miércoles, julio 05, 2006

¿POR QUÉ ME LLAMAS EL POETA RÌO?


DE SU BITÁCORA PERSONAL este poema que tiene el nombre de un pregunta como si fuera una dedicatoria.

Un río,
es un río,
su memoria, mi memoria.
Mi lengua es su escritura.
Cuerpo de largas aguas
el río viaja insobornable,
el río permanece inmutable.
2
Es un dinosaurio herido
de muñecas grises,
espinazo verde podrido.
Su música es la de un muerto.
Ciegan sus ojos,
las luces huérfanas,
sólo se siente solo
el ronco sonido de su ataúd.
Fluye el río envenenado,
río abajo, río arriba,
un tronco a la deriva.
3
Río que nace río,
sigue siendo río.
¿O morirá el río
en tu mano
antes de haber nacido?
Rolando Gabrielli©2006

Para los AMIGOS y Lectores de Rolando Gabrielli, que no han dejado de enviar mensajes, editamos algunos de sus últimos trabajos. En uno de sus apuntes dice: He mantenido este Blog como un acto legítmo de escritura y placer, belleza y amor, obsesión por la palabra y su destino. La palabra le pertenece definitivamente al Lector.
Aquí queda en el ojo
la palabra ciega,
torpe velo, vuelo del verbo
a tientas, ojo,
primero el ojo,
después el ciego.
Rolando Gabrielli©2006

martes, julio 04, 2006

EN SANTIAGO LA LIVIANA VUELA





No eres más, no eres menos
en esta calle de sangre,
mis muelas estallan
en los ventanales esta mañana.
Soy una mancha en el frío cristal,
termómetro blanco mis huesos rotos.
Santiago en el setentitantos,
fachada del paraíso perdido,
la vida llega en un ulular de ambulancias,
tus palabras muertas,
los amigos muertos han muerto
y no descansan en paz
aunque los cementerios florezcan,
huelan a aromos, cerezos en flor.
2
Me aturde la tarde, la inútil espera,
como un guante blanco,
el gato de la tía Blanca cruza la mañana,
el mundo bajo sus pies
es una pluma que danza al vacío.
La noche en Santiago
es un ataúd virgen,
una mancha roja en la nieve blanca,
cielo negro, río negro, historia negra.
Aún no estamos ciegos para ver.
3
Oh Chile brumoso,
esqueleto de florecientes yagas,
llámame y ahí estaré
junto a tus altares insepultos,
copihues, cruces rotas, desierto,
franja de piedra loca y mar,
paisaje eterno de viento y sal,
fugaz muro, fugaz.
4
Si esta noche ardes
en cuerpo y alma,
a su vereda va el poema,
invoca la luz que arroja,
el muerto, el vivo, el verbo.
5
La poesía es fuego,
ceniza azul el poema,
asciende en su blanca hoja,
sin palabras, la liviana vuela,
el poema siento que se queda,
no me abandona.
Rolando Gabrielli

Amigos y lectores de Rolando Gabrielli. El poeta tuvo un accidente y no estará en estas páginas. Les informo para que no le escriban. Este trabajo estaba en su escritorio y de seguro le agradaría que ustedes lo conocieran. Un poema muy sugestivo.Es cuanto puedo informarles por ahora. Muchas Gracias en su nombre y en el de la poesia.

lunes, julio 03, 2006

EL DIA QUE NACIÓ KAFKA...

El día que nació Franz Kafka estaban cerradas todas las puertas de su ciudad natal: Praga. A partir del 3 de julio de 1883, hace sólo 123 años, el mundo comenzó a ser kafkiano. Andaba en bicicleta, reía, atravesaba el río Moldava sin tiempo, de espaldas sobre su bote, hacía dieta, obtuvo un doctorado en abogacía, era judío y escribía en alemán. Escribió sobre la muralla china, un escarabajo, castillo, América, varios diarios sobre sus amores, una carta a su papá, y muchas otras historias. Se especializó en la rama de los seguros, pero nunca aseguró su vida, ni futuro literario. Por el contrario, a su amigo Max Brod le encargó quemar sus manuscritos. Gracias a su “deslealtad”, comprendemos el mundo kafkiano en el que vivimos. ¿K nos heredó sus sueños y pesadillas? ¿K nos encerró en la Torre de Babel? ¿K fue un artista del trapecio sin red? ¿K comprendió finalmente que su destino era ser kafkiano? Quizás fue un puente con el futuro y él nunca existió.
Rolando Gabrielli©2006

