Jorge Teillier nació un 24 de junio de 1935 en Lautaro, Chile, y fue uno de esos raros poetas-Poeta que vivieron el oficio y respiraron porque existía el oxígeno de la poesía. Murió en Viña del Mar escuchando tangos, en 1996, seguramente a Carlos Gardel, su favorito. Había nacido el mismo día que Gardel murió en un accidente aéreo en Medellín, Colombia. Lo conocí, compartimos conversaciones y no pocos vinos en Santiago de Chile entre el 68 y el 73, una bohemia a la medida de la juventud y esos tiempos. En un homenaje a este magnífico y esencial poeta chileno y amigo, he rescatado esta Conferencia inédita, ocho años después, tiempo suficiente para desempolvarla y compartirla con ustedes amigos. R.G.
Para ángeles y gorriones (1956) El árbol de la memoria (1961) Poemas del país de nunca jamás (1963) Crónica del forastero (1968) Muertes y maravillas (1971) Para un pueblo fantasma (1978) Cartas para reinas y otras primaveras (1983) Los dominios perdidos (1992).
JORGE TEILLIER:
EL GUARDIÁN DE LOS MANZANOS EN FLOR
Por Rolando Gabrielli
“Y puesto que marchar necesito/
y del regreso no estoy seguro,
( No soy hombre sin defectos/
Ni como otros, de acero ni de estaño,
Y después de la muerte no hay relevo,
Me voy a un país lejano)
Dispongo los presentes legados…
Francois Villon (Los Legados)
Ha muerto uno de los ángeles de la poesía chilena, al menos se nos ha caído un ala a todos los que le conocimos, quienes practicamos el antiguo oficio de la palabra en su amasijo diario, en el “viejo rincón” de la memoria, y ahora, sobre la pantalla de una PC, rectàngulo de luz que sòlo brilla con nuestro pobre ingenio.
Jorge Teillier, 40 años después de haber publicado su primer poemario, “Para Angeles y Gorriones” y advertido que “nuestras sombras movidas por las llamas/viven más que nosotros”, partió como esas luciérnagas que se adentran en la penumbra, cuando “un desconocido silba en el bosque”.
Nació en Lautaro, en la araucanía, tierra Mapuche, Chile, y su poesía fue un viaje permamente, un retorno continuo, entre el mítico pueblo natal y la urbe capitalina, adonde viajó a los 18 años de edad para estudiar Historia y Geografía.
Ejerció un año la docencia, cuando ya había escrito “Para Angeles y Gorriones” (1956) y ”El cielo cae con las hojas” (1958) y se aprestaba a publicar “El árbol de la memoria”(1961).
A los 12 años se inició como poeta, pero fue cuatro años más tarde, según nos relata en su ensayo: “Sobre el mundo donde verdaderamente habito o la experiencia poética”, cuando escribí “mi primer verdadero poema, el primero que vi, con incomparable sorpresa, como escrito por otro.”
Julio Verne, Knut Hasum y Pannait Istrati, y el primer Poeta, Paul Verlaine, “cuyos versos rimaban con la campana y los pájaros” y posteriormente, Rubén Darío, López Velarde y Luis Carlos López, “provincianos cursis y universales”, y también los chilenos “Vicente Huidobro, Omar Cáceres, Carlos Pezoa Véliz, Alberto Rojas Jimenez y Romeo Murga”, fueron sus primarias influencias.
Jorge Teillier, —que leía “como si le hubiesen dado cuerda”—, escribió 14 libros, y a pesar de la aparente transparencia de su poesía, de su lírica lárica, (lar=lugar de origen) raizal, fragmentada en la unidad, despojada de la grandielocuencia, habitada por sus propias y refulgentes imágenes, trabajaba diaria y sistemáticamente, tal y como lo conocimos.
Todo comenzaba a travès de una imagen, una idea, un destello—un centro emotivo y verbal, como dirìa el propio poeta—para ir articulando el texto con el fino tejido de lo invisible, la telaraña del poema. En sus ùltimos dìas, confesò que habìa perdido el centro. “Està todo disperso, son (los poemas) como una bengala lanzada al mar o al cielo”, revelò en 1990, al periòdico Noreste.
Sé es o no se es poeta, porque “allí no caben nacionalidades”, sostenía, quien a pesar de que obtuvo varias e importantes premiaciones, algunos de sus poemas fueron traducidos al inglès, francès, italiano, sueco, eslovaco, rumano— y es una voz poética sólida e indiscutida en el parnaso chileno, no obtuvo el máximo galardón, el Premio Nacional de Literatura.
Estuvo en Panamà, a principio de los 80, como jurado del Premio Ricardo Mirò. Nos dejò uno versos sobre su presencia en el Istmo bajo el tìtulo Ancon Inn: Ancon Inn el paraìso de los hombres solteros/donde las noches son verdes y las cervezas azules/hasta ser el paraìso de todos los hombres. Este es el Istmo donde solìa desembarcar/John Silver con su papagayo al hombro./Ahora los papagayos se desmayan a la hora del còctel/viendo pasar los màs bellos traseros del mundo. La nostalgia parece asomarse en esta jungla de peces. Cristina se ha embarcado en su yate de òleos.
En su poema Viaje de Invierno del libro Cartas para reinas de otra primavera, le recomienda al poeta panameño, Cèsar Young: Poeta, no dejes de brindar por mì con Herrerano Blanco.
PALABRA, TORMENTO, HIELO Y SANGRE
Fue un marginado de los círculos oficiales, de la cultura del té, de los salones y la imagen. Transitó los áridos linderos del esfuerzo solitario del corredor de fondo sostenido por sus propias piernas, muy parecido a otros grandes de la poesía chilena, como Enrique Lihn, para no irnos tan lejos y la propia Gabriela Mistral, símbolo del “pago de Chile”.
Viviò en un pulso constante con la cotidianidad de las cosas, y sobre todo, de la vida, en un encantamiento que le permitiò sòlo sobrevivir en el desencantado universo de la ciudad. Fue un errante, aunque predicò el “mundo del orden inmemorial de las aldeas y de los campos, en donde siempre se produce la misma segura rotaciòn de siembras y cosechas, de sepultaciòn y resurrecciòn, tan similares a la gestaciòn de los dioses (recordemos a Dyonisos) y de los poemas”.
Su prèdica, en vida, fue contra el establecimiento, el clichè, la mecanizaciòn absurda y deshumanizadora de la tècnica, denuncia que hizo el lùcido, iluminado y desesperado poeta francès, Jean Arthur Rimbaud, en el temprano 1873.
