Fuiste un autista sin nombre
por las calles de Santiago,
tantos años después de la sangre
y la muerte en alta mar,
donde buceaban ciegos
los cadáveres arrojados vivos
del alto cielo.
Volviste, extranjero, forastero,
en tierra de nadie dominada
por el sopor del verano.
Una raza digital, estúpida,
se erige en las sombras
del dìa y la noche,
a todas las horas posibles
conectada con la distancia,
minusválida de afectos personales,
rìe en solitario y un selfie
se llena de autoestima y realismo,
viajando por el Metro.
La belleza del diálogo
se perdió en alguna estación
por construirse en alguna
nueva ruta.
Haz estado allì para verlo,
la primavera fue otra cosa
se sostenía por sì misma,
con su encanto provinciano,
alejada del bullicio,
màs bien envuelta en la seda
que arroja el gusano
antes de volar.
La ciudad es la metáfora perfecta
de un cuerpo desnudo,
sin alas.
Tus compañeros de juego
se habían jubilado,
la casa paterna derruida por el tiempo
y abandono,
tu madre silenciosa te recibiò
alegre después de las flores
que pusiste en su tumba.
Todo ha cambiado para peor,
la poesía no es ni la sombra
de algunas palabras
que alguna vez escuchaste,
de algún poeta ebrio
en las noches de Santiago.
No importa la fe,
que tù profeces, me digo,
la suerte està echada,
sigue soñando los viejos sueños,
puede ser un camino fácil y repetido,
pero la ciudad seguirà siendo
una metáfora
de lo que fuiste y no fuiste,
de tu suerte de no haberte
convertido en làpida
para las futuras generaciones,
antes de tiempo.
Rolando Gabrielli©2019