I
Qué paisaje,
qué horror el horror,
qué espanto el espanto
y tú con tu sombrilla nuclear,
viajando por las grandes carreteras,
como si el tiempo pasara inútilmente
y fuera un hecho más del atardecer.
La época nunca expresó mejor sus horas,
de un tiempo que no recobraremos,
ni esa bella ilusión de seguir vivos
y contar aún con nosotros mismos,
la especie suicida
que pudre el aire que
respira.
II
Dejemos que la orquesta siga
tocando,
es mejor escuchar algo de
música,
que el silencio inútil de las
palomas,
sobre la difusa línea de
sus sombras,
hacia un horizonte
inexistente,
al compás incierto de sus
alas.
No sigas confundida,
la impunidad rompe los
cristales,
siembra la rata en el trigal,
devora la harina y el pan de cada día,
corroe la suerte de nuestros pies en la ciudad,
hacia donde vamos, no lo sabemos.
III
Impunidad te instalas en el mercado persa
con tus cosechas transgénicas,
armas que arman la muerte
y matan la vida.
(La muerte asesina nunca muere, ni descansa)
y la luna hermosa asoma con sus mareas,
sobre las ruinas que arruinan el paisaje
y tú gravitas imán de mis días,
cuerpo lejano, equidistante, imaginario,
flujo y reflujo de las aguas
que mueves a placer
y no lo ignoras.
IV
El sol está allí, digo, sin banderas,
deslumbrante, centellea en el mar,
cruza la espesa, frágil, selva,
ancla en los desiertos,
es nave, luz, esfera en movimiento.
No tengas prisa,
mañana será otro día.
Rolando Gabrielli©2017