Quizás uno de los últimos“Poetas Malditos” de estirpe de la poesía chilena, Jorge Teillier, hizo de su vida un acto poético sin límites, desafiando siempre el tedio y la monotonía de las cosas (donde dialogan, para no morir de tedio/las alcuzas con el mantel de hule).
A su debido tiempo, sostenía Teillier, fijando posiciones, “me parece que todo poeta en esta sociedad se suele considerar un sobreviviente de una perdida edad, un ente arcaico. La poesía, agregaba a inicio de los setenta, es una enferma grave, a la que se le toleran algunos caprichos en espera de su futura muerte y también la Cenicienta para editores de los géneros literarios aun cuando la novela sea “la poesía de los tontos”, según decía el poeta Eduardo Molina Ventura. El “chico” Molina, a quien conocimos en la Sociedad de Escritores de Chile (SECH), era una especie de ayudante ilustrado, un duende de la cultura, de una mitomanìa angelical y a quien Jorge consultaba, porque era un lector frenètico y de vastos e inteligentes conocimientos literarios. Escribiò antes de Herman Hesse, El Lobo Estepario, contò una vez Teillier, y todo indicaba que era cierto, porque el chico Molina era un traductor de la realidad y de la literatura, y al parecer contaba con no pocos recursos.
Nada nuevo bajo el sol de nuestra rica y accidentada historia literaria, que así como no confundió a la Mistral, tampoco pudo embaucar a Teillier, ya que él sólo quería que le leyeran en los textos escolares. Isidore Ducasse, el Conde de Lautrèamont, —“uno de los fundadores de la imaginaciòn moderna”—dice en Los Cantos de Maldoror, “quiero que mi poesìa sea leìda por una niña de 14 años.”
Después de todo, la poesía es semilla vertida sobre la tierra para florecer con las imágenes que cada cual recrea al leer un texto por primera vez. Teillier, alcanzò a decir, que “el poeta es un ministro del silencio”.
Su poesìa fue un largo ejercicio de la palabra contra el tiempo, la pugna y confrontación titánica, de quien sabe que tiene perdida la partida de antemano, pero que intenta frustrar, sorprender, sortear, la cotidianidad de las cosas, porque“Lo que importa/es estar vivo/y entrar en la casa/en el desolado mediodía de la vida”.
Jugador infatigable del mediodìa, del tiempo que le fue dado, con unos pocos ases, a veces marcados, el poeta sobrevive en el espejo borroso de un estanque, y no es su rostro el que ve, sino el de otro, que pasa y nunca permanece, porque su ùnico y verdadero tiempo es el futuro. El presente en la poesìa de Teillier se desintegra, no llega a ser, siempre evoca, es castigado en medio del fulgor que nace para desaparecer, aunque el poeta siempre tiene refugio para el pasado en la memoria.
TODOS MIS RECUERDOS SE ABATEN SOBRE MI
Aparentemente fragmentaria, hecha a la medida y semejanza de las propias huellas, del andamiaje del poeta, la poesía de Teillier, encuentra caminos para sus propios laberintos y medicina es también de sus contradicciones, cuando nos dice: ”Así era la felicidad: breve como el sueño del aromo derribado”.
La felicidad, el amor, son como el tiempo, fugaces, pero temas de una constante poética, abrumada por la brevedad de las cosas: ”mientras pienso que la felicidad/no es sino un leve deslizarse de remos en el agua”, nos dice el poeta y reitera más adelante en su poema, “Bajo el cielo nacido tras la lluvia”: eso fue la felicidad: dibujar en la escarcha figuras sin sentido/sabiendo que no durarían nada, cortar una rama de pino/para escribir un instante nuestro nombre en la tierra húmeda,/atrapar una plumilla de cardo/para detener la huída de toda una estación”.
Teillier tiene el mérito dentro de la poética chilena de haber creado la Escuela Lárica, que es toda una postura, y está referida al lar, lugar, origen y es el propio poeta quien puntualiza y precisa esa tesis, cuando afirma que él sostenía en ese entonces “un tiempo de arraigo”, frente al desarraigo de la llamada generación del 50.
Esa fue una pugna que continuó con el tiempo y es propia de cada generación, con su nueva estética y visión de mundo. Esta afirmación es tan sólo un apunte, una llamada de atención, y no corresponde al fondo y objetivo de este trabajo, pero forma parte de la historia literaria chilena, y es caldo y cultivo del tiempo de la poética teilleriana.
Es el hombre junto con su entorno, dice Teillier, lo que llama realismo secreto, “porque el mundo exterior contiene pocas enseñanzas, a no ser que se le mire como un depòsito de significados y sìmbolos ocultos”.
Los nuevos poetas, precisa Teillier en su ensayo Los Poetas de los Lares, son observadores, cronistas, transeùntes, simples hermanos de los seres y de las cosas. Se contrapone su poesìa con el “yo desorbitado y romàntico” de Huidobro, Neruda y De Rokha, cuya poètica desbordò la propia geografìa chilena. El lenguaje poètico de los làricos, sostiene, no se diferencia ya fundamentalmente de la vida cotidiana, y si bien no desdeña, la experimentaciòn verbal, el lugar comùn, pero el poema retorna estructuralmente a formas màs tradicionales.
Teillier emparenta a su movimiento làrico con Dylan Thomas, Serguei Esenin, Gerad de Nerval, Milosz y Rainer Marìa Rilke, a quien leyò desde muy joven e impactò en su obra y concepciòn de la vida: “de conservar no solo el recuerdo de las cosas, en declinaciòn como modo de vida, sino en su valor humano y làrico”.
Responde, desde luego, a la universal bùsqueda del Paraìso Perdido, y en opiniòn del propio poeta lautarino, “se empiezan a recuperar los sentidos, que se iban perdiendo en estos ùltimos años, ahogados por la hojarasca de una poesìa no nacida espontàneamente, por el contacto del hombre con el mundo, sino resultante de una experiencia meramente literaria, confeccionada sobre la medida de otra poesìa.”
Mi instrumento contra el mundo, es otra visiòn del mundo, enfatizarìa el poeta. Al final de sus dìas, se sentìa molesto, de acuerdo con sus propias declaraciones, porque se le etiquetaba como làrico y se restringìa el tèrmino con simpleza, el cual, en su opiniòn, tiene connotaciones màs universales.
Veo a Jorge Teillier atravesando, flotando, por los prados del Pedagógico de la Universidad de Chile. Avanza, calzado sobre sus nubes, en medio del rocìo y el pasto hùmedo de la clara mañana. Es 1968, una primavera fresca, con algunos libros apretados sobre el pecho, va camino al centro de la ciudad.
Lleva en el rostro la huella de la noche y de alguna pugna amorosa marcada por innegables uñas femeninas. ¿Què te pasò, Jorge?:—Me caì en una zarzamora.
