a la mujer Sol, por su brillo naturalYo estaba por viajar. De alguna manera siempre lo hago alrededor de una idea. Una manera de aproximarse al deseo. No recuerdo cuando comencè a soñar con Nueva York. Y todo partìa de una noche mirando desde un ventanal caer la nieve. Un sueño nada original, pero era como traspasar el sol intacto en la noche y caer en otro lugar. Los dìas pasan de galope. Nunca tropiezan, sòlo caen del calendario. Se recuperan al dìa, semana, al mes siguiente, pero ya nunca son los mismos. Un dìa se repara con otro dìa, quizàs, pero algo se queda en el camino. A eso le llaman tiempo, algunos. Piensan que el tiempo existe, no pasa, sòlo es. Algo como una franquicia global. Tambièn alguien la administra y a todos no le tocan los mismos minutos. Recibimos un sobre blanco que vamos llenando. Pienso que ese alguien ya lo echò por nosotros a un buzòn rojo con todo el tiempo estipulado. Al final llega a casa o a donde nos encontremos. La jornada se da por terminada. Tantos años, meses, dias, minutos, segundos. Firmado, el tiempo. El tiempo esipulado, jugado, dirìa. ¿Los sueños alargan el tiempo, lo modifican, sustraen, re- inventan o ponen en duda su existencia? ¿Existe un congelador del tiempo?
Habìa escrito no sè cuàntas pàginas sobre un Brooklyn desconocido, poemas para reencontrarme con un Manhattan pensado como una isla de fresa, escuchado a viajeros hablar de las calles, taxis, de la gente pululando como en un mar de pieles en contravìa de sì mismas y anotado algunos detalles en libretas sobre lugares emblemàticos: Broadway y quizàs bares subterràneos, sitios pegados a una manìa personal, donde hubo una poesìa en sordina cruzada entre un cliente y una camarera. (A gritos, a veces, el eco de un bar se escucha años despuès.) El Central Park atravezado como una larga noche ciega vestida de blanco. La daga de un lancero tembloroso, amante de la noche y las estrellas. La pintura quizàs estaba màs a flor de museo y era màs fàcil verla, palparla y quedarse con algùn color aunque fuera en blanco y negro. En los museos casi todo es menos real. Sin embargo, se siente lo que las personas dejaron allì. Uno se aisla frente al objeto, el color, la imagen, toda la textura se hace memoria. De todas maneras, la ciudad tenìa un pasado, aunque no la conociera. Cuando uno cultiva la nostalgia de lo desconocido, se apropia de una imagen aparentemente màs real que la verdadera. Se van sucediendo las imàgenes como pies cruzados bajo la mesa. Todo apunta hacia un silencio casual. Los pies tienen una enorme capacidad para comunicarse. Su mayor aspiraciòn es otorgarnos estabilidad. La velocidad tiene un lìmite, es un ejercicio, y algunos pasos son necesarios, arbitrarios o falsos. Corren por nosotros despavoridos como empantanados en el espanto.
NY se hacìa cada dìa màs distante. Asì resultan desembocar los sueños, en un largo ataùd de esperanza. Uno los ve viajar en carrozas de oro y permanecer jòvenes con oxìgeno de buzos o astronautas. Parecieran preparados para superar la niebla, las lluvias, la nieve o el sol del desierto, siempre tan reprochado por su presencia de dios iluminado. Es màs fàcil atravesar un trigal de noche mirando hacia el cielo.
¿Las manzanas se caen de los àrboles, como los sueños de las camas? ¿Alguien tiene que soñar o la màquina de los sueños se oxida? NY se las arreglarìa para contratar a Leonardo Da Vinci para que le fabricara una a su medida y que incluyera todos los sueños de Hollywood y màs. Eso ocurre cuando se siembran sueños de todos los tamaños y deseos. ¿Los sueños son un virus, mutan, cambian de cabeza, van y vienen, tienen sus propios còdigos, alguien los empuja a soñar?
