Lo de los ganchos no son un cuento chino. Era el tema del cumpleaños. Ese triàngulo galvanizado, metàlico, que duerme con nosotros en el closet. Se refererìan a este modesto, útil y servicial aparatito domèstico, como una plaga procedente de las lavanderìas chinas. Yo me circulaba en medio de las palabras por la muralla china y me detenìa en la Plaza de Tian` anmen frente a un gato que parecìa tan perdido en la conversaciòn como este bìpedo. En la Plaza de la Puerta Celestial al menos existe la oportunidad de entrar a algùn lugar donde la promesa de la felicidad està implìcita en la esperanza personal. Son dos leones los custodios de la Plaza, pero el gato que vislumbrè era màs fuerte que la sombra de todas las palabras dichas en Tian ` anmen. Los ganchos, adquirìan la fuerza del demonio y se sumaban como ejèrcitos incontenibles en las lenguas que los delataban como unos indeseables, intrusos cuando menos. Vienen con su mirada triangular, ciertamente indefinida, porque no se sabe hacia donde apuntan sus ojos. Como si vagaran, digo, en su propia plaza, o triángulo interior en este caso. No entendìa el frenesì verbal, la revuelta y se hablaba de expulsarlos delas casas. Donde se encontraran, era la consigna, ademàs aceptada sin mediar matiz alguno. ¿Y si los ganchos tomaran una contraofensiva y decidieran abandonar los closet y los flamantes trajes, almidonadas camisas y pantalones en lìnea, se desplomaran como bultos de ropa vieja? Eso, no serìa anda, se volverìa a la lavanderìa del chinito. O que dejaràn volar las ropas desde los tendederos, en el patio de la casa, en las azoteas de los edificios, allì en los balcones y el cielo se llenara para siempre de calzones , sostenes, faldas, y de toda la intimidad de sus dueñas en sus cuartos y baños. Una rebeliòn de los ganchos podrìa ser un triàngulo perfecto para conocer el interior de las personas.
Quizàs podrìa darse una situaciòn màs peligrosa, de enfrentamiento directo y los inocentes ganchos reclamar su lugar, bajo el lema: ¿para què fuimos hechos y nos trajeron a su intimidad? ¿Alambres, simples alambres de colgadero? ¿Todo ocupa un espacio, para què empujarnos antes de tiempo al cajòn?
Valen un centavo, se les pueden dar a los chinos a ese precio, ellos los recibiràn. Pensaba en un gran arrosal cuando cruzaban las palabras, mezquinas, anodinas, sibilinas. La montaña alta ajena aparentemente y el arrosal silencioso bajo el agua. Las manos suaves y lentas bajo el agua. Nadie màs que el arrosal y muchas manos en el mismo movimiento bajo el agua. Esas manos son las que ahora ponen los ganchos a la ropa, posiblemente.
¿Y si las chinitas ya no los quieren porque compran ganchos nuevos y no necesitan los usados? Las mujeres no cedìan en su tema, ni estaba dispuestas a quedarse con esas raquìticos cuerpos triangukares en su casa. Estorban, no dejan espacio, los odio. Las bilis, la vi correr con mi padre, unas tìas, unos compañeros en la escuela, en la universidad, en el trabajo, novias, mujeres, muchas mujeres, la bilis, me dije vuelve a existir, siempre estuvo, tiene hasta color y habla.
Volvì a fijar la vista en la realidad presente: la piñata en forma de Làmpara de Aladino. Me parè y la frotè pedì un millòn de deseos, pero hablè a sólas con èl Genio que se tomaba la cabeza, subía y bajaba de su alfombra màgica como si el tiempo y la velocidad no le alcanzaran para tantas peticiones. Roja como las alfombras màgicas y màs seguras para cruzar todos los vientos de la historia y esa nubes locas casi en sfumato volàndose.
La tarde estaba tropical. Habìa llegado montado en mi arcoiris. Una cerveza, dos, tres. Todo en calma. El horizonte es la mejor vista en estos casos. La màs lejana, ausente, la que no està y se vislumbra. La que pide una cuarta màs. El atardecer se dejaba estar y contemplar. Todo comenzò y estaba despidièndose. Asì son los dìas. De uno en uno. Brincan ejemplarmente el calendario, sin atropellarse. Cuando lleguè a la casa unas alas revolotearon cerca de mi automòvil al bajar y volaron, como saben hacerlo. Era el viejo Bùho que me espera en las noches, porque en verdad esta historia me la contò antes de salir. Rolando Gabrielli©2010