Santiago gris, en plena democracia, (lo más parecido a la felicidad, diría Antonio Skármeta, el dìa que la Junta castrense secuestrò el poder por largos y azarosos 17 años y medio).
La Casa Central de la Universidad de Chile, a la entrada, la estatua de Andrés Bello, allì trabajaba el poeta como director del Boletín de la más alta casa de estudios, junto con el poeta y profesor, Waldo Rojas, hoy en Parìs. Caminamos por el centro de la ciudad, entramos a un bar. Es mediodía de un 3 de noviembre de 1968. Jorge escribe sobre mi cuaderno, donde comienzo a trabajar sistemáticamente la poesía y que aun conservo:
Tantos milagros para nada/Tanta nieve de leyenda/Que hace inclinarse las ramas/Cuando oímos el nombre Terranova/Tantos Jinetes/Y torrentes llenos de castores/al oir la palabra Oregón/Tantos rostros justos y bellos/como una naranja/En el mediodía de la mesa/Tantas calles/Donde saltan las niñas a la cuerda/Tanta lluvia/Que siempre llega a tiempo/Tantos milagros para nada/Para ser menos/Que un guijarro abandonado por el sol/Para irnos/Hacia un horizonte/Que ni las aves de nuestra más alta esperanza/Pueden jamás soñar alcanzar.
Los vinos del mediodía santiaguino continuaron la charla de quien hacía cada segundo un acto poético, como una zancadilla a la realidad, transformado en diversos personajes, en ese otro, que viviera en su poesía como una razón de vida, de ser, la única y verdadera, por lo ineludible. El bar es nuestro segundo hogar, cantaba a una sola voz, con el inolvidable poeta magallànico, Rolando Càrdenas. El destino aun le deparaba miles de copas por alzar.
VAMOS, POBRE CORAZÓN MÍO, VAMOS, MI VIEJO CÓMPLICE
Amante de las aventuras, —Verne, Salgari, Stevenson, Alain Fournier Selma Lagerlof, Carroll— y de las novelas policiacas, sobre todo en el ocaso de su vida, nunca se consideró un poeta original, y entre sus deudas identificó a, Francis Jammes, Milocsz, Rene Guy Cadou, Antonio Machado, Edgard Allan Poe y la lista podría ser mayor, como George Tralk, con quien tenía gran afinidad de visión y mundo poético.Y, desde luego, el italiano Eugenio Montale.
Aldo Pellegrini, un crítico literario argentino, afirma del poeta austriaco, George Tralk, algo que viene como anillo al dedo para Jorge Teillier: ”Poeta del apartamiento, de la soledad, de la vida dolorosa, de la existencia incumplida. Pero también es buceador en lo desconocido y habitante de lo imposible”.
De los textos poéticos se desprenden otros nombres, citados por Jorge Teillier, lector incansable, aunque solía decir, casi al final de sus días, que más bien “relee más que lee, lo que le parece un signo de precoz envejecimiento. Actualmente, añadía, leo a Nicolás Garín, Conrad, Hans Fallada, Raymond Chandler, Gastón Leroux, Gonzalo Bulnes”.
“Me cuesta creer en la magia de los versos./Leo novelas policiales,/revistas deportivas, cuentos de terror”, dice en su poema: ”Notas sobre el último viaje del autor a su pueblo natal”, editado en su libro: ”Para un pueblo fantasma.”
¿El Poeta comenzaba a presentar una prematura fatiga o simplemente ese era su mundo poético, desolado, su otro yo, o delineaba un recuento de sus vivencias en 1978, a menos de una década de su partida? Puede ser, pero lo cierto es que su poesía siempre nos habló de la brevedad de las cosas, de los instantes, fragmentos de felicidad como un rompecabezas a punto de derrumbarse, de no poder encontrar la pieza clave, de la fugacidad de las cosas, del inexorable paso del tiempo como un tic tac sin retorno, inequívoco, demoledor, inevitable en una palabra.
Era el reloj de arena a punto de estallar mil veces y a volver a empezar, como el tiempo implacable de sus días. El presente como un reloj que se adelanta, dice Ernesto Cardenal.
Siempre está presente en la poética teilleriana, el frescor de la infancia, (“Te reconoces en ese niño /que esta mañana de escarcha), la casa paterna y el pueblo como paraíso perdido, búsqueda y retorno permanente, la felicidad como un vidrio roto, como un codo gastado en todos los mesones, pero, sobre todo, lo pasajero, transitorio, perecedero, breve, lo fugaz, fugaz, de la vida: ”Temo no verte más/cuando las pompas de jabón/que echas a volar por la ventana/se llevan tu rostro”.
ESE TREN FUGAZ COMO UNA BOTELLA DE VINO
Uno de los textos que más define a Jorge Teillier, que es, diría, una especie de confesión, su alter ego, en una buena medida, se llama la “Pequeña confesión”, y está dedicado al poeta ruso, Serguei Esenin. Teillier acostumbraba contar la vida de este poeta y su suicidio, esa trágica desaparición del bardo por su propia mano, quizás su último acto poético, a su manera de ver el mundo.
“En pequeña confesión”, Teillier nos dice: ”Tal vez nunca debiera haber dejado/El país de techos de zinc y cercos de madera”. En medio del camino de la vida/Vago por las afueras del pueblo/Y ni siquiera se oyen las carretas/Cuya música he amado de niño.
Son sus propias nostalgias de su Sur amado, Lautaro, desde donde partió a los 18 años y retornaba cada cierto tiempo en los viejos trenes ingleses, en uno de los cuales llegó en 1953 a la capital, “cuando como todo provinciano debí hacer el viaje bautismal de hollín de trenes de entonces a Santiago, atravesando la noche como en un vientre materno hasta asomarme a la lívida madrugada de boca amarga de la Estación Central”.
Viviría siempre desterrado en Santiago, “sólo para ganarse la vida”, en repudio a la ciudad, desde su tierra natal —el Sur, el lar— rechazaría la civilización simbolizada en este especie de sitio de nadie que es la gran urbe.
(“En Crónica del Forastero” sentenció, en 1968: “Ninguna ciudad es más grande que mis sueños”. Estaba casi todo dicho. De ahí en adelante, el Forastero sería cada vez más Forastero.)
“Es mejor morir de vino que de tedio”, cita al propio Esenin/ Tal vez nunca debí salir del pueblo/Donde cualquiera puede ser mi amigo./Donde crecen mis iniciales grabadas/En el árbol de la tumba de mi hermana./Como de costumbre volveré a la ciudad/Escuchando un perdido rechinar de carretas/Y soñaré techos de zinc y cercos de madera/Mientras gasto mis codos en todos los mesones.”