El ùltimo sueño habìa sido muy reciente. Estaba en una mesa redonda, recostado, en medio de un lobby de hotel que no se mostraba en ninguna de sus realidades. Es decir no habìa màs escenografía que tres personas. Una camarera de ojos grandes, pelo de miel y muy alegre. Parecìa extranjera. Checa, dirìa. Olìa a verdad. Un muchacho que tenìa un grupo de clavos doblados, de esos que se usan para destruir llantas de automòviles. El joven hablaba que se preparaba para una concentraciòn. Supongo que polìtica. Era un rompe huelga. Las multitudes ponen a soñar a los polìticos y cantantes. El otro, ensacado, con corbata, revisaba papeles y se levantò para llamar a su mujer. Iba a hacerle una invitaciòn. (Trato de ser lo màs fiel con el sueño), pero le advertìa a la mucama que si no la encontraba, le darìa una entrada a ella. La mujer sonreìa, aunque tenìa seguramente todos los oficios del hotel detràs de su espalda. Los sueños son asì. Opcionales. ¿Fueron escritos para ser soñados? Se suponìa que todo sucedìa en Nueva York, sin que Nueva York existiera màs que en esa mesa redonda. Yo seguìa recostado sobre la cubierta y estiraba mi mano derecha sobre unos papeles. Era de madrugada. Nadie me decìa nada. No parecìa formar parte del escenario. No sè si me ignoraban o no me veìan. Despuès de todo, era mi sueño, algùn poder debìa tener. Ellos estaban en su rutina diaria. Yo formaba parte de la magia. Todos volverìamos a nuestro lugar una vez se cortara la comunicaciòn con mi cerebro.
NY es màs interesante que esta escena que no alcanza para una esquina fìlmica de Woody Allen, un maniàtico, obseso, vampiro de NY. Pero los sueños no te dan opciones, asì como tampoco ponen condiciones para que tù los realices. Yo he intentado salir de un sueño y he caido en otro, asì encontrè un pasatiempo nocturno: alargar los sueños. Es como formar parte de su fabricaciòn, sin saber a donde me conducirà. Escaparse de un sueño es como intentar sacarse unas esposas. No es igual. Es un sìmil. Primero, nadie te obliga a entrar a un sueño. Aunque debemos reconocer, que la cabeza es un estado condicional. Digamos, un espacio abierto. Un muro para rayar. Un puerto para el grafitti. Nunca he sabido si alguien viene y te cuenta un sueño. O siempre es la misma màquina de contar para todos en una larga noche sin fin, con sus ramificaciones, bifurcaciones como en los caminos que atraviesan otros caminos.
Los sueños no tienen tìtulos. Tienen una textura de monos animados, cine mudo, son gaseosos, fràgiles, volàtiles, el material no pareciera de este mundo, sino del de los sueños. Suelen evaporarse y salir quizàs por donde mismo entraron. ¿O tienen una puerta para los sueños? Sentì por ejemplo que con la camarera nos miramos todo el tiempo de reojo como para no vernos. Un sueño se disfruta por su complicidad y la tibieza de una sombra con algo de personal. Es que con la ruina del sol no se juega. Sòlo pensaba como si la realidad no existiera. Estuviera vacante un pedazo de la historia. Mañana, decìa mañana. NY era mi mentira. La ciudad se reiventaba, y yo estaba atascado. 11 millones y yo sòlo formaba parte del sueño. Los neoyorkinos seguìan sus rutinas y preocupaciones como siempre. Intentaban ser felices aunque fuera mirando una vitrina.
Recordè despuès del sueño unas viejas fotos de una niña corriendo en un aeropuerto casi vacìo. Era como si mi viaje estuviera suspendido en sus pies y mi cuerpo flotara en el aire y se esfumara. Ella caminaba como un tiempo feliz de la vida en rosa, con su trajecito de poco màs de tres años. Acudo a las fotos, porque la memoria es falsa. Va saltando como en una rayuela. Sòlo lleva su risa encantadora y su pelo azabache, la distracciòn de sì misma. Ella y el aeropuerto frente al mar. A veces no necesitamos màs. Una foto puede enseñar hasta el miedo.
