaje interminable, fascinante, porque ninguna punta tiene inicio ni fin. El hilo conductor siempre será Raúl Ruiz, un Director fenomenal de una historia atravesada en los sueños de su visión rabeliana asistida por un ciego de la calle Ahumada. Raúl Ruiz se paseaba por la vieja historia occidental, de Chile y la propia, con sus guiños personales, y al vuelo del rodar de la memoria del presente y futuro, asumía la más fresca expresión de un verdadero testigo de su tiempo, rodaba sin tiempo, atrapado en el propio escenario que construía, como arquitecto del nuevo espacio vislumbrado. Barroco al barroco deslumbrar/ de imágenes inconclusas, aire desdoblado al ojo/ luz del objeto/¿Alguien nos mira o somos nosotros mismos/ la ventana ciega al pasar? ¿Un espejo es la otra imagen del paisaje? No sè ni adivino/solo el ojo circula sobre el mar/ que agita la espesa geografía / y deletrea la palabra oscuridad/Nadie piensa en nadie/La imagen fija la imagen./Nada / està màs fuera de foco, Maestro/que la realidad/ y sus multiples sombras.
RR nos sorprendió con su olfato trasgresor desde sus Tres tristes tigres y de ahi en adelante no se detendrìa ni para coger impulso. Las filmaciones en Francia, Portugal, Italia, Holanda, los premios y reconocimientos no se hicieron esperar en San Remo, Festivales de Orleans, Parìs, Berlìn, Cannes, San Sebastián y Chile siempre se aplazò asimismo como en los viejos tiempos ya conocidos: se amputò las manos, cortò la lengua, tapò los ojos, no vio pràcticamente las películas de Raúl Ruiz. Nadie dijo nada. No se olviden que yo hablo como un Extra, sin pelos en la lengua, hacièndome eco del Chile posmorten, siempre festivalero con los artistas ausentes. (Estuve a punto, es un parèntesis, de ser contratado en un papelito de expendedor de alimentos en una tienda o un bar, y con paga esta vez, pero muy miserable. Los horarios terminaron por no coincidir, pero volvìa al estrellato, al menos, por insinuaciòn del destino. ¿Todo acto fallido puede llegar a ser una salvaciòn?)
Sigo con nuestro personaje emblemàtico, premiado en Estados Unidos como un autor de culto por el Cìrculo de Crìticos de New York; en el festival de Ròtterdam,1986, se le reconoció como uno de los veinte cineastas del futuro. Profesor visitante en Harvard y en otras prestigiosas universidades norteamericanas y europeas, como en la Catòlica de Valparaìso.
En los ochenta comenzaron a reconocer internacionalmente al cineasta chileno, de acuerdo con los estudiosos, por dos de sus obras màs emblemàticas: Las tres coronas del marinero y La Isla del tesoro.
En su gloria màs cinematogràfica, contò con estrellas norteamericanas y europeas: John Malkovich, Marcello Mastroianni, Isabelle Huppert, Catherine Deneuve y John Hurt.
Los Extras hablan sin libreto, son como un bulto blanco o una sombra màs pàlida que su reflejo. Es decir, no se notan, han superado la sombra. Estàn casi detràs del espectador. Deambulan por la imaginaciòn del gran telòn. Se les puede encontrar en algùn pasillo. Nadie los ve. Ni ellos se miran. Caminan por la vereda de la ausencia. Son parte quizas de una nostalgia acumulada por el insomnio. Lo que cuenta es el duende del Director, el reflejo de un camino que nadie ha trazado. Por ausencia nace el monòlogo. La voz en off fue una de mis pasiones. La ròtula del cojo del cine tras la silbatina de los espectadores. Cojo, cojo, cojo.Viejos biògrafos, teatros, cines de la infancia y adolescencia, historias del beso casi robado a las estrellas frente a la pantalla, en las sombras tibias de las butacas.
Fue el 87 cuando regresè a Chile y caminando por la calle Ahumada me encontrè a Raùl Ruiz, quien habìa sido autorizado por la Junta Militar para que pudiera ingresar a Chile. Las habìan borrado la poderosa y enigmàtica L de su pasaporte, la letra màs poderosa que se traducìa como exilio. La K, de kafka, siempre me pareciò la màs adecuada. Un abrazo, la sonrisa franca y me dijo, vamos a tomarnos unos tintos y a comer empanadas al Ràpido. Nos sentamos en una mesa en medio del bullicio y ccontar y escuchar historias. de pronto le trajeron su caña, copa de bar, y tenìa una trizadura que marcaba claramente una letra L. Nos reìmos. Creo coincidimos en pensar que el futuro se estaba aclarando y que vendrìan dìas mejores para Chile, como en efecto ocurriò en menos de tres años.