Mezcla sus reminencias con las del poeta ruso, las hace suyas, en una suerte de pacto común por la vida, aunque hay muchas maneras de suicidarse, en esta vida al menos. Esenin escribiría sus últimos versos con sangre.
Hasta pronto, amigo mìo, sin gestos ni palabras,/no te entristezcas ni frunzas el ceño./En esta vida el morir no es nuevo/y el vivir, por supuesto, no lo es.
Jorge Teillier sostuvo a principios de los setenta que el poeta es un ser marginal, pero de esta marginalidad —precisa—y de este desplazamiento puede nacer su fuerza. Èl viviò en el canto, en la orilla, en el filo del lìmite, y su poesìa fue el desnudo guijarro del camino, plena de hallazgos, de imàgenes dirigidas por la maestrìa de un conductor de trenes nocturnos con la fija estaciòn de la infancia, iluminada por sus propias lucièrnagas.
EL FRUTO ES CIEGO. ES EL ÁRBOL EL QUE VE
A pesar de dirigir una publicación universitaria, de ser invitado por diferentes países en el marco de la cultura y la poesía, haber obtenido importantes premios literarios, incluido el de la Revista Paula, donde compitió con 4.000 trabajos, de ser conocido y apreciado en los medios literarios, prefirió el tránsito solitario de las calles de su pueblo natal, el recorrido de los trenes hacia el Sur, ver jugar ajedrez al viento sur con el viento norte ”para decidir que tiempo va haber”, conversar con un mapuche, ver “el gesto de un loco tratando de atrapar un rayo de sol”, buscar la llave para unir la memoria con el olvido.
Dedicó su vida (iba a cumplir 61 años) a escuchar el ruiseñor de Keats, que “da alegría para siempre”.
Jorge Teillier abrazó con la desesperaciòn de toda fuerza creadora verdadera, este oficio poco rentable, pasado de moda para muchos, inútil para otros, y fue plenamente consciente de sus actos que se confundieron, y fueron convirtièndose en luz y sombra en ese intento por ”integrarse a la muerte”, porque su lucha fue “contra su enemigo el tiempo”.
Lo que importa/es estar vivo/y entrar a la casa/en el desolado mediodía de la vida”, nos dice en su libro “Crónica del Forastero” (1968), quien vivió siempre a capella, (en un black jack permanente contra todo azar), como un verdadero sobreviviente, ya que para Teillier, la “Poesía es una manera de ser y actuar”. Mi instrumento contra el mundo —sostenía— es otra visión del mundo, que debo expresar a través de la palabra justa, tan difícil de hallar”.
“Y de nada vale escribir poemas si somos personajes antipoéticos, si la poesía no sirve para comenzar a transformarnos nosotros mismos, si vivimos sometidos a los valores convencionales, precisaba aludiendo a su visión poética.
Esta postura frente a la vida se ve reflejada en su poesía, que fue, como el mismo lo señalara, un sólo gran poema que se va repitiendo en diversas versiones a largo de los años. No es el único que piensa de esta manera, ya que algún crítico dijo en una oportunidad que Hölderlin y Leopardi, eran “prisioneros de sus sentimientos, cantaron un sólo canto durante toda su vida”.
Teillier, como toda la gran poesía chilena, cree en la palabra, la palabra exacta, en “la universalidad, que fundamentalmente se obtiene por el lenguaje imperecedero de la imagen.” Las palabras, como dice Octavio Paz, su “valor reside en el sentido que esconden”. Es palabra, tal vez, que dice lo indecible, es decir, poesía. Un poema, afirma el propio Paz, no tiene más sentido que sus imágenes.
SE ME REVELAN MISTERIOS INEFABLES
“La imagen es un recurso desesperado contra el silencio que nos invade cada vez que intentamos expresar la terrible experiencia de lo que nos rodea y de nosotros mismos”.
Con esta definición, el poeta mexicano, da en el clavo.
En poesía, como sostiene Paz, sólo hay una manera de decir las cosas, mientras que en prosa, muchas.
La palabra justa que es tan difícil de hallar, nos recuerda Teillier, para responder al mexicano y a nosotros, ahora y en cualquier època.
“Y tú empiezas a sentarte delante de páginas en blanco/condenado a perseguir palabras/más difíciles de atrapar que moscardones entrando en/diciembre a la sala de clases/Hay que escribir”aferrándose a ello como el maníaco /a la droga, sin pretender recibir siquiera”el inútil premio de la eternidad”, sentencia y advierte en “Crónica del Forastero” (pág.38).
(“El avión descarga. Los pilotos invisibles se deslastran de su jardín nocturno y luego apuran un breve fuego bajo la axila del aparato para avisar que ya está. No queda más que reunir el tesoro disperso. Igualmente el poeta”...), nos advierte René Char con el relámpago de su poesía.
Nadie pone en duda que en Teillier existe una suerte de “magia poética” desde el título de sus libros “El Cielo cae con las hojas”, Poemas del País de Nunca Jamás”, “Para Angeles y Gorriones” y “Muertes y maravillas”.… (dipso y màgico hasta el fin entre los ùltimos/alerces que nos van quedando/, afirma Gonzalo Rojas en su poema Pacto con Teillier).
Pero, sobre todo, fue un constructor de mitos, y el poeta es el guardiàn de ellos, confirmaba. Tuvo la originalidad de no pretender ser original, y si encontrò la aguja en el pajar, volvìa a hundirla para no morir de tedio. Y como Billy The Kid, repitiò: ”Los tiempos cambian pero yo no cambio”.
En la poesía de Jorge Teillier, más allá de su mundo mítico, la infancia, el lar, el paraíso perdido, la vida a retazos levantándose, hundiéndose, está el amor, que suele ser tan fugaz como el cometa que vio alguna vez y espera que regrese algún día antes de partir.
Es preciso señalar que toda poesía -—como dijo Pellegrini—, en alguna medida secreta, se construye con la esperanza de retorno a la Edad Dorada, perdida, de la infancia.
En su poema “Carta de lluvia”, de “Poemas del País de Nunca Jamás”, nos revela y hace referencia en cierta manera a este mundo perdido de la Edad Dorada (el Paraíso) cuando dice que “Alguna vez salí al patio a decirle a los conejos/que el amor había muerto”.
¿Era una muerte figurada, poética o real? ¿O fue una primera muerte, y después junto al amor, a nuevos amores, vendrían otras en sucesión de cascadas como le suele ocurrir a los poetas?
