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Es mi espejo y a él acude la luz y sombra de mis palabras. Más de un largo medio siglo trabajando, arando en silencio, peleando con vocales y consonantes, atizando el verbo como un relámpago. No se diga más, estamos ante la página en blanco, temida (in) justificadamente o tal vez por una bien ganada reputación de indomable, mudable, ciega, sorda, muda, ante las palabras que se amontonan, articulan para dar voz a algún género literario.
No hay súplicas que valgan cuando te espera a solas, confiada, sin decir una sola palabra, para saber si estás para sorprenderla, tienes algo que decir que no se haya dicho, valga la pena de subrayar sobre el silencio.
Uno está a la intemperie, en un lugar donde todo es posible, a la espera que algo nuevo ocurra y sean las palabras las que tengan la palabra definitiva, aunque siempre existe la posibilidad de cambiarlo todo o en parte, porque estamos ante un oficio que está lejos ser automático, a pesar de las experiencias surrealistas, que trazaron una época, un camino, convocaron y liberaron la fuerza del subconsciente.
La página en blanco ha sido mi disciplina, oficio, me ha animado a conquistarla y cuando me tranco, como esos bueyes cuando la yunta pesa más que el silencio, uno debe con respeto, hacer también un alto y más adelante volver, porque después de todo la palabra requiere una carga de intensidad especial y su espontaneidad se logra con trabajo.
Ningún pan se quema antes de entrar al horno, ni un sueño se convierte en realidad, sin nuestra intervención, actitud, pasión. De alguna manera la página en blanco espera una actitud frente a ella, ni derrota, exitismo o indiferencia, más bien complicidad, porque en definitiva se siente parte de lo que sobre su superficie ocurrirá.
No olvidemos que el silencio cabalga sobre una idea, la espera reflexiva es una siembra oculta, a veces accidentada, interrumpida y que la palabra puede ocultarnos su verdadero significado hasta que logramos descifrarla. Siento que la página en blanco es consciente del peso de todo este recorrido que realizamos, y también espera seguir viviendo en la palabra porque fue hecha para un destino superior, ser testigo, parte, soporte de alguna historia.
Una parte importante de los secretos de cualquier obra escrita, novela, poesía, teatro, cuento, ensayo, crónicas, están contenidos en la página en blanco o en la pantalla del ordenador, sobre las cuales se escribe, borra, cambia, una y otra vez un escrito hasta encontrar el punto final. Si esa página en blanco hablara, tuviera la capacidad de memorizar cada uno de los pasos que da un escritor, cavilaciones, sabríamos en verdad el trasfondo del viaje de quien inició, persistió, en una (su) aventura de y con la palabra. Sería el mejor mapa de ese gran preámbulo que requiere un libro.
Me he desentendido un poco quizás del llamado síndrome de la página en blanco, porque mi verdadero oficio es de Ghost Writer, entonces ese que vive la desventura, no soy yo, subjetividad que me da alguna ventaja para ser más audaz, no detenerme ante obstáculos que se pueden considerar más importantes de lo que son realmente. La página en blanco, entonces, no encontraría un interlocutor válido, sino un fantasma, eximido de toda responsabilidad y culpa. De alguna manera nos confundimos en ese silencio implacable que impone la página en blanco y comenzamos a remar hacia un lugar desconocido. Rolando Gabrielli2023