Roberto Bolaño se reescribe en la obra y en el mito de una partida temprana, odiosidad y amor ante un personaje dentro de sus personajes, en medio de su prematuro llamado a la mortalidad real, dejò una obra monumental por editar con su novela 2666, que se aprestaba a corregir como otros libros, donde tambièn la poesìa clamaba por su espacio en papel.
Hace casi diez años, Roberto Bolaño realizò su viaje vikingo por el Mediterràneo, solo, como enfrentò tambièn al Boom latinoamericano, como un vaquero del oeste sin contemplaciones disparando a diestra y siniestra, para regresar silvando sobre el cañón humenante de su colt recièn gatillado.
Hijo de un boxeador amateur y de un paìs roto en su columna vertebral, convertido en una gran brasa de miedo y horror, se fue como un latinoamericano màs a buscar y hacer vida donde se respirara y llegò al irrespirable DF en la adolescencia de sus dìas y todo lo ocurrido allí entre tantos millones de personas es historia conocida, como la que coronò en Blanes, su última morada terrenal.
A nadie le hace gracia el fracaso, - menos a Bolaño- ni que las moscas posen su asqueroza sombra en su pequeño pastel que no termina de endulzar tu propio proyecto. Bolaño arañò las editorialñes e inclusive la màs famosa de las matronas de las letras latinoamericanas, editora y catalana, le cerrò las puertas. Volaba bajo y corrìa como un pinguino cortas distancias, premios provincianos, cuidador nocturno, amasaba historias y ya habìa cultivado el gènero que no hace famoso a nadie ene stos tiempos y que a veces alcanza para distraer a algunas conciencias de època: la poesìa. Venìa de vuelta de la provocaciòn marginal infrarrealista, de una petite subversiòn y se abandonarìa a la prosa.
Vagabundeò Mèxico y Estados Unidos