Sartini, la orquesta del YoYo, Juan Sartini, de edad mediana, ligeramente escéptico (con razón),-así me defino, para empezar-, no creo en nada a primera vista, voy más bien al grano. No deambulo, es lo que quiero decir, voy a lo que voy. Busco aterrizar de una vez. Avioneta de un hangar conocido. Ni un centímetro a la ambigüedad. Prefiero usar el silencio, pero no dar paso a la duda. Corto rápido, engancho y sigo. Sartini, fírmalo. Simple, un mensaje claro. Como el cloroformo. Uno se va especializando, aunque resulta mejor si es espontáneo. Todo lo hago en primera persona. No sólo se va al baño de manera personal. O se hace el amor individualmente. Abrocharse los zapatos es otra operación solitaria y algo ridícula. El sueño es un acto de reciclaje de uno mismo en otro lugar y tiempo. Una manera de llegar a escenarios distintos y personas diferentes, reproducir la otra realidad. Un acto del yo sucesivo. Y así. La vida con intermediarios, no sólo es aburrida, sino un acto propio de comerciantes. Son infinitos los actos del yo, lo dice Sartini. En un jardín cubro la posibilidad del yo. El círculo, el reflejo vital de la luz sobre la flor, la espina y la tierra, una pequeña tijera maestra del orden natural de mis manos y sentidos. El verde yo, la humedad yo, sol yo, tierra yo. El yo liviano, metálico
Me gusta hacer recomendaciones muy puntuales. Todas en primera persona. No olvides, Sartini, me reafirmo en el yo. Es muy aburrido acercarse con un preámbulo, una elipse verbal, mirar en el otear. Digo, como partir una conversación con un paréntesis. Un cine mudo entre dos. Ahí entro yo, Sartini, y desnudo la escena. Paños menores, una batita de nada debajo del aire sobre la leve frágil humanidad, etéreo espectro corporal. Una frase gancho, pero afirmativa. “Esto no es así” Deslumbrant. ¿Cómo será entonces?, se piensa del otro lado. No es truco plástico verbal, sino decisión. “Yo pienso que estás equivocado”. Por ahí rompo. La esencia del yo primero. Descontrol. Firma: Sartini. Sólo un débil por qué se escucha en el eco interior del otro lado. Y la segunda duda ya está abonada en el aire. Yo soy el control. Yo que no necesito mucho, me adueño de la atmósfera. Yo manejo algunas frases clisé para desarmar. Un intento subalterno para descarrilar el vagón. Es lo que llamo el fortín intermedio, esa defensa ligera, montada en la indecisión. Yo la derrumbo finalmente con un fresco” : no tienes razón, olvídalo”. Y después cambio de tema, que se sepa, este es Sartini. Después varío aún más difumo el tema como si nada. Ejerzo el yo, de liviano en liviano, a sólido, tumbando todo el aire, sin respirar, autónomo. Cambio de escenario, espero unos segundos, esos que no dan derecho a nada y remacho como en el tenis frente a la red. Pelota segura. Match Point. Digo: tú no sabes nada de la vida y agrego ligero de cuerpo, esponja, supremo en la indiferencia, déjalo por mi cuenta, olvídalo. Así voy acumulando frases como escombros, residuos, en la vía. Sobras, sombras, ojos de luz. Yo le digo de manera expedita, sin dudarlo, siquiera, esto no es como tú dices. Descoloco. Ni soñarlo. Presiono. Ni lo pienses. Simplemente, no. Me gusta verlos pestañear con cara de gagos, descifrando el interior de sus gargantas secas, trancadas. Hundidos en el gesto. Con el ademán del pataleo, tal vez, después de la soga. Ahogados. El hombre no avanza, se engarganta. Da gusto mantenerlo en el gorgogeo, placer de la parálisis. Es una satisfacción. Es muy diferente aún yo seco, metálico sin tropiezo, como el mío yo. Yo dudo de lo que dices. Yo te escucho, pero no te oigo. Yo lo doy por un hecho sin saber que me dirás. Yo no tomo en cuenta nada de lo que me dices, aunque fuera cierto. Yo lo doy por un hecho sin saber que me dirás. Yo si te creyera, me estaría engañando. Yo, sin saber lo que me vas a decir, ya sé de que podrías hablarme.
