En un punto muerto,
la vida también fluye
a su manera.
Si se estanca, quizás
alguna dirección toma,
porque aún la nada,
es algo casi
indescifrable
y existe como el fantasma
de nuestros temores.
Así, las palabras
adquieren cuerpo y alma
y en sus formas, aún,
en la espesa niebla
de las indecisiones
o bajo el sol calcinante
que las devora,
pueden volver a la vida
de quien las convoca.
Cada vocal, sílaba
o consonante, cuenta,
es parte de lo que somos,
nuestra raíz que asoma
entre las piedras
que nos arrojan,
los verbos, gerundios, adjetivos,
los vergonzosos, admirables calificativos,
epítetos que no alcanzan
para un simple maquillaje
de actor de provincia.
La humillación como ceremonia real,
siempre reclamará su pérfido trono,
y su broche de oro
será un final
irrepetible
para cualquier historia
que aspire a formar parte
del pasado.
Rolando Gabrielli2023