LOS PIONEROS TAMBIÈN
MUEREN, VIVA EL ROCK
Así es como se van las
épocas en las letras de las canciones,
quedan sin duda los ecos de aquellos días, sus huellas y memoria. Es
cierto que es pasado, polvo de ayeres tal vez, como todo lo humano que viene
limpio, transparente, y asimismo parte esfumándose en la semilla que quizás
pudiera dejar. Las hojas también caen y
se renuevan.
Ha muerto Little
Richard, una parte importante de los cimientos del Rock and Roll, el ritmo de
mi generación y así van sucediendo uno tras otros los pasos en una pista de
baile. Definitivamente la música marca épocas, hace historia, recorre nuestra
juventud como la sangre las venas,
hijos del Long play y del rock. Cuando se lo quisieron pasar a llevar de los escenarios de la historia, fue
categórico y no mentía: soy el pionero, el arquitecto del rock. El rock tiene
historia, protagonistas, mentores, raíces y mezclas de muchos ritmos, esa
síntesis vertical de sentimientos y
movimientos, una euforia ancestral hacia
adelante y atrás como una mecedora comentan los primeros historiadores. Pero
como en todo en la vida, hay mucha goma de mascar y se pega en cualquier lugar,
la saliva es inagotable. El rock ha resultado más fuerte que sus protagonistas
y leyendas, ha demostrado tal fuerza que vino para quedarse, y los que ya no
bailamos rock, hemos vuelto a la mecedora a repasar aquellos pasos y
movimientos fantásticos que encendían
las noches juveniles.
Cae la tarde en
Santiago de Chile, Nury y su hermana Nancy pasan por la esquina del barrio con
una radio escuchando rock y riéndose
como en una cinta musical. Seguí con la vista las dos siluetas bamboleantes,
pero yo no bailaba rock, ni nada, mis pies estaban tiesos, vírgenes. Mi timidez
me retiraba de cualquier pista posible y ni siquiera me aproximaba a ninguna de
ellas, porque el ridículo no era una abstracción, sino una apabullante realidad,
socialmente vergonzosa. La adolescencia
no perdona ningún paso en falso, a pesar
que es una época de crecimiento, son tiempos de ensayo y error.
Me quedé tarareando la
música que el radio esparcía por la
calle y un poco rumiando su
recuerdo al anochecer. Vapores de
adolescencia, nostalgia de la edad madura, tiempos, tiempos vivos de otro calendario. Los días pasaron como
suele ocurrir con el tiempo y conocimos a las hermanas Guerra. Nos invitaron a
su casa a dos cuadras. Tenían un saloncito donde bailaban. El piso de
madera brillante. Gente de la cultura,
lecturas, intereses nacionales. El toca discos tradicional de la época giraba y
giraba y las hermanas hacían su exhibición
y ahí también estaba su hermano, más contemplativo y observador, solo
dejaba que la música llegara a sus oídos. El saloncito, que oficiaba de una
salita de recepción, tenía una ventana a la calle. Uno de los tantos
lugares en el mundo donde se bailaba
Rock and roll y no figuraría en ninguna historia de revistas famosas, ni sería
objeto de comentarios radiales, ni de otros pasillos que no fueran los del
mismo lugar.
Para mí hermano y yo
era una gran novedad y un escape de la monotonía juvenil y de la férrea
disciplina paterna, estacionada en el castigo, censura, advertencias, culpa y
todos sus derivados de la época. Los sábados era el día del Rock and roll,
algunas boquitas, -qué atenta era esa gente, las personas de esa época- Coca Cola,
risas, conversación, la búsqueda de intereses comunes, nos mirábamos a los ojos
sin casi pestañear y de telón de fondo
la música como una rima plateada en el
atardecer de Santiago.
Nury comenzó a
enseñarme los primeros torpes pasos, aflojar la cintura, atreverme a desafiar
al rock, porque siempre supe que el rock
te lo permitía, es más, exigía decisión, una combustión diferente, animaba a
perder la cabeza, seguir el movimiento de los movimientos y respirar felicidad.
Me paré torpemente en medio de la pista,
como un maniquí, una especie de espantapájaros a la espera del sol, la lluvia,
lo que viniere.
Años después me daría
cuenta que el rock era negro, una música de alma negra, un puerta cultural para
salir del infierno en Norteamérica, una verdadera pasión ancestral en búsqueda de la libertad.
Fue un blanco, eso sí, el que abrió el
candado a esta fuerza incontenible
que ponía a bailar a los pies mas tiesos, y que despertaba todo tipo de
euforias y también malestar como ocurre con las revoluciones y los movimientos
rompedores. Pero ya había historia negra anterior, no reconocida como debiera, pero existía.