Es una exquisitez ver esos rostros descompuestos, avinagrados, amarillos. Plop, plop, plop, se escucha un apagado rechinar de dientes. Muelas, caen encías, paréntesis sin espaldas, saturados de aire viejo, vaciados. Para que me comprendan mejor, yo los veo venir, los dejo mejor dicho, acercarse, que se vayan enfocando, los aguanto, mido con la mirada y me dispongo con el yo como un alfiler frente a un globo y reviéntoles el día, como si llegara la primavera. La crisma se queda en el aire. Me gusta ese sonido. Lo siento. Me llega. No voy a mentirles. El pequeño estruendo, casi apagado fuelle, se me instala en un resoplido divertido. Yo le digo que es mejor no decir nada, callarse para empezar. No es original, ni novedoso, ni personal, pero prudente Es detenerse en medio de la calle y torear el viento. Un yo abierto y nos abrazamos al riesgo. Es dejar la espalda al viento y sus sombras. Un rumor de botellas que se soplan y crecen gordas, deformes, turnias, sonrojadas, tibias y enseñan sus caderas en las veredas bomboncitos azules, violetas, platinados. Yo corto esa volada con una clásica mirada de aire, quieta, inmóvil. Es lo que no viene, ni sucederá. Abstracto el tiempo como un reloj Cucú dañado. Hey, Sartini, ven a tocar tu orquesta del yo. Me parece estar escuchándoles. ¿Son débiles o qué, me pregunto? La orquesta del yo es personal. ¿No lo sabían? Aplaudan esa, les toca a ustedes. No estás diciendo nada nuevo, hey, soy Sartini. Música, pero celestial. Notas para enterrar la nieve de tus ojos. La musicalidad de las hojas que ningún árbol o calendario desprenden. Ese es Sartini también, apúntalo en la página en blanco inmaculada mía. Se va soltando la mano. La palabra en rodadera, cabalgando. No estás diciendo nada nuevo, agrego por las dudas, no vaya a ser que, una sorpresa. Pensamiento lineal. Como una goma. Mascullo, digiero, calculo. Parto de un principio. Yo conozco esas respuestas antes que las preguntas. Hay que obviar lo complicado. Cero explicación. Menos cero duda. Adelante, Sartini. El escenario es tuyo, cómetelo.
Sartini celestial, carnal, casual
Ojos sobre los ojos. La piel respira por ti. Eso no va conmigo, lanzo al aire una frase intocable, de utilería. Recíclala. Corto, me gusta cortar. Adivinen. No iré a la vendimia. Que quieren, es mi música. Esa la toco yo. Tal cual. Me importa un bledo que no se suban a mi escalera. No tiene peldaños para ti. Enróscate la frase en la oreja y asimílatela. ¿Ok?. Así, simple, resuelto. Lo que es directo, van con su papel de calco incluido. Es la orquesta del yo. Actúa en solitario. Todo en una sola voz. Sartini en redondo, vertical, una sola línea. Como lo pongan. Cuando, no. Cuadrado. Una sola esfera. Estudio mis salidas y entradas. Cero error. Sí, cumplo con mi palabra. Soy Juan Sartini, no importa donde nací, sino dónde volveré a nacer. Ahora ciudadano del mundo, perdido en mi propia orquesta del yo, en pleno concierto, eso sí, mezcla de dinosaurio y koala, dragón y oso perezoso, tigre y cóndor, siempre en vuelo. Con todo el desierto del mundo por delante. Sin abismos más que los aconsejables abismos de la orquesta del yo. Que se monten en