Los dìas de la semana pasan y cambian. El tiempo nunca se sabe un perdedor. Es uno quien queda a mitad de camino. Un tañido de campana trunco. Pero los sueños tienen su manera de arreglàrselas. Cuentan con sus recursos, al parecer. Miraba por el ventanal las estrellas. Las que siempre me produjeron una verdadera felicidad. Si brillan tan alto, por que no, me decìa. Al dìa siguiente saliò el sol de tal manera que las nubes no se atrevieron. Se pintò de mar el cielo, pero sin olas. Un azul celeste sin perturbaciones. La cara de lo apacible. Era domingo, lo recuerdo con precisiòn. No habìan ovejas pastando en el cielo, me dijo ese dìa Isabella, cuando llegò con dos pasajes a NY. ¡Hello!, Nono, exclamò, y yo alcè la mirada, aunque el sol me daba de lleno en la cara. No me intimidaba el brillo, ni la luz que devoraba cada uno de los espacios. - ¿Què dices ahora?, me preguntò rièndose a carcajadas. Yo tenìa entre mis manos un libro de Ray Bradbury. Volvìa a èl como un condenado en el pabellòn de la muerte. Remedio para melancòlicos es su tìtulo. Isabella me miraba a los ojos y agitaba una hoja donde se detallaba el itinerario y el equivalente a dos pasajes. Destino: NY. Habìa un cuento de Ray que me llama particularmente la atenciòn. Todo el verano en un dìa. Yo seguìa viviendo en un paìs que poseìa una de las tarjetas doradas que repartiò el sol con 12 horas efectivas de luz.
Los espacios de Ray son en la tierra y en el espacio y viceversa. Los fantàstico es real. La ficciòn es casi un premio de la realidad. Las personas viajan, viven el futuro su pasado màs pròximo y pueden hasta regresar o llegar a colonizar otros mundos. Primero me llamò la atenciòn el tìtulo del relato. Un sòlo dìa de verano. Pensè si eso nos ocurriera. El planeta visitado era Venus. Un lugar de lluvias sin fin. "La lluvia habìa triturado mil bosques que habìan crecido mil veces para ser triturados de nuevo". La selva atrae la luz y la lluvia. Con ese paisaje dormìa algunas noches, despuès de cada lectura. La protagonista, la ùltima niña en viajar a Venus, era odiada por los demàs niños porque tenìa un rostro pàlido de nieve, por su silencio ansioso, su delgadez, y su futuro posible. Era la ùnica que tenìa aùn una referencia clara del sol. Ella habìa escrito un poema en clases cuando hacìan recuerdos del sol: El sol es una flor/que sòlo se abre una hora.
Isabella me miraba algo sorprendida cuando le contaba esta historia. Ella y el dìa estaban radiantes. El sol se habìa instalado en sus mejillas de mango. La protagonista era una niña silente y sòlo cantaba cuando las canciones se relacionaban con el sol y el verano. El sol es como el fuego de una chimenea, decìa ella y los niños la trataban de mentirosa. Ella veìa cada mañana cuando vivìa en la tierra, el sol de Ohio. Parece un nombre japonès, pero es un lugar de Estados Unidos. Isabella lanza una carcajada que se siente en Venus. Los niños que vivìan casi todas sus vidas en Venus y habìan olvidado la tibieza del sol y su color. La niña deberìa viajar pronto a la Tierra porque necesita el sol para seguir viviendo. Pero ella algo esperaba y los niños se lo vieron en sus ojos. Asì relata Ray Bradbury. Un tal William la fastidiaba porque era diferente Y ella espera el sol. William se las ingeniò para empujarla y arrastrarla hasta un tùnel y abandonarla en un closet para que no pudiera salir y ver lo que vendrìa. "Saliò el sol. Tenìa el color del bronce fundido, y era muy grande". Pero sòlo durarìa una hora. Todos corrìan "como animales que han escapado de sus madrigueras," para sentir y ver el sol. La selva donde vivìan sin sol, tenìa el color del caucho y la ceniza, de las piedras, del queso blanco y de la tinta". Bastò que una gota cayera en la palma de la mano de una niña, para que se echara a llorar. De pronto, cuando el sol habìa partido con sus zancadas de niño bueno , se acordaron de la niña del closet. Llegaron frente a la puerta y la dejaron salir.
El cielo nuestro continuaba iluminado. Isabella me recordò que le habìa contado ese cuento muchas veces y que me creìa. Sòlo deseo acompañarte para que conozcas NY, me dijo, y cumplas tu sueño. Yo voy a ir a Wall Street y como Margot, la del cuento, me presentarè con una moneda de oro tan grande y brillante como el sol para comprar el mundo.
Rolando Gabrielli©2009