Cursábamos el primer
año,
el tiempo era todo lo que teníamos,
en verdad, el mundo en nuestras manos,
una rueda en el camino.
sin más y en ese ejercicio nos encontrábamos
sin detenernos a pensar en cosas trascendentales,
a no ser la poesía, filosofía, todo aquello
inexplicable a simple vista enigmático,
curiosidad por lo desconocido.
Construíamos nuestros propios castillos en el aire,
sobrevivíamos con un poco de inspiración,
todo era tan nuevo, fresco, estimulante,
compartíamos la risa como el silencio
y el desencanto,
éramos kafkianos sin saberlo,
respirábamos como si fuéramos a nacer,
cada día se volvía imprescindible,
dejábamos correr el río a sus anchas,
sin más curso que su propio curso,
a veces sin sentido,
éramos definitivamente
inmortales.
Rolando Gabrielli2023
1 comentario:
Que hermoso poema. Éramos inmortales, eso se siente en la juventud, en esa juventud cultural, como si el tiempo fuera un cheque sin vencimiento. Ese espíritu de vida es maravilloso y lo vivimos.
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