sus chácharas, vocalizaciones de turno, sordinas de abogados, iletrados, y no dejen un sonido por fuera por sonar y para seguir sonando. Demonios, no escuchan, es la orquesta de Sartini. un sólo de sólo. Todo el pentagrama para el yo. No es prefacio, ni colofón, es todo el epitafio de Sartini. Vocación del yo, sobre vivencia, cero despliegue en el escenario, ni un gramo al aire, se devuelve la palabra bumerang con el peso del viento. Hay que saber como hacerlo. Es algo diferente. Muy distinto. No es el colorido, más bien la mixtura del verbo, los silencios acompañados de un gesto que no perdona y se exige en la definición, sobre la raya final, esa que guarda el tic tac del corazón. Uno atrapa la mariposa, el cuerpo en la mano y le roba por un momento el color y la luz luego la libera de nuevo en el sueño, donde el hueco de la mano construye su pequeño camino, la palabra. Sartini, soy yo, ¿alguna duda?. La frase y pregunta muletilla, no sólo aburren, desquician, sino abortan cualquier diálogo, y abonan en la silueta perfecta del yo de la orquesta de Sartini. Es una frase en su reinado, la belleza del ego, una institutriz de un efímero cetro de provincia. La palabra sigue con su cola de sal el rumbo del mar, al vela de la noche, su arena blanca que cae entre los dedos, las manos de Sartini, la isla domada en un antiguo ocaso. La tarde anaranjada, el sol fijo, aún pestañeando el tiempo que le queda, su reflejo en el horizonte infinito, la ciudad está clara, bañada en su luz. Sartini lo ve todo, presiente, es piel, dardo, sueño, el pensamiento reflejado en el alto cristal de la nada y su reflejo en la antesala de la futura sobre. La orquesta del yo a todo vapor, velas hinchadas por si los vientos no acompañan y siempre lo hacer. Al Sur, al Norte, la asimetría perfecta. Sartini construyendo una circunferencia al revez. No le teme a la tierra que siga girando y se la lleve mar.Y viene la orquestación ligera de un aire a otro aire, la palabra, resopla el verbo. En medio de la circunferencia, una verborrea calculada horada el círculo y lo traspasa en lo esencial. Se inunda el área restringida del aire, que es su vacío. El monólogo es la esencia de la orquesta del yo, Sartini se prepara en la solemnidad de la palabra sobre el frontón a medida que el silencio avanza. Se rebota una y otra vez, sonríe, la palabra viaja en su sombrero incógnito, único, salvajemente solitario. Sartini feliz, tocando la orquesta.
Del verbo copular
Sin afán, pero sin dejar de ser Sartini. Cada nota en su momento, sin tregua. A lo Sartini, que se sepa. Puntos y comas. Es como descodificar el cuerpo y el delito. Compartirlo consigo mismo. Apropiárselo en una esquina y llevarlo a casa, sin tiempo, o como si lo hubiera, pero nada importante. Hola Sartini, subiendo las escaleras. Yo hablo con quien quiero y me place y lo sigo, guío en la orquesta del yo. No lo dude nadie o no habría Sartini. Lo que ibas a decir, no tiene importancia. Sí soy Juan Sartini, nací en algún lugar. Se muestran los colmillos incisivos en el esmalte amarillento y ya son más que palabras, porque la encía está en juego. Todo el gesto facial. ¿Me entiendes?