ELLA ES TODOS LOS REINOS
No conozco otro texto más revelador, directo, inequívoco, personal, íntimo y confesional en materia amorosa dentro de la poética teilleriana, que el Poema XVI de “Crónica del Forastero” (pág. 40), dedicado a su segunda esposa, una hermosa amazona que conocimos en su esplendor, Beatriz, de nuevo, siempre.
Veamos:
“Eres el peso profundo y secreto/
de los granos de trigo
en la balanza de mi mano.
El frescor del sorbo de cielo
que bebe el pájaro marino.
Por el verano corren los claros esteros
de tu espalda desnuda.
Eres un puente entre los marjales de las pesadillas.
Las madejas de nuestros sueños se entrelazan,
estrechas desechas en lava.
Tú derribas
los muros coronados por trozos de botellas
que sitiaban mis días.
Ya no voy solo por los viscosos corredores
de los sueños adolescentes.
Desde la buhardilla que escojo
para recibir tu cuerpo
vemos las tardes libres e infinitas
y caballos marcados sólo con estrellas en la frente.
Tu cuerpo es el frágil latido de flores con ojos de nieve
que me traen los vientos
venidos del país donde nunca se llega.
Me anunciaron que me estabas prometida
todos los gallos de las veletas,
todos los puentes construidos por los antepasados,
todos los andenes y todos los campanarios.
Tú extiendes las sábanas del alba,
tú haces que la noche sea la otra vida.
Pero si tu sombra aparece en todos mis muros,
ya no estarás más.
Soy extraño a toda fiesta para mi mismo.
Tú sabes que veo el sol y la muerte viajar juntos,
tú sabes que siempre hay un cuarto que no debe
abrirse
y que el viento de pronto apenas se atreve a hojear
los trigales
por miedo a encontar un sol más oculto.
Ahí está el poeta en medio de los muros que nunca le abandonaron en sus pesadillas, envuelto en sus sombras en la propia vida cotidiana. “Tú derribas, dice —el amor, la fortaleza de la amada,-—los muros coronados por trozos de botellas que sitiaban mis días”. La esperanza estaba del lado del amor, transitoria como toda posibilidad, firme por momentos, débil en el mayor de los tiempos, hasta el naufragio, porque además ve el sol y la muerte viajar juntos: vida y muerte, la contradicción, y tema recurrente de toda gran poética, en la cual Teillier es un maestro en atrapar instantes, soplos, relámpagos, fragmentos y dejarlos ir por sus propios laberintos y en un juego de espejos que se miran unos a otros hasta desaparecer y reaparecer en el siguiente poema por la magia de los sueños, la palabra y el futuro que es presente y pasado. El amor y las amadas se van en la poesìa de Teillier, para permanecer real y definitivamente, màs allà del poema.
Pero no olvidemos que siempre está presente la voluntad del poeta y su palabra. “Lenguaje, por ùltimo, nos dice el poeta y ensayista, Jaime Quezada, en su intensidad de nostalgia y rescate memorial, que permanece incontaminado e inamovible, sin pretensiones neorromànticas o posmodernas, sino aceptador de aquellos valores esencialmente poèticos. ”Poesìa, conluye Quezada citando a Teillier,”como una moneda cotidiana y que debe estar en todas las mesas”.
POLVO TAMBIÉN ES LA PALABRA ESCRITA
El crítico Jaime Giordano, quien estudió la obra de Teillier hasta 1965, nos comenta sobre “una mirada desoladora de la realidad presente, que se define como catastrófica y fracasada. Realidad desintegrada, nos dice Giordano, ante la cual se “produce una búsqueda angustiosa, que espera conciliar el deseo con la realidad y encontrar el hallazgo que permita iluminar la cotiadinidad. Esta búsqueda, añade, se asienta en el recuerdo de una realidad perdida en la memoria que guarda las imágenes del origen y que se recuerdan en el presente.
El tiempo perdido, precisa Giordano, que sobreviene a retazos, se sumerge en un espacio perdido que accede también a través de ciertas imágenes secretas que surgen desde el rincón de la provincia, del lar. Pero en el mismo momento en que se recuperan ese tiempo y ese espacio se destruyen, porque la conciencia siempre vive escindida y no puede recuperar la integración de los dos momentos: el del idilio y el de la realidad imperfecta del presente. Agrega, que la contradicción de esa manera, que permanece irresuelta es la de asociar el goce y la felicidad sólo al momento del recuerdo, cuando la pérdida ya se ha consumado.
Personalmente coincido con opiniones de críticos y poetas, de quienes le han tomado el pulso a la poesía chilena durante el siglo XX, en cuanto a que Jorge Teillier fue fiel a su propia historia, invariablemente, y desde su personal retórica, no sólo construyó un mundo de “fulguraciones calcinadas” — como dijera en su oportunidad Jaime Concha —sino una poesía original, contraria a las modas o ismos de cualquier época, mucho màs compleja que su aparente transparencia y dueña de otras fronteras, màs allà de su aldea natal.
Mérito nada sencillo en un país donde la poesía viaja en Mercedes Benz, literariamente hablando, desde hace décadas. La poesía es, sin duda, el mejor producto de exportación de esa loca geografía, como la bautizara el escritor Benjamín Subercaseaux, o largo pétalo, como la llamara en un poema en su exilio, Pablo Neruda.
Verso a verso pesa tanto como las uvas y permanece fiel, como las nieves de la montaña. Es el mar que tranquilo nos baña, la dulce Patria.
Camina hace años del brazo de la fama, esta dama de cien trajes, que puso por primera vez — hace màs de medio siglo—en el mapa mundial, a la larga y angosta faja de tierra, firme como un gran remo y oceànica como el albatros.
Fueron los principales compañeros de viaje de Teillier, los poetas Efraín Barquero, Rolando Cárdenas, Floridos Pèrez, —y como telón de fondo en la Frontera de todas las fronteras del sur mítico, Pablo Neruda—, a quien el poeta le dedica los siguientes versos en su libro: Para un pueblo fantasma: ”Desbordando el mundo igual que los inviernos/Sueña Pablo Neruda que es Nefatalí Reyes/Y en el tren lastrero que conduce su padre/Vuelve a escuchar el plano general de la lluvia”.
SUPERAR LA AVERÍA DE LO COTIDIANO
Jaime Concha, dijo hace más de dos décadas que la poesía chilena tiene algo de nuestra cordillera de Los Andes. Hay en ella grandes cumbres, volcanes formándose o en erupción, lagos y ensenadas, ríos e hilillos de agua cristalina.
Nada más cierto y exacto que la propia deslumbrante y determinante geografía chilena. Hay cumbres y volcanes que ya son famosos en el mundo entero, agregaba Concha. Su fuego ha atrevesado de polo a polo y han sido reconocidos en el otro extremo del planeta.