El viernes en la mañana contaba a mi mecànico unas anècdotas sobre Raùl y le hablaba de su descomunal vocaciòn artìstica, fìlmica y lo despistados que andaban los chilenos de Chile al no percatarse del tamaño de este personaje. El mecànico tambièn es chileno, si no para que estarìa hablando sobre un tema que se lo llevarìa el viento. No sabìamos de lo que ya habìa ocurrido en Parìs.
A los Extras nadie los toma en cuenta. Sus actos son transitorios, leves, ejercicios necesarios. Sigo pensando que Raùl era distinto y por eso esta es una conversaciòn entre nosotros. Una manera de pasar revista a un tiempo sin poder recobrar. Marcel Proust ya habìa hecho por escrito ese trabajo y Ruìz lo recobrarìa fìlmicamente. Yo acostumbraba a hablar, referirme a Raùl Ruiz, cada vez que habìa una oportunidad. Era mi personal reconocimiento a un artista total. Durante años tuve la peregrina idea de que se debìa hacer un esfuerzo y traer alguna de sus pelìculas. Me olvidaba que era un Extra. ¿Quièn te escucha? y pone atenciòn, menos. Francia es la dueña de sus derechos, es algo difícil, engorroso. Esas fueron alguna de las respuestas. Siempre me hacìan ver un telòn negro. Cero pùblico. Silencio de cine mudo. Aquì no ha pasado nada. No formamos parte de la taquilla. Hollywood, Holywood. ¿Quièn es un Extra para plantear estas cosas? El Extra rema, rema y nunca llega a la orilla. Su esfuerzo es casi ridìculo, nadie le presta atenciòn, sòlo si falla, ahi se cae toda la escenografìa sobre su humanidad. Mientras cumpla, quizàs un palmoteo en la espalda. Pero un Extra, tengo el pálpito, es un ser bien nacido, jamàs olvida que forma parte del Guiño de un Director. Por algo lo escogiò a èl. ¿Uno entre la multitud? Un guiño dentro del guiño del espejo multiplicador de Raùl Ruiz, no es poca cosa. La càmara sigue las grandes escenas y tambièn se detiene en un pequeño tic tac. Santiago era tan joven como nosotros. Me recuerdo a mì mismo, a Raùl, Waldo Rojas, quien me lo presentò, a un camarògrafo que asesinó el règimen militar tiempo despuès. Ruiz partirìa al exilio. ChileFilms era la hoz y el martillo para el règimen militar. Estaba prohibido pensar, él, una de las almas màs libres que ha dado Chile. Ni pensarlo en quedarse en la zigzagueante provincia de Chile, hijastra del capitàn General. Le habrìan borrado todas las pelìculas. Hasta las huellas digitales. El cine era el Telòn de Aquiles de la Junta Militar. ¿Demasiada luz para tanta oscuridad?. Tantas preguntas, en un paìs que fue una sala de interrogatorio de punta a punta. Hasta los gorriones debìan cruzar un retèn militar. Recuerdo esas cosas al sentir piar los pajarillos en mi ventana. Es el canto de la Libertad, Raùl. El cine si no es libre, termina siendo una fotografía de familia o una mala pelicula. ¿Cuàntas escenas plàsticas? ¿Ficciòn dentro de la ficciòn o de los efectos especiales? ¿Cuàntos libretos sin carne ni huesos? Imágenes que nadie reconocerà ni siquiera en el mercado de las Pulgas de las imagenes. Ahora sè, que detràs del ojo de Raùl Ruiz estaba la realidad de lo posible, un sueño siempre por realizar, la pura y simple imaginaciòn, un gramo de Libertad en la balanza de todos los tiempos y aquellos por venir.
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Del Epilogar
La noche de enfrente, basada en cuentos del chileno Hernan del Solar, fue su ultimo filme y trabajó contrareloj en su montaje en París. Un titulo sugerente. La noche que no deja de mirarnos. Las líneas de Wellington y El niño que enloqueció de amor, eran dos proyectos en los cuales ya estaba soñando. Si me alcanza la vida, alcanzó a decir y advertir con la poderosa voz de la imagen final.
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El Aleph de Raúl Ruiz: los misterios del cineasta
Raúl Ruiz es un clásico del cine, un raro ejemplar del celuloide chileno, ha multiplicado los cuadritos blancos y negros hasta sumar más de cien películas desde que vimos su primera premiere: Tres tristes tigres, en 1968, en el Teatro Marconi de avenida Providencia. RR, como miles de chilenos, se exilió en 1974 en Francia, después del golpe militar que encabezó Pinochet, pero a él no se le borró la película y siguió filmando en Europa, con la visión de su calidoscopio infinito, siempre con su propio alfabeto. El Aleph de Raúl Ruiz se extendió por el mundo y nunca olvidó su identidad chilena, dejó rodar el ojo mágico a uno y otro lado del océano como si las aguas no le permitieran parpadear. A Raúl lo veía rodar La colonia penal, donde hice un papel extra, de esos instantáneos, insólitos, con que el cineasta homenajeaba a la realidad, a sus amigos, a sus sueños y a su eterna ficción que le soplaba sobre el hombro. Fueron días alucinantes, vertiginosos, electrizantes, tiempo convertido en imagen robada a los sueños. Partió a Francia Ruiz y siguió rodando para parar sólo cuando su hígado le acaba de pedir hacer un alto en Lisboa, Portugal, donde filmaba hace dos semanas Los misterios de Lisboa. Fuentes del diario La Nación de Chile han revelado esta sorprendente información, donde califican de delicado el estado de salud del reconocido cineasta, aunque sostienen que no existe riesgo vital. La información explica que al autor de El tiempo recobrado, La isla del tesoro y Las tres coronas del marinero, le extirparon un tumor del hígado y que se encuentra en recuperación en la capital lusitana.