Roja la encía retiene el verbo como una sandía. Jugoso artificio de la palabra. La clave está en enseñar los dientes. El mordido se siente en el aire. La garganta huye al lobo. Hasta el error tiene alguna exactitud. Verbo arena. Sartini en el campo de juego. Lanza en ristre: Edad Media. Caballero solitario. Saliendo del puente, a todo trote. Lo detiene el beso de una Dama. El aire, la lanza, el sueño, el castillo que deja, el templo hermoso de la bella. Sartini en la pradera con su estandarte, la palabra. Yo soy Sartini, quién me niega. Desafía. Corroe el verbo, golpea. El enemigo cae. Saltan las corazas, el aire es hierro maltrecho, cuerpos desolados, honor descompuesto. En la Edad Media se muere cada día en algún campo de batalla. La orquesta del yo de Sartini es eterna. Toca y mueve el pentagrama sobre los monasterios, entre las viejas tabernas, sopla sobre las incipientes catedrales, donde se esconde todo el miedo de Europa. El reflejo pálido de un vitreaux lo mueve a reflexión dentro del yo de Sartini. Deja la bestia caminar lentamente. Es todo el tiempo de la Edad Media. Los siglos que vienen Sartini los envuelve en futuro y arroja hacia adelante. Sigan, yo soy Sartini, tiene el camino ancho. Vayan. La Bella sube al anca de su caballo y le pide, llévame a casa, el verbo está por copular.
Todos los caminos conducen a Sartini. Una loba lo espera en las aguas mágicas de la Fontana de Trevi. Sí, ahí en la cittá eterna. Roma no estaba construida con los retazos inadvertidos del tiempo. Yo, Sartini, defino la silueta de la ciudad. Toco mi orquesta del yo. Todo lo demás pasa, gastado por repetido, sin convicción. Mi inventario es otro, pertenece a Sartini, el ombligo inconfesable de la historia. Un Quijote de cinco estrellas. Sartini, inventario en tránsito, saludaba. No permitía que la ensoñación sobre una supuesta Dulcinea del Toboso, aireara la escena en un lugar equivocado. La orquesta del yo es centro único, volcán, juego invicto, irrelevante, inrrevelable, irrenunciable secreto de uno. No más, Sartini. Imperdonable, inconfesable, insobornable, inconfundible, siempre es Sartini. Parezco escuchar: llévenle el globo rojo a sartini, JS, y no se lo vayan a pinchar. Había convicción ese gesto y recomendación. Silencio de mueca. J de Juan y S de Sartini. Enfatizaba, S A R T I N I. Deletreaba comiéndose las consonantes y vocales, apropiándose de su abecedario en la orquesta del yo, ahí, sublime. Los apellidos aquí se escriben como se pronuncian y asímismo se olvidan, falsifican, pierden importancia a no ser de las grandes familias, tres o cuatro. No hay origen, ni en las sábanas. Suenan al oído y por ahí mismo repican, caen un peldaño, dos alguien los pisa. Algún oído fino recoge y clasifica los nombres, en la aspiradora musical del yo, orquesta de Sartini. Los nombres extranjeros, porque todo lo es o casi, en algún momento, adquieren su propia literalidad, resonancia, y significado. Ya no serán los mismos y si caen en la escritura, dejan de ser. Safrini, Sanini, Sahim, Sampini, y todo esto sin la orquesta del yo, además. El oído juega a su propio resonar. Una traducción intraducible. Caracol de su laberinto. Sar sin Z, no viene de Rusia, ni tiene que ver con abedules sembrados en la nieve frente a los ojos chiquitos de Stalin. Los que Napoleón vio firmes, de pie, una y otra vez, frente a los cadáveres amontonados de sus tropas ante Moscú.
