Dos poetas
atraviesan la noche chilena
frente a
un fortificado palacio presidencial,
(el
silencio miedoso de la calle
acompaña
la oscuridad y no la diluye).
Uno viejo
y otro joven,
uno
consagrado,
otro
sin libreto, ni agenda,
todo por
improvisar en la palabra.
Se
desplazan como en una obra teatral,
el mayor
lleva la batuta,
laureado,
casi solo en la pista,
no le
incomoda el lugar,
domina el pulso del
discurso y la historia,
gesticula como en el
cine mundo,
no tiene rival y no
está dispuesto
a ceder el timón.
La noche es más
negra,
en tiempos de
dictadura,
apuran el paso, pero
siempre distendidos,
hay un solo discurso,
(los habitantes de
la ciudad
se han recogido bajo
sus sombras),
los poetas avanzan,
un monólogo se
purifica
en sus propias
palabras,
no hay ningún plan, solo una calle
en línea recta.
La ciudad le
pertenece a esa oscuridad
dividida en ángeles
y demonios,
los poetas forman
parte de la historia,
han salvado el
pellejo,
por esta vez,
se desplazan por sus
propios medios,
el más viejo
permanecerá en el lugar
haciendo historia,
subiendo a la montaña
rusa
de la poesía,
el más joven
abandonará el sitio,
por precaución se
subirá a un avión,
desde las nubes a la
distancia,
verá alejarse de sí
mismo,
a un largo país,
con un océano inmenso,
unas montañas
colosales
y al sur de su mirada,
desaparecerá.
Rolando Gabrielli©2020