Ruiz volvió por primera vez a Chile en 1987 y para mi sorpresa lo encontré en Ahumada, como un visitante más. Me invitó a tomar unos vinos y a comer unas empanadas y aprovechó de explicarme que el régimen militar le había quitado la fatídica letra L, lo que sellaba como prohibidos a esos pasaportes de algunos chilenos a los que se le impedía volver a Chile. Nos reímos, recuerdo, porque el vaso que él escogió traía dibujada una trizadura en forma de L. (Esto ya lo he contado. Mi memoria aún funciona y no se disfunciona).
Raúl es uno de los cineastas más singulares que me ha tocado ver y disfrutar en el cine. Su imaginación no tiene techo, como su libertad, pasión y visión de la realidad. Siempre ha encontrado una puerta de escape para sus propuestas. Esperamos que en esta ocasión la use para seguir filmando, contándonos a su manera lo que aún le sigue interesando y asombrando de este mundo que se enreda como una cola de chancho. Raúl Ruiz es un experimentador sin límites ni tiempo y cree en la imagen que ordeña con paciencia la introspección, sabe y denuncia que existe una saturación peligrosa de imágenes a través de estas nuevas herramientas que nos ponen el mundo del cine a la mano, pero cuyo riesgo está en la banalidad de la imagen por la imagen.
La intensa y dilatada trayectoria cinematográfica de Raúl Ruiz es conocida por sus críticos y público. Francia posiblemente haya sido el país que más le haya honrado, con la cesión de los derechos para filmar su más célebre novela: En busca del tiempo perdido, de Marcel Proust, un clásico, y su revista emblemática de la cinematografía europea, Cahiers du Cinéma, le dedicara un número especial e íntegro a su obra y poética cinematográfica. Ese privilegió lo compartió en esa mítica publicación con autores como Rohmer, Bresson, Godard, Eisenstein, Pasolini, Hitchcock, Welles... Ha sido jurado en el Festival de Cannes en la Riviera francesa y tenido como actores y actrices en alguna de sus películas a Marcello Mastroiani (la última actuación de este legendario actor italiano, fetiche de Fellini) y Catherine Deneuve.
El Festival de Berlín le otorgó el Oso de Plata “por su aporte cinematográfico a nuestro tiempo”. Ruiz ha sido profesor visitante en Harvard y conferencista en distintas universidades europeas y norteamericanas.
De RR se pueden decir muchas cosas, se han dicho y se seguirán diciendo, pero tengo la impresión de que le agregó un tercer ojo al cine chileno. Siempre pensé que el ojo de Raúl Ruiz tenía otros ojos, que comprometía su filmografía con la realidad dentro de la realidad, algo más que la ficción corriente, a la que se suele apelar como un recurso real. Filma, a mi entender, la realidad de la ficción y viceversa, en un mundo barroco donde la ironía, el espacio, la memoria, los laberintos, el tiempo sin tiempo, convierten el rodaje en una película fil(r)mada por Raúl Ruiz. Si era preciso, filmaba la espalda de la realidad, como su presente y futuro, en un pasado que recoge todas las memorias, como un gran espejo sin fondo. Siempre fue, y será, el rollo de Ruiz. Es como si naciera una segunda película del propio espectador, claro, rodada por Ruiz.
Cuando comenzó a viajar a Chile y filmar, acuñó una frase de profunda ironía: “Vivo en Chile, pero paso 11 meses al año viajando por Europa”. Era su reconocimiento explícito a su chilenidad. Nunca la ha abandonado, aunque como Claudio Arrau, Roberto Bolaño, Gabriela Mistral, pertenece al mundo, cuyo paraguas y sombrero universal les protegió allende las fronteras chilenas, a estos grandes artistas que por alguna razón, o varias, no pudieron seguir viviendo en su país.
No serían los únicos, unos antes, Roberto Matta, otros después, decenas de artistas, diría yo, en un ir y venir, quedarse fuera, retornar, viajar en lo que somos. El sombrero sin cabeza de la diáspora.