En el saloncito solté
los pies, yo mismo me asombré, me dejé guiar, recuerdo perfectamente, por la
maestra en el rock y la mecedora comenzó a funcionar con la sincronización del va y viene, tan
propio del rock, esa sincronización creativa, porque estimula a fantasear, a
dispararse en el aire, fluir, flotar y volver al sitio de partida. Hay mucha
complicidad en sus movimientos, entrega, olvido a pesar de las cuidadas formas
que va adquiriendo cada paso en la improvisación personal y la relación de
binomio que nunca se rompe y siempre se recrea el uno en el otro. No dejé más
el rock. En los malones mostraba mis destrezas en la pista, había algo en los
genes, al parecer. Los sábados por la tarde íbamos al saloncito en búsqueda del
placer del rock y la charla amical distendida, grata, reconfortante y
estimulante.
Un día la sorpresa nos
sorprendió, a mí en especial, cuando entre
y se escuchaban los legendarios versos
de Veinte Poemas de amor y una
canción desesperada de Pablo Neruda. Inolvidable reencuentro con la poesía
del mito de la época, el audaz Neftalí Reyes Basoalto, que dejaba caer su lenta
voz y palabras en nuestros adolescentes esponjosos absorbentes sentidos. Había
llegado con fuerzas la poesía y no éramos
los únicos en Santiago que escuchábamos al vate, una poesía que nos conectaba
con el amor y la vida, la realidad social de una época y el mundo.
El rock fue un
poderoso eslabón social, un imán de la época. No necesitaba un
relacionista público, se había instalado
en el centro de la guitarra eléctrica Elvis Presley, aunque la nueva leyenda,
contaba con esta herencia poderosa de las
minorías negras, esclavas, y blancos marginales, que a través del blues,
góspel, jazz, country, entre otros
ritmos, habían revolucionado la música, el alma de una generación. Llegó la
película La mujer que yo adoro, como
primer actor Elvis, y recuerdo en el teatro Monumental como la gente bailaba
ante la pantalla. Un escena nunca vista en la sociedad chilena de la época, austera y
pata tiesa, pero Elvis ponía cualquier
esqueleto en movimiento. Oh, el rock and
roll/no deja de bailar en su propia historia/
la muerte de un inmortal/en esta fiesta del adiós/con solemnidad el mundo debe
continuar/y las guitarras hablar/El rock nunca morirà/mis pies, tus pies lo sostendrán/en
el primer salòn de baile/que veamos en la ciudad/Un rockero no para de bailar
hasta el amanecer/y vuelve a empezar donde una guitarra y saxofón/comiencen a
tocar.
Little Richard fue un
niño pobre, negro, gay, en una época poco tolerante, impuso su talento, pasión,
y no dejó de ser quien quería ser. Para qué más datos, las estrellas nunca
mueren, fue muy admirado en Inglaterra, Estados Unidos, sin duda, y por los Beatles, y tuvo una larga vida
como pocos cantantes, músicos estrellas, que pareciera tuvieran un pacto con la
muerte. Inspirò a Elvis Presley además. El rock tiene su futuro asegurado, una historia que lo
sostiene a prueba del tiempo. Lo popular tiene fuerza y energía propia.
Elvis Presley le puso
una cara y un perfil al rock, volvió a bautizar y proyectar con una nueva
imagen, un blanco con voz de color y movimientos también afros. Los Beatles lo veían como su ídolo,
pero Elvis como una amenaza para su fama en Estados Unidos. La música se estaba
renovando y los Beatles venían con sus
propias propuestas. Cuenta la historia que Elvis en una cita con Nixon en la
Casa Blanca, había denunciado a Lennon como anti norteamericano, por decirlo en
una palabra genérica. Le habìa escrito una carta previamente, con una letra
infame, donde se ofrecía como agente federal. Cosas del pentagrama de las estrellas rockeras y del pop rock.
Después vendría la betlemanìa, que generación afortunada fuimos, digo, con estos grandes artistas, bandas, movimientos musicales populares, que construyeron nuestro imaginario, junto a la cultura popular de los paìses donde nacimos y vivimos. Elvis tenía razón, pero su decadencia era inevitable, los ciclos van moviendo al mundo, algunos son un largo duración en vida como Little Richard, al que estamos despidiendo en sus largos 87 años. Queda la historia, lo vivido, el aroma del tiempo, como diría el autor de un libro del mismo nombre y es màs que una metáfora, una sensación real. Larga vida al rock, muchachos.
Rolando Gabrielli©2020