miércoles, mayo 13, 2020

En la nueva normalidad

Tú y yo,
en la nueva normalidad,
no lo imaginè ni en el màs perfecto
de los escenarios,
viendo pasar la vida detrás de un cristal,
en la magnìfica soledad de las calles,
la ciudad que bufaba bajo un sol radiante
o una lluvia diluviana,
ahora en la majestad del silencio,
el principio quizás de las cosas
en su nuevo orden.
Tú me preguntas, que es la nueva normalidad
y no puedo dejar de pensar,
tú y yo frente a frente,
con  guardadas distancias en un cafè,
sin màs aroma que un tiempo nuevo,
difícil de explicar, como suele ocurrir,
con las cosas que no se planean.
Rolando Gabrielli©2020

martes, mayo 12, 2020

Este es mi espacio

Este es mi espacio,
contiene todo lo deseado
y entre sus lìmites
mi imaginación escribe
la vieja historia  de nuestro
confinamiento y aventuras,
que no cruzan mares, ni vuelan
sobre aeropuertos o desiertos,
las ciudades  las reservo
para mis sueños  cotidianos,
 donde construyo, levanto  estructuras
 y  practico el arte de la vida,
como una pequeña historia personal.
Rolando Gabrielli©2020

lunes, mayo 11, 2020

¿Què ciudad, què paisaje?


¿Què ciudad , què paisaje,
 construiràn en las calles del futuro
que no conoceremos, tal vez?,
te preguntas, y en verdad no sabes,
te sientes con un atraso de cien años,
otros  viajaràn en automóviles voladores
y las casas serán tan pequeñas que no se verán,
el cielo podrà tener un segundo piso
y no estarìas satisfecho ni a gusto
con una autopista personal
 asfaltada al màs allà.
El futuro, ciertamente, es una adivinanza,
una probabilidad, dados que el azar arroja
sin sentido  al azar de un mundo desconocido,
no vuelvas a decir que nos pertenece,
eso fue en el pasado.
Eres tan volátil como el cambio de luces
en que la noche nos arroja a bares vacìos
en tiempos de pandemia, en días de ocio,
 incertidumbre, de  palabras muertas
para oìdos sordos y aùn no me escuchas,
como si fingieras haberme conocido.
Ya nada es un compromiso,
ni la lluvìa, ni el sol pueden variar
una estación tan solitaria,
acomodada en el calendario de  estos días.
Nos hemos visto en  un espejo retrovisor
màs alejado que nunca de la realidad,
en ninguna otra época ni tiempo,
el reflejo fue un punto ciego
sin intención de ver,
màs allà de un presente perturbador.
Es cierto, si esto no cambia,
no leerè màs los obituarios,
me revelarè a ser el mismo,
cambiarè de lecturas cada dìa,
ninguna historia aceptarè sin respaldo notarial,
lo que se diga no tendrá sentido,
abrirè las puertas para que entre el vacío.
No ignores estas palabras,
un camino roto tiene a veces màs sentido
y no volverè a mirar  lo que no he visto,
ni verè por ningún motivo,
todo lo que seguirè viendo
Rolando Gabrielli©2020
 

domingo, mayo 10, 2020

Los pioneros tambièn mueren, viva el rock


LOS PIONEROS TAMBIÈN MUEREN, VIVA EL ROCK

Así es como se van las épocas en las letras de las canciones,  quedan sin duda los ecos de aquellos días, sus huellas y memoria. Es cierto que es pasado, polvo de ayeres tal vez, como todo lo humano que viene limpio, transparente, y asimismo parte esfumándose en la semilla que quizás pudiera dejar. Las hojas también caen y  se renuevan.