Jorge Edwards, conocido narrador chileno,—flamante Premio Cervantes— señalò en la contraportada del libro:”Cartas para reinas de otras primaveras”, que Jorge Teillier es el continuador por excelencia de la tradición poética chilena. Es, sostiene Edwards, el que logra la mejor síntesis del orden literario y de la aventura, después de largas décadas de experimentación formal. En la poesía de Teillier existe un Sur mítico, la misma frontera lluviosa y boscosa de Pablo Neruda, pero en este caso desrealizada, convertida en pretexto de una creación verbal, donde árboles, montes, plazas de provincia, se tiñen de innumerables referencias a la literatura contemporánea, como si el espacio literario y el de la naturaleza se entrelazaran.
Edwards también llama la atención en sus observaciones sobre Teillier, que le comentaron que éste es un poeta reiterativo, como si eso pudiera implicar un crítica, advierte el novelista, y otros han dicho que es un poeta pesimista, que no pertenecería a la raza de los constructores de la patria.
La verdad es que los poetas optimistas— apunta Edwards—, han sido escasos y las células amarillas de la melancolía han sido abundantes en la sangre de Shakespeare, Charles Baudelaire y Julio Laforgue, muerto a los 27 años de melancolía y aburrimiento. A esa edad se suicidó Tralk, Jean Arthur Rimbaud, que abandonó la poesía a los 19 años, murió a los 37. La lista es larga, sino que lo digan Isidore Ducasse, el Conde de Lautréamont, muerto en París a los 24 años de edad, Serguei Esenin, a los 30, Dylan Thomas, a los 37 y Carlos Pezoa Véliz, a los 28 años de edad.
Lo cierto, como dice, Jorge Edwards, es que la melancolía de los poetas construye, paradójicamente, la trama de la cultura de los países. La verdad de los poetas es diferente a la verdad de la geografía o de la economía, concluye.
El poeta Teillier aparece como el sobreviviente de un paraíso perdido, como el soñador visionario de una época dorada de la humanidad que conserva a través de los tiempos el mito y la imagen esencial de las cosas: casa, tierra, árbol, apuntaba el crítico chileno Ignacio Valente, en 1975.
Jorge Teillier sostuvo en su “manifiesto poético”, su visión de mundo, a principio de los setenta, citado en estos apuntes sobre su obra, que la poesía no puede estar subordinada a ideología alguna, aunque el poeta como ciudadano tiene el derecho a escoger la torre de marfil, de madera o cemento.
Èl, que se sentía culpable, como hijo de un luchador social, por no escribir poesía “comprometida,” consideraba que lo que le dictaba su verdadero yo era lo más importante y su lucha era “superar la avería de lo cotidiano”.
LA SANGRE PARA ELLOS SON MEDALLAS
Debemos de ubicarnos en el contexto histórico chileno en que fueron dichas esas afirmaciones. Es 1970, año en que comienza a gobernar la Unidad Popular en Chile bajo el liderazgo de Salvador Allende, el primer presidente socialista electo en el mundo por el voto directo en elección libre.
Chile tiene una vasta y rica tradición de luchas sociales y de poesía, que si bien, la social no es la más trascendente, tiene sus cultores, y entre ellos, Pablo Neruda, Carlos Pezoa Vèliz, y muy especialmente, Pablo de Rokha, el màs desamparado de los poetas.
Fluía en los 70, una fuerte corriente social en las artes y letras chilenas, en la cinematografía con el Chacal de Nahueltoro de Miguel Littin, como antecedente, pero todo formaba parte de un abanico mayor dentro de la amplia pluralidad artística y cultural que siempre existió en el Chile democrático.
El 11 de septiembre de 1973, con la muerte de Salvador Allende en el Palacio presidencial de La Moneda, en Santiago, triunfó “una de las más violentas contrarrevoluciones del siglo XX”, como dijera Ariel Dorfman, narrador, ensayista y profesor universitario. Y se sobrevino el llamado apagòn cultural. Teillier decidiò permanecer, aunque su familia tuvo que exiliarse. Habìa escrito un verso premonitorio diez años antes.
(El viento y el miedo golpean los muros, dice el verso profético teilleriano en 1963-64, (“Crónica del Forastero”).
Un mediodía de la primavera chilena,—septiembre de 1973— “En el mes de los zorros/En el mes de los días de sol frío”, según se inicia el poema de Jorge Teillier, en 1978, no sólo se destruyó a sangre y fuego el gobierno democràtico que instalò en la primera magistratura de la Nación a Salvador Allende, sino que se estableciò la censura y se puso en marcha la maquinaria del exilio de cientos de intelectuales. La Diàspora abrìa sus grandes alas negras y volaba sobre el luto de la Repùblica Asesinada, como profetizò Pablo De Rokha, dos dècadas antes, en un libro homòlogo en su nombre a la tragedia. Vivirìamos por un tiempo, todo el tiempo del desarraigo, aunque Teillier apostara durante 40 años por un tiempo de arraigo, y construyera el edificio de su torre poètica, con la incorruptible madera del Alerce.
Pablo Neruda, 24 horas antes de su muerte, completamente lúcido, según nos cuenta Jorge Edwards, que recoge en su libro, “Adiós, Poeta”, testimonios del pintor Nemesio Antúnez, dijo proféticamente que los militares “se quedarán mucho tiempo y en el ambiente de la cultura, el arte, de la televisión, en todo, predominará la mediocridad más completa. Yo ya he tomado mi decisión: irme a México, y a ti también te recomiendo salir: la atmósfera chilena se va a volver irrespirable para nosotros.”
Neruda moriría al día siguiente, y cabe recordar que rechazó los primeros días del golpe militar un avión que le había enviado su amigo, el Presidente de Mèxico, Luis Echeverría, porque consideraba que su lugar estaba en Chile.
Después de contar con una de las editoriales más formidables de América latina y un “boom” en todas las expresiones artísticas populares, en sus manifestaciones más sencillas, Chile se expresaría en las carpas de circo (Nicanor Parra) — “que se incendiarían” —, en las calles del Gran Santiago, con el teatro relámpago, en los microbuses, guitarra en mano y en la más absoluta clandestinidad, aquella en que el silencio pareciera ser el sordo ruido del mar o de las multitudes, cuando nadie màs habla que el frìo ruido de los sables.
EL POETA RESPONDE CON UNA SALVA POR EL PORVENIR
Jorge Teillier vivió este período en carne propia, y el poeta más fiel a la vida, a sus actos, a los dictados de su yo, doblemente exiliado en su propia tierra, se pregunta: ”Quién nos devolverá los amigos muertos/ese mes de los zorros y los días de sol frío”. Quién nos devolverá/esa calle que ahora los ancianos vigilan airados/porque no pueden extirpar la zarza de ardientes/raíces,/porque el viento mueve las hojas del bosque/predicando esperanza/mientras las hechiceras remueven en sus calderos/la sangre de sus víctimas que beben friolentas/porque ningún sol cantará en sus oídos”.
