Era un Ghostwriter y nadie lo leía. A simple vista no parecía nada extraordinario, la figura no es algo desconocido. La vieja fórmula de la sombra detrás del cuerpo. El truco del escritor fantasma, para decirlo de una manera más poética. La mano que mece la pluma, oí decir a alguien alguna vez. Me largué a reír, de manera espontánea, confieso. No fue mofa, más bien un acto de justicia con la realidad que había caído en la tentación de ficcionarse. Además de ser un fantasma, su escrito caía olímpicamente en el olvido, donde los dioses parecieran no tener piedad por las palabras que no encuentran un lector y las dejan esfumarse en el eterno jardín del silencio.
Ese día salí más convencido que nunca, que el anonimato también es un arte.
Rolando Gabrielli2023