Ha muerto Little Richard, una parte importante de los cimientos del Rock and Roll, el ritmo  de mi generación y así van sucediendo uno tras otros los pasos en una pista de baile. Definitivamente la música marca épocas, hace historia, recorre nuestra juventud  como la sangre las venas, hijos  del Long play y del rock.  Cuando se lo quisieron  pasar a llevar  de los escenarios de la historia, fue categórico y no mentía: soy el pionero, el arquitecto del rock. El rock tiene historia, protagonistas, mentores, raíces y mezclas de muchos ritmos, esa síntesis  vertical de sentimientos y movimientos, una euforia ancestral  hacia adelante y atrás como una mecedora comentan los primeros historiadores. Pero como en todo en la vida, hay mucha goma de mascar y se pega en cualquier lugar, la saliva es inagotable. El rock ha resultado más fuerte que sus protagonistas y leyendas, ha demostrado tal fuerza que vino para quedarse, y los que ya no bailamos rock, hemos vuelto a la mecedora a repasar aquellos pasos y movimientos fantásticos que  encendían las noches juveniles.

Cae la tarde en Santiago de Chile, Nury y su hermana Nancy pasan por la esquina del barrio con una radio escuchando  rock y riéndose como en una cinta musical. Seguí con la vista las dos siluetas bamboleantes, pero yo no bailaba rock, ni nada, mis pies estaban tiesos, vírgenes. Mi timidez me retiraba de cualquier pista posible y ni siquiera me aproximaba a ninguna de ellas, porque el ridículo no era una abstracción, sino una apabullante realidad, socialmente  vergonzosa. La adolescencia no  perdona ningún paso en falso, a pesar que es una época de crecimiento, son tiempos de ensayo y error.

Me quedé tarareando la música  que el radio esparcía por la calle  y un poco rumiando su recuerdo  al anochecer. Vapores de adolescencia, nostalgia de la edad madura, tiempos, tiempos vivos  de otro calendario. Los días pasaron como suele ocurrir con el tiempo y conocimos a las hermanas Guerra. Nos invitaron a su casa a dos cuadras. Tenían un saloncito donde bailaban. El piso de madera  brillante. Gente de la cultura, lecturas, intereses nacionales. El toca discos tradicional de la época giraba y giraba y las hermanas hacían su exhibición  y ahí también estaba su hermano, más contemplativo y observador, solo dejaba que la música llegara a sus oídos. El saloncito, que oficiaba de una salita de recepción, tenía una ventana a la calle. Uno de los tantos lugares  en el mundo donde se bailaba Rock and roll y no figuraría en ninguna historia de revistas famosas, ni sería objeto de comentarios radiales, ni de otros pasillos que no fueran los del mismo lugar.

Para mí hermano y yo era una gran novedad y un escape de la monotonía juvenil y de la férrea disciplina paterna, estacionada en el castigo, censura, advertencias, culpa y todos sus derivados de la época. Los sábados era el día del Rock and roll, algunas boquitas, -qué atenta era esa gente, las personas de esa época- Coca Cola, risas, conversación, la búsqueda de intereses comunes, nos mirábamos a los ojos sin  casi pestañear y de telón de fondo la música  como una rima plateada en el atardecer de Santiago.

Nury comenzó a enseñarme los primeros torpes pasos, aflojar la cintura, atreverme a desafiar al rock, porque siempre supe que  el rock te lo permitía, es más, exigía decisión, una combustión diferente, animaba a perder la cabeza, seguir el movimiento de los movimientos y respirar felicidad. Me paré torpemente  en medio de la pista, como un maniquí, una especie de espantapájaros a la espera del sol, la lluvia, lo que viniere.

Años después me daría cuenta que el rock era negro, una música de alma negra, un puerta cultural para salir del infierno en Norteamérica, una verdadera  pasión ancestral en búsqueda de la libertad. Fue un blanco, eso sí, el que  abrió el candado a  esta fuerza incontenible que  ponía a bailar a los pies  mas tiesos, y que despertaba todo tipo de euforias y también malestar como ocurre con las revoluciones y los movimientos rompedores.  Pero ya había historia negra anterior, no reconocida como debiera, pero existía.