En el mes de los zorros, título del poema citado, del libro: “Para un Pueblo Fantasma,” (págs.35-36), se inicia el texto con un epígrafe muy sugerente de A. E. Housman, en inglés y que dice así: ”Mis sueños son un campo lejano, sangre, humo, perdigones”.
El poema concluye con un mensaje al futuro, a las próximas generaciones, a los nietos de los ancianos zorros del sol frío, que inclusive ellos “sólo se acordarán de nosotros que nunca dejamos de escuchar a los bosques secretos predicando libertad con cada una de sus hojas”.
Libertad, como dijo Paul Eluard/En la selva y el desierto/En los nidos en las ramas/En el eco de mi infancia/Escribo tu nombre.
La poesía de Jorge Tellier utiliza el lenguaje que le es propio, la imagen y la naturaleza, los cuentos de hadas, los personajes literarios, la hermana muerta, la memoria, “porque lo inventado por la memoria/es lo único fiel”, la casa- pueblo lar, como una segunda y verdadera naturaleza de su poesía, fulguración de fulguraciones que vuelven a su ceniza, tocan como pequeñas campanas de su natal Lautaro, en el oìdo del lector.
En su texto titulado: ”Viaje de Invierno”, del libro “Cartas para reinas de otras primaveras”, dedicado a sus abuelos franceses, a su padre en el exilio y a sus parientes del sur, alude a través de un verso de Neruda, a su tragedia personal, familiar, relacionada con su casa paterna, el lar, partida y regreso, pero siempre el retorno, aunque sea en la memoria:”Generales traidores, mirad mi casa muerta”. El verso nerudiano (Tercera Residencia, 1947) condenando el franquismo que aplastó la República española, volvía al combate casi cuatro décadas exactas después, en el escenario chileno, donde gobernaba uno de los admiradores del Generalísimo.
Es, en todo caso, uno de los poemas más referenciales a lo político, que al menos yo conozca de Teillier, y dice más adelante: “Un día/cuando todos los sobres sean transparentes/y los hermanos y los parientes no sean condenados a/morir en el exilio/y todos vivamos en nuestro verdadero País.” (“Y venir de tan lejos en abuelos perdidos”, diría el verso Huidobriano).
La realidad le había impuesto al poeta un nuevo universo de situaciones, un escenario que explosionaba su mundo más allá del perdido entorno de la infancia, de la Edad Dorada, que al igual que Neruda, guardadas las dimensiones, como dijera Hernán Loyola: ”ese mundo de la infancia y de la primera adolescencia atraviesa toda su obra poética”.
EL SAGRADO CANELO NOS AMPARA EN SU SOMBRA
Están todos los elementos de la Frontera, Lautaro para Teillier, Temuco, para Neruda, paisaje y más paisaje, con la lluvia como telón de fondo: ”Pero ahora te envío esta carta de lluvia/que te lleva un jinete de lluvia/por caminos acostumbrados a la lluvia”, dice el poeta en “Carta de Lluvia”, de su libro: ”Poemas del País de Nunca Jamás”.
No, no es Neruda, a pesar de los elementos coincidentes en no pocas ocasiones, los bosques, los inviernos, los pueblos, las calles, los trenes en la memoria de ambos poetas, los paisajes del Sur transformado en leyenda, porque Jorge Teillier es el guardián de sus propios mitos, de la vorágine de su mundo interior, de sus sueños (Ninguna ciudad es más grande que mis sueños/”) , de la tierra donde “El trigo inclina su cabeza/antes de ser torturado como todo salvador,” lámpara, a veces, de su propia oscuridad.
La Frontera es el lar, no sólo para Neruda y Teillier, sino para numerosos poetas, nacidos y vueltos a nacer en esa región peculiarísima de la geografía e historia chilena. Alonso de Ercilla y Zuñiga inmortaliza la gesta heroica de mapuches y españoles y la región antártica famosa, con la “Araucana”, Pedro de Oña continuarà la poética hispana en su tránsito colonial con otra versión de la historia de la araucanía (Arauco Domado) y Neruda la llevarà a todos los confines del planeta con su propio sello doloroso, profundo, telúrico, emancipador e irá nombrando las cosas, las gentes y geografía, con su palabra torrencial y definitiva.
“La Frontera tenía ese sello maravilloso de Far West sin prejuicios. Mis compañeros se llamaban Schnakes, Schelers, Hausers, Smiths, Taitos, Seranis. Eramos iguales entre los Aracenas, Ramírez, los Reyes... No había apellidos vascos. Había sefarditas. Albalas, Francos, había irlandeses, McGuntys, polacos,Yanichewskys. Brillaban con la luz oscura los apellidos araucanos, olorosos a madera y agua: Melivilus, Catrileos”, nos comenta Pablo Neruda en una de sus descripciones de su infancia temucana, donde conoció a “esa señora alta, con vestidos muy largos y zapatos de taco bajo”: Gabriela Mistral.
Teillier en “Blasón de Poetas de la Frontera” del libro “Para un pueblo fantasma”, se refiere a cada poeta del sur como parte de un escudo de armas, linaje de la poesía chilena en la Frontera. Es la semilla sembrada por Alonso de Ercilla.
Es en Crónica del Forastero, sin embargo, donde nos habla del Far West chileno, la Frontera, sitio al que a fines del siglo pasado llegaron sus antepasados franceses de Bordeaux, con suizos, italianos, alemanes y conquistaron por segunda vez la araucanía, a sangre y fuego.
GARDEL, NACIMIENTO Y MUERTE
La poesía de Jorge Teillier, ciertos libros específicamente, tienen algunas referencias, verdaderos trazos costumbristas, versos a modo de crónica, que recogen la presencia indígena en la Araucanía, tan venida a menos por el trato muy próximo al genocidio étnico y cultural que le han dado los sucesivos gobiernos chilenos, con la excepción de Salvador Allende.
(Los Mapuches vuelven a sus reducciones por la calle del Medio. Los fundos eran todos antes propiedades Mapuches, Los mapuches tenìan mucho apego a la chueca , son algunos de los versos referenciales que recojo de sus libros. Teillier escribiò un texto testimonial sobre su pueblo: Lautaro, cuyo ritmo, dice, es el que le dan el rìo y los trenes. Es la Frontera, mezcla de mapuches, europeos y españoles.“El pueblo que siempre va conmigo”, testimonia y reafirma el poeta.)