La piedra deja rodar la mano
Y el monólogo le rodaba las vísceras, a su eterna orquesta del yo, sin disfrás, ni , máscaras. La distancia crecía en el boomerang de un tiempo australiano, sin distancias, lejano por sólo serlo, arbitrario, de pampas, patagonias, nieves, montañas, grandes lagos y hielos. Hasta allí llega el paisaje, confín de sueños y de un mismo fin. Sartini no lanza la primera piedra, ni esconde la mano, la deja rodar en el camino. Libertad en la orquesta del yo, y absoluta. Firmelo, es Sartini. Made in Sartini. Sartini no se fríe en aceite como un pescado. La tarde se freía en un aceite avinagrado, era otra cosa. Paisaje reciclado. Sin la orquesta del yo, imposible. Un ambiente pagano, de cielorrasos eclesiales, carpas con aclamaciones, gritos, alabanzas, que el mismo cielo clasifica en sus aleluyas. JS, ante todo. Se interrogó en su suspenso del yo orquestado, en el vacío de la calle, recordó que ningún puente se concluía aún. Sin fin, ni principio, un extremo sin embolo. Ahí a tocar la orquesta del yo frente al mar, sin orillas, para no encontrarse con la equivocada. ¿Sartini es verano o invierno? ¿Qué importancia tiene para la orquesta del yo?, se doble interrogaba en la respuesta del yo. Se extendía la tarde, el día, y con ella Sartini sobre la azotea de un edificio más edificios, ese paisaje que se frena asimismo y dialoga com osi fueran hermanos de un mismo silencio. Dados cargados sobre el cemento empujados por unas cervezas frías brillantes al sol matinal. Cervezas exiliadas. Cervezas de la mano de la orquesta del yo, bien orquestadas. Los dedos sienten el frío de la lata, el sol se detiene un instante entre el sorbo que cae lento y lo que viene después sobre el rostro de la mañana picando entre las nubes que viajan en el ancho cielo. Sartini está en pleno concierto del yo, bajo los reflejos estelares del sol. Azar oblicuo, la vista muda de paisaje, y la orquesta del yo naufraga en solitario a sus propios ritmos, cadencias, sin artificio, natural, como el verano permite. Sartini melancólico sobre las azoteas, la ciudad a sus pies, intocable en el ruido ancestral. Es el otro espacio, de todos y de nadie. El crepuscular del día que viene. Un aire largo a la orquesta personal. No es de aquí solamente el paisaje, sino de allá y más acá. Son los viejos violines de Sartini. Il mio violino, en un sol que no termina de caer. Clave sol, mi sol favorito. La gran orquesta del yo en su máxima expresión de cuerdas. Se sienten leves las cicatrices como si viajaran dentro de un árbol. Es un nombre, lo sé,escrito mucho antes de nacer. ¿Son tus yemas o mis yemas?Tarde que tarde es cuando es tarde inevitable. El yo suma en su orquesta, las azoteas no impresionan a nadie, jardines de cemento, unas cuantas plantas y flores, soportan el vacío. Espacios, que a mí llegan. Se sientan a escuchar la orquesta del yo de Sartini en concierto. Las horas en su límite ciego. Alguien se lanza al vacío. Eso siento. Es verano, tres años después. El viento desprende unos pétalos. No estará sólo quien haya pensado lanzarse al vacío. En cualquier lugar del mundo. Un puente puede ser también el principio de unión con el más allá. Son pétalos color viento. No me he puesto a pensar en sus colores, sino verlos desprenderse de la azotea y lanzarse vacío. Un domingo puede ser. Día espléndido en un final de finales de semana. Es la gran orquesta del yo con su violín del yo, cerrado, apoyado en la mejilla del aire, pasos para otras cuerdas. Sartini es Sartini. Es su orquesta la que toca el yo más íntimo. Su globo soplado al aire sin estallar lento asciende. Es copa alzada, triunfo de la orquesta de Sartini, arriba. Se vio el manchón en el cemento- Una luz tenue sin reflejar más que el espanto. Un garabato y su significado. La crónica roja escribirá sobre el espanto su propio espanto. Yo dirìa con mi orquesta de Sartini, que por fin el cuerpo entró en comunión con su silencio. Un destino apresurado bajó de la azotea antes de tiempo. Súbito, irrevocable final. Elaboraría un mapa personal con todo su abecedario. Un pasaporte azul, dijeron los diarios, entre sus pertenencias. La crónica roja no cambiará el color de esta historia.
abril/mayo 2003/marzo 5, 6, 7 del 2006. Rolando Gabrielli©