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Duràn, la leyenda por estas calles de dios
Roberto Duràn, Mano de Piedra, campeón mundial de los pesos ligero, welter, superwelter y medianos, aunque camine por estas calles de dios, ya està en la gloria, es leyenda viva.
ROBERTO DURÁN, el último round
Dos viejas crònicas, tal como se escribieron
Por Rolando Gabrielli
Analista Internacional
Ningún atleta en Panamá, ni boxeador latinoamericano produce tanta electricidad, crea una atmósfera de acontecimiento único, como Roberto Durán.
Hombre de temperamento, coraje y de una pegada formidable, intentó remontar vanamente sobre las esperanzas panameñas y latinoamericanas, en el ocaso de la gloria de su carrera a los 47 años de edad.
La ciudad de Panamá, festiva, bulliciosa y alegre por excelencia, siguió la pelea de Durán frente a William Joppy, en un silencio sepulcral.
Uno a uno, hasta tres, fueron cayendo los últimos rounds del ícono panameño, el atleta más grande de todos los tiempos libra por libra, pero cuando el ocaso toca las puertas, hasta la propia fama se las abre para rendirse.
Cayó ante un campeón, 20 años menor que él, en la plenitud de sus fuerzas, cuando ya el cholo chorrillero ha dado dos veces y media la vuelta al calendario del éxito y de la vida.
Para Durán, este último round tiene sabor a fin de jornada, una de las más largas, exitosas y excitantes de un boxeador en todas las épocas, y ello debiera ser suficiente para quien ya ha demostrado todo en el cuadrilátero.
El retiro no es abandono, ni pérdida de prestigio, sino una verdad de apuño, humana y necesaria, sobre todo, cuando aun se está a tiempo.
El super-atleta, podría entrenar a nuevas generaciones en un moderno gimnasio, al cual, estoy seguro, acudirían pupilos de toda Lationamérica a conocer a la leyenda panameña y a aprender de su mágico oficio que lo llevó a la cumbre del boxeo mundial.
Durán tiene pendiente una película y un libro de su vida, que serían notablemente exitosos y rentables, porque su figura seguirá pesando en el mundo boxístico más allá de los tiempos.
Mano de Piedra, el Cholo, no tiene precedente con sus cuatro coronas en búsqueda de la quinta hasta el final de sus días, como si la gloria ya pasada le resbalara de pie a cabeza.
Los comentaristas pueden coincidir en afirmar ahora que subió al cuadrilátero en plena forma, como si fuera local, con el aprecio de una fanaticada que admira su persistencia más allá de los tiempos y su innegable leyenda escrita con los puños cerrados de la gloria. Pero también dirán, que el tiempo fija plazos inexorables y más aun en un deporte de lo suyo belicoso, exigente, duro, y donde la gloria tiene sabor a knock out.
Volvió el Cholo de Guararé tras un nuevo trofeo, la última gloria en medio de décadas de triunfos y ásperas derrotas, inevitables en una carrera tan prolongada y a prueba de todos los fuegos del cuadrilátero.
Porque si hay algún boxeador que ha desafiado a grandes campeones, expuesto su corona y rifado sus glorias al coraje de los 12 asaltos una noche en Nueva York, o en cualquier parte del planeta, ese ha sido Roberto Durán.
Panamá volvió a emocionarse el pasado 28 de agosto hasta la paralización del pulso de la nación que latió a un ritmo pausado, ya no del otrora gladiador del siglo XX: Roberto Mano de Piedra Durán.
Es cierto, no volverá con una nueva corona, la quinta de su pentagrama, pero continuará siendo el Rey, cuyo mayor cetro seguirá siendo su indudable coraje.
Durán debe permitirle al país, al pueblo panameño, a las entidades deportivas, que despidan su brillante carrera con un hasta pronto en el más extraordinario homenaje popular a quien ha dado tantas glorias a la nación.
Duràn, la leyenda sigue haciendo historia
Rolando Gabrielli
Analista Internacional
Hay momentos en que las campanas suenan para todos. Nadie escapa a esa llamada, al eco silencioso y definitivo. Emperadores, reyes, intitutrices, no hay excepción a la regla. Siempre hay una hora, un final. Hay un tiempo para el hasta luego o el adiós. Es la ley de la vida, del hombre y sólo la naturaleza permanece en un ciclo que pareciera una marcha sin fin, pero ni siquiera eso. La renovación es una constante de la vida. El hombre, el primero. La vida, 80, 100, 120 años, a lo sumo, retorna a su origen. Polvo al polvo, dicen las escrituras.
En el boxeo, como en la vida, hay un tiempo para ganar y otro para retirarse. Ley inexcusable del tiempo. Inclusive, hay un tiempo generoso para saber perder. El fiero deporte del boxeo fija el tiempo de manera inexorable. Pocos, contados con los dedos de la mano, escogidos por los dioses, rompen la barrera del tiempo. Se alzan con la corona y prolongan la fama en vida activa. Sólo unos pocos. Nombres que la historia y los pueblos registran con la devoción de una memoria generosa. De generación en generación se transmiten las hazañas.
El prestigio del atleta y del país sube como la espuma, y se instala en el podium de la fama. Registra el hombre o una mujer un momentum en la historia junto a la Nación que representa.
Pero cuando los triunfos se repiten por años, los títulos caen de la mano fiera lanzada sobre el oponente en un cuadrilátero, y cuando la excelencia se prolonga por décadas, nace la leyenda.
Las leyendas suelen ser historias no siempre verídicas, ni apegadas a los hechos. Encierran historia, tradición, mito , epopopeya, fábula. Surge de la suma de triunfos y hazañas.Crecen en el tiempo como la llama que prende el trigal. Se esparce de boca en boca, oído en oído, y permanece en el tiempo, y como una antorcha nos guía hacia nuevos triunfos.
No se apaga ni con el rumor de las olas.
La leyenda nace y se construye joven. Puede ser a los 21 años de manera excepcional en el demoledor deporte del boxeo. Un día en Nueva York, puede llegar la fama, como una gran manzana.Abarca continentes, suma espacios, geografías y razas. Devora con sus puños la eternidad. Consume la tinta de los titulares. No es pasajera, sino aunténticamente raizal, nacida para perdurar. Si es verdadera, brilla con luz propia, la que nunca se apaga, ni siquiera con la derrota o el retiro. Su fuerza radica en la excepción. Su fortaleza son sus cimientos.
Para la leyenda no hay final, ella permanece inmutable, porque no es efìmera. Su condición es para siempre. Nace para la memoria. Para ser voceada por los tiempos.
La leyenda viviente en el boxeo mundial se llama Roberto Mano de Piedra Durán, panameño, 49 años cumplidos en el ring, en el ex gimnasio Nuevo Panamá, (hoy Roberto Durán), y obtuvo su quinto título, el viernes 16, en esta capital ístmica, donde cierra su carrera de cinco décadas, sin haber perdido jamás una pelea en ese cuadrilátero.
El pueblo no dejó un espacio libre, hizo sentir su presencia, la atmósfera cálida de su sangre del trópico, y como siempre, aclamó con devoción y respeto, a un ídolo con puños de hierro, que entró con coraje y pasta de gladiador a la historia de los super campeones.