En el saloncito solté los pies, yo mismo me asombré, me dejé guiar, recuerdo perfectamente, por la maestra en el rock y la mecedora comenzó a funcionar  con la sincronización del va y viene, tan propio del rock, esa sincronización creativa, porque estimula a fantasear, a dispararse en el aire, fluir, flotar y volver al sitio de partida. Hay mucha complicidad en sus movimientos, entrega, olvido a pesar de las cuidadas formas que va adquiriendo cada paso en la improvisación personal y la relación de binomio que nunca se rompe y siempre se recrea el uno en el otro. No dejé más el rock. En los malones mostraba mis destrezas en la pista, había algo en los genes, al parecer. Los sábados por la tarde íbamos al saloncito en búsqueda del placer del rock y la charla amical distendida, grata, reconfortante y estimulante.

Un día la sorpresa nos sorprendió, a mí en especial, cuando entre  y se escuchaban los legendarios versos  de Veinte Poemas de amor y una canción desesperada de Pablo Neruda. Inolvidable reencuentro con la poesía del mito de la época, el audaz Neftalí Reyes Basoalto, que dejaba caer su lenta voz y palabras en nuestros adolescentes esponjosos absorbentes sentidos. Había llegado  con fuerzas la poesía y no éramos los únicos en Santiago que escuchábamos al vate, una poesía que nos conectaba con el amor y la vida, la realidad social de una época y el mundo.

El rock fue  un  poderoso eslabón social, un imán de la época. No necesitaba un relacionista público, se  había instalado en el centro de la guitarra eléctrica Elvis Presley, aunque la nueva leyenda, contaba con esta herencia  poderosa de las minorías negras, esclavas, y blancos marginales, que a través del blues, góspel,  jazz, country, entre otros ritmos, habían revolucionado  la música, el alma de una generación. Llegó la película  La mujer que yo adoro, como primer actor Elvis, y recuerdo en el teatro Monumental como la gente bailaba ante la pantalla. Un escena nunca vista en la sociedad chilena de la época, austera y pata tiesa, pero Elvis  ponía cualquier esqueleto en movimiento. Oh, el rock and roll/no deja de bailar en  su propia historia/ la muerte de un inmortal/en esta fiesta del adiós/con solemnidad el mundo debe continuar/y las guitarras hablar/El rock nunca morirà/mis pies, tus pies lo sostendrán/en el primer salòn de baile/que veamos en la ciudad/Un rockero no para de bailar hasta el amanecer/y vuelve a empezar donde una guitarra y saxofón/comiencen a tocar.

Little Richard fue un niño pobre, negro, gay, en una época poco tolerante, impuso su talento, pasión, y no dejó de ser quien quería ser. Para qué más datos, las estrellas nunca mueren, fue muy admirado en Inglaterra, Estados Unidos, sin duda, y por los Beatles, y tuvo una larga vida como pocos cantantes, músicos estrellas, que pareciera tuvieran un pacto con la muerte. Inspirò a Elvis Presley además. El rock tiene  su futuro asegurado, una historia que lo sostiene a prueba del tiempo. Lo popular tiene  fuerza y energía propia.

Elvis Presley le puso una  cara y un perfil al rock,  volvió a bautizar y proyectar con una nueva imagen, un blanco con voz de color y movimientos también  afros. Los Beatles lo veían como su ídolo, pero Elvis como una amenaza para su fama en Estados Unidos. La música se estaba renovando y los Beatles venían  con sus propias propuestas. Cuenta la historia que Elvis en una cita con Nixon en la Casa Blanca, había denunciado a Lennon como anti norteamericano, por decirlo en una palabra genérica. Le habìa escrito una carta previamente, con una letra infame, donde se ofrecía como agente federal.  Cosas del pentagrama  de las estrellas  rockeras y del pop rock.
Después vendría la betlemanìa, que generación afortunada fuimos, digo, con estos grandes artistas, bandas, movimientos musicales populares, que construyeron nuestro imaginario, junto a la cultura popular de los paìses donde nacimos y vivimos. Elvis tenía razón, pero su decadencia era inevitable, los ciclos van moviendo al mundo, algunos son un largo duración en vida como Little  Richard, al que estamos despidiendo en sus largos 87 años. Queda la historia, lo vivido, el aroma del tiempo, como diría el autor de un libro del mismo nombre y es màs que una metáfora, una sensación real. Larga vida al rock, muchachos.
Rolando Gabrielli©2020