Fueron años difíciles para el verbo, la prosa, la poesía, la palabra, cualquier signo que emitiera desde mi lengua. Tartamudiè por años, respiraba asmàticamente, cerraba los ojos, y cuando miraba lo hacía en dirección al cielo o la tierra, es decir, mis pies. Nada másalto, nada más bajo. Temìa quedar mudo o desaparecer del pequeño paisaje familiar que me rodeaba. Paredes, muebles, baldosa, madera, cama, puertas, ventanas cerradas, el mismo único paisaje. La autoridad de mi padre era el movimiento de un panzer en la arena del monólogo en el cuartel. Una burbuja que absorbía todo a su alrededor. Ahí se cumplía el dicho, que no volaba ni una mosca. Yo las casaba en solitario frente a la opaca ventana. No habìa ripio en esa conversaciòn, no se aceptaba otra palabra. Yo mal deletreaba en ese entonces un abcedario de manera irregular, rústica, y me tropezaba con las palabras ante las minas explosivas que tenía que sortear. Era el kamikaze, eso sí, de la familia que intentaba oponerme a la gran ola del tsunami que producía el Gran father. Se pierden tntas batallas, me decìa a diario, pero ganar la guerra es la ilusiòn de todos. Lo mejor es convencer con los actos.
Mi papà no era el Juez norteamericano denunciado hace unos días, ni yo presentaba ninguna perturbaciòn, si no el miedo y la indignaciòn ante la injusticia. Se fue construyendo un clásico proceso de indefensión, la muralla que se plantaba ante ti, inexpugnable. No sabía de la existencia de Demóstenes, si no habría hecho su magnífico ejercicio, aunque nunca tuve el interès de ser orador. No mejoró la relaciòn con la autoridad, la comunicaciòn se hizo espesa, inútil, de un solo lado, como una orden de un regimiento de caballería. Desde luego hablo de la infancia de los años cincuenta, mucha agua ha pasado bajo el puente, aunque los fanatismos religiosos imponen su ley en Occidente y Oriente. En este aspecto geográfico no debemos ser parciales ni hipócritas. La agenda de abusos es grossa y supera la palabra, el bofetón, el uso del cinturón, coscachos, empujones , las golpizas y en no pocos casos, sin importar género, abusos màs vergonzosos aùn.
La palabra se atragantaba en la garganta y a veces salìa a tropezones, con energía y sin mirar consecuencias, como queriendo perforar o suavizar la pared. El pequeño verbo carecía completamente de eco. Lo sentía disminuido, asfixiado, estrangulado. El tiempo y el silencio son buenos amigos, generosos líderes y guías para crear nuevas oportunidades, salidas, escapes. Vinieron las lecturas màs interesantes y las palabras propias. Diarios de Vida, poesía, dibujos, narraciones, imaginación, ficciòn, sueños, aventuras, otros personajes con quienes compartir las palabras. Había que centrarse en otros recursos y actividades. Después, la profesión de Periodista. Fue otro recorrido dentro del túnel del oscuro mundo de las palabras de la infancia, esas que no salìan, eran censuradas, empujadas al precipicio de una conversación cualquiera. La oposición fue tajante. La escogencia paterna: Abogacía.
Me salté todas las leyes y partí un día lejos del gran vozarrón que erizaba las aguas del Mapocho. Con el tiempo conocì a mi hermano Franz, sí, Kafka, en una pensiòn estudiantil torcida por la vida. A mí padre, pensé, debì escribirle mil cartas màs kafkianas que las del Dr. Kafka, un prominente abogado checo que escribió Carta al Padre, un alegato al temor parternal, a su permanente reafirmación como individuo, de su propia existencia como si nada màs importara. Cruzò caminos el hombre de EL Proceso y La Metamorfosis, de frente, de espalda cuando regresaba al mismo sitio, dibujò el escenario una y otra vez, quiso borrarlo para la memoria de nadie, y aùn seguimos pendiente de sus pasos. Quizàs, amigo cibernauta, usted siga enredado con su celular, no importa la marca, en un abecedario empobrecido escribiendo como un pollito entumido frases autistas. Son sus modernas novelas, dirìa màs bien folletines domèsticos, balbuceantes, sus primeros palotes y no conozca nada de Kafka.
Sin saberlo, Kafka es nuestra voz.
CONTINÚA