Dejemos descansar al poeta, que se fue en la aristocrática y orgullosa Viña del Mar, tierra otrora de grandes viñedos, en un homenaje secreto al bardo, que partió escuchando a Carlos Gardel, el mes de abril de 1996. Abril es el mes màs cruel;/engendra lilas de la tierra muerta/, mezcla Memorias y anhelos, nos recuerdan los cèlebres versos de T. S. Eliot en Tierra Baldìa.
Teillier, nos advirtiò en unos versos pòstumos: Si alguna vez mi voz/deja de escucharse/piensen que el bosque habla por mì/con su lenguaje de raìces.
Ya se habìa despedido dècadas atràs, con unos versos memorables: Me despido de mi mano/que pudo mostrar el paso del rayo/o la quietud de las piedras/bajo las nieves de antaño. Para que vuelvan a ser bosques y arenas/me despido del papel blanco y de la tinta azul/de donde surgìan los rìos perezosos,/cerdos en las calles,molinos vacìos./Me despido de los amigos/en quienes màs he confiado: los conejos y las polillas,/las nubes arapìentas del verano,/mi sombra que solìa hablarme en voz baja. Me despìdo de las Virtudes y de las Gracias del planeta:/los fracasados, las cajas de mùsica,/los murcièlagos que el atardecer se deshojan/de los bosques de casas de madera. Me despido de los amigos silenciosos/a los que sòlo les importa saber/dònde se puede beber algo de vino,/y para los cuales todos los dìas/no son sino un pretexto para canciones pasadas de moda. Me despido de una muchacha/que sin preguntarme si la amaba o no la amaba/caminò conmigo y se acostò conmigo/cualquuiera dee sas tardes que se llenan/de humaredas de hojas quemàmdose en las acequias./Me despido de una muchacha/cuyo rostro suelo ver en sueños/iluminado por la triste mirada/de trenes que parten bajo la lluvia./Me despido de la memoria/y me despido de la nostalgia/-la sal y el agua-de mis dìas sin objeto./Y me despido de estos poemas:/palabras, palabras-un pco de aire/movido por los labios-palabras/para ocultar quizas lo ùnico verdadero: que respiramos y dejamos de respirar.
Había nacido un 24 de junio de 1935, en Lautaro,—donde el rìo Cautìn corta en dos al pueblo—, día en que murió Carlos Gardel, en Medellìn, Colombia, y en que los mapuches celebran la llegada del Año Nuevo.
La ùltima vez que lo vio su asistente, el poeta Francisco Vèjar, fue en una estaciòn del metro en Santiago. Allì lo llevaron sus amigos, despuès de comprar una maleta porque se aprestaba viajar a Buenos Aires. Pareciera que se trasladò a la residencia del poeta Lorenzo Peirano, porque alrededor de las cuatro de la tarde del 12 de abril, llegò a su casa. En su destartalada morada de calle Esperanza, como èl la describe en un testimonio a El Mercurio, del 9 de junio de 1996, Teillier recordò entrañablemente a sus hijos, Sebastiàn y Carolina, a su nieta, a su hermano Ivàn, a los poetas Volpe y Ruìz.Ya habìa chanceado con la imagen de Rolando Càrdenas, que supuestamente acompañaba a Carlos Gardel en la pantalla, cuando el morocho del abasto cantaba “Golondrinas,” esa tarde. Quizàs presentìa algo, como recordò Peirano, en su testimonio final.
No logrò que el dueño de casa le acompañara a su residencia ubicada, entre La Ligua y Cabildo. ”No habrà otra vez,” respondiò Teillier a la negativa de Peirano. De pronto, dijo, poco despuès del almuerzo del sàbado 13, que tenìa que hacer, y lo fuimos a dejar al bar “La Uniòn Chica”, continuò con su relato Peirano…
”La muerte ha venido a beber sangre/en el bar de los amigos asesinados./La muerte lanzò con desprecio una moneda/al mostrador… La muerte ha bebido sangre/y ebria camina/hacia un bar que nadie conoce/sino los amigos que sobreviven/y esperan reunirse con Ella/y vengar a los amigos muertos.
El bar era un sitio que le gustaba, porque es un lugar de solitarios. Yo veo el bar como un barco, los concurrentes son la tripulaciòn, comentò en unas Conversaciones que tuvo con el crìtico Carlos Olivarez.
(Comparto la tesis del crìtico y linguista francès, Roland Barthes, que si bien el barco es un sìmbolo de partida, el gusto por el navìo es siempre la alegrìa de un encierro perfecto, de tener a mano el mayor nùmero posible de objetos. De disponer un espacio absolutamente finito. Amar los barcos es, ante todo, amar una casa superlativa, nos advierte Barthes. El Nautilus de Julio Verne es, a su juicio, la caverna adorable. Recordemos que Teillier y Càrdenas, entonaban, que el bar era su segundo hogar).
Fue su ùltima estaciòn, la definitiva, y ya no se despedirìa con el tradicional verso nerudiando de 20 Poemas de Amor y una Canciòn Desesperada, y que era su breve himno de despedida: Es la hora de partir, oh abandonados…Todo en mì fue naufragio, dirìa Neruda, para la ocasiòn.
Pocos saben lo que es un poeta/y como debe morir un poeta, revela Teillier en su poema El Poeta de Este mundo, dedicado a Renè Guy Cadou.
”No habrà otra vez”, le habìa advertido a Peirano, y todo parece indicar que querìa morir en casa rodeado de sus amigos: “Tù moriste en un cuarto en donde se congregaba toda la/primavera/mirando un cesto de manzanas”, dice en el texto dedicado a Cadou.
Despuès vino la agonìa y la muerte, concluyò su relato Peirano.
Quizás como dijo Teillier a los 23 años en su poema “Edad de Oro”(El Cielo cae con las hojas)¨.
Un día u otro
todos seremos felices.
Yo estaré libre de mi sombra y de mi nombre,
que se irán como perros sin dueño.
Ya Esenìn/ le habrà abierto la puerta alta al gran despiadado/de sì mismo, confìa Gonzalo Rojas.
Si las profecías del poeta se cumpliràn, no lo sabemos.
Non omnis moriar,— no me morirè del todo—vaticinò Horacio, hace dos mil años.
Después de todo, ya lo dijo René Char: “Un poeta debe dejar señales a su paso, no pruebas./Sólo las señales hacen soñar.”
Recuerden que un dìa seremos leyenda. Recuerden, eso nos dijo Teillier.
Panamà, 1996- mayo 2000
Conferencia dictada por Rolando Gabrielli, en la Embajada de la Repùblica de Chile, en Panamà. 18 de mayo de 2000. Inédita hasta ahora.