Me identificaba con una música
un poco dulzona
a mediados de los sesenta
y el mundo me agradaba,
parecía el mejor lugar posible,
no teníamos grandes responsabilidades
más que vivir esa atmósfera de época
de jóvenes que todo lo intentan
al filo de la realidad
Leíamos lo que a la mano nos llegaba,
algunos clásicos del momento
y otros de la vieja escuela,
pero leíamos.
La poesía nos identificaba,
saber algo más de ciertos autores,
biografías mínimas que nos explicaran
que había detrás de sus palabras.
Criticábamos lo que estuviera a nuestro alcance,
los dioses compartían nuestro Olimpo
de lápiz y papel, palabras,
que se buscaban así mismas.
Santificábamos o sacrificábamos
ante nuestro propio altar.
No crean que todo era un paseo
por las bucólicas calles de nuestra época
o de la página en blanco que ardía
en nuestras cabezas.
El mundo tenía una guerra clavada
en su garganta .
Saben a que me refiero,
se ha documentado hasta la saciedad,
arrozales quemados con napalm,
aldeas borradas sin memoria,
algunos regresaban locos a sus casas
y volvían a matar.
Nada aparentemente nuevo bajo el sol.
Los hippies hablaban de hacer el amor
y no la guerra en las carreteras sin tiempo,
adoraban el sol detrás de las montañas.
Solo había un plan simple,
vivir la vida,
libremente,
un principio para cualquier tiempo
y época.
La Guerra Fría lo cubría todo con su hosco manto,
la muerte patrullaba cielo, mar y tierra,
los Beatles también zumbaban por todas partes.
No todo quedaría grabado en nuestras mentes,
venía otro mundo de alguna manera,
con otra historia
por vivir,
aún no escrita,
quizás por escribir.
Rolando Gabrielli©2015