El Puente

Yo era rígido y frío, yo estaba tendido sobre un precipicio; yo era un puente. En un extremo estaban las puntas de los pies; al otro, las manos, aferradas; en el cieno quebradizo clavé los dientes, afirmándome. Los faldones de mi chaqueta flameaban a mis costados. En la profundidad rumoreaba el helado arroyo de las truchas. Ningún turista se animaba hasta estas alturas intransitables, el puente no figuraba aún en ningún mapa. Así yo yacía y esperaba; debía esperar. Todo puente que se haya construido alguna vez, puede dejar de ser puente sin derrumbarse.
Fué una vez hacia el atardecer -no sé si el primero y el milésimo-, mis pensamientos siempre estaban confusos, giraban siempre en redondo; hacia ese atardecer de verano; cuando el arroyo murmuraba oscuramente, escuché el paso de un hombre. A mí, a mí. Estírate puente, ponte en estado, viga sin barandales, sostén al que te ha sido confiado. Nivela imperceptiblemente la inseguridad de su paso; si se tambalea, date a conocer y, como un dios de la montaña, ponlo en tierra firme.
Llegó y me golpeteó con la punta metálica de su bastón, luego alzó con ella los faldones de mi casaca y los acomodó sobre mi. La punta del bastón hurgó entre mis cabellos enmarañados y la mantuvo un largo rato ahí, mientras miraba probablemente con ojos salvajes a su alrededor. fué entonces -yo soñaba tras él sobre montañas y valles- que saltó, cayendo con ambos pies en mitad de mi cuerpo. Me estremecí en medio de un salvaje dolor, ignorante de lo que pasaba. ¿Quién era? ¿Un niño? ¿Un sueño? ¿Un salteador de caminos? ¿Un suicida? ¿Un tentador? ¿Un destructor? Me volvi para poder verlo. ¡El puente se da vuelta! No había terminado de volverme, cuando ya me precipitaba, me precipitaba y ya estaba desgarrado y ensartado en los puntiagudos guijarros que siempre me habían mirado tan apaciblemente desde el agua veloz.
F.K.

LA PERSIANA DESNUDA


El trópico es este misterio insondable, la lechuza que adivina ciega el hilo de la noche. La luz que recoge un viento azul, tibio, como si fuera una raíz invisible en el escenario diario, el espacio de la vida. Todo se vuelve trópico en el trópico, cómo explicar la lluvia que borra mi mano, el sol que se siente entrar en la noche o la humedad que reescribe mi historia en la piel. El horizonte crece en la línea de mi mano y si tuviera que dibujar el futuro, tendría la forma de una ventana. Por ahí entra y sale la tibieza del espíritu, eso que el día toca con su mano y se expande en el asombro de las pequeñas cosas.
En esta época se estaciona un mar de estrellas en el techo de la casa y las luciérnagas comparten su luz en la oscuridad. Es un juego divertido permanecer a oscuras y que la luz quede en manos del vuelo suspendido de una luciérnaga. Así la noche no se siente agredida y la luciérnaga confirma la importancia de la luz en la pirotecnia de su vuelo y majestad de su lenguaje.
En el trópico crece todo, la misma noche se agranda en el silencio o la transparencia del día ocupa su espacio infinito. Y todo se detiene para no ser lo mismo. Un reflejo de lo que ya no es o podría ser.
Las hormigas unen su cerebro de hormiga, lo colectivizan, cargan con su equipaje para garantizar su sustento cotidiano y manejan el camino de sus vidas ida y vuelta.
El Oso Perezoso tiene una vida difícil en la alterada ciudad que devora la selva y con el cemento se traga la naturaleza. Es el Neo-trópico, donde las chatarras adquieren vida y los desechos nos abrazan en las calles o en algún lugar de la casa. Con su dentadura perfecta, el Oso Perezoso se alimenta de termitas y equilibra con sus fuertes garras el tiempo que le rodea y reafirma en el círculo de ocio y vida.
Entonces se inicia el reino de sus lentos movimientos para maravillarnos en el ballet de su mundo selvático y sobre todo, ante lo vertiginoso de estos tiempos. Se abraza al árbol, es lo que vemos, pero siento que en verdad es un encuentro con el tiempo y todas las lentitudes y espacios de la espera se reúnen allí en ese gesto repetido Es su espacio, de una rama a otra rama, ahí el tiempo pulsa su paciencia. La desesperación cae de rodillas, pesada como una manzana que nadie recoge, pero alguien siente desprender del árbol. Fruto lejano en el olvido de una mano.
Ritual de nuestra época, un tiempo que se aferra así mismo, y es estampida al mismo tiempo, sal y agua en nuestras manos. Cuando cruzo la carretera rodeada de la selva, por el área del Canal de Panamá, a la orilla de la berma, en los hombros de asfalto y a veces en el centro de la propia avenida, y veo muerto un Oso Perezoso, siento que el futuro se ha detenido.
Manejo uno, dos o tres kilómetros con la imagen del Oso Perezoso vivo, en su danza en cámara lenta por algún bosque con la alegría del tiempo que no sucede, y entonces por reflejo detengo el motor y bajo a mirar el bosque, a buscar un Oso Perezoso para reafirmar que el tiempo se ha detenido. Me interno en algún camino desconocido, ese recodo perfecto que me conduce a un gran silencio. Estamos perdiendo la batalla por el presente perpetuo. La realidad es una gran aficionada al fracaso. Es perversamente demostrativa.
Como si el tiempo lloviera tiempo, así cae la lluvia en el trópico, en un intento vano por borrar mi pasado, por limpiar tal vez el futuro o eliminar la sombra que abandona el sol al atardecer y oscurece el día. Estos son mis pasos perdidos, que esconden mis días.
El automóvil es el fetiche del hombre de ciudad y la máquina se sabe admirada, adorada y ocupa su lugar.
La ciudad le pertenece y cada día y hora convierte las avenidas en un mar de carrocerías y llantas en movimiento. Los animales y el hombre pierden su vida debajo de sus gomas humeantes o frente a sus latas desmiembran sus cuerpos.
Es lo más veloz que circula por la ciudad, a no ser que seamos el viento. Pero esas cuatro ruedas necesitan de manos y pie para desplazarse contra nosotros mismos.
La mañana está cargada de luz, siento como se abre mi persiana desnuda.
Rolando Gabrielli ©2006