Babel es un fragmento del rodaje de este siglo, una época siempre a punto de desplomarse sobre si misma, aturdirse en la yema del espanto de unos ojos sanguinolentos, piel afiebrada, laberintos que la mente humana construye en cualquier esquina del planeta. Desierto, una capital asiática vanguardia, siempre las fronteras infranqueables de lo humano, psicológico, físico, eso que se construye en esta época para dividir mundos, separar culturas, trazar límites y administrarlos como un aeropuerto. Historias que se cruzan, un puñado de azar, casualidades, malentendidos, dolor, el extremo real de la vida y muerte, ese insomnio que nos mueve a veces a mantenernos alerta sin estarlo, motivados por las circunstancias. Babel es un inventario de historias personales que se entrecruzan unidas por pequeños eslabones que las determinan como una caja de música que no deja de tocar a lo largo de la filmación.
Babel, rodada en Marrueco, México y Japón, por Alejandro Gonzáles Iñárritu, en cuatro idiomas, con actores profesionales de primera línea- Brad Pitt- y amateurs, se apodera de esos retazos humanos que marchan a la deriva en situaciones límites, pero que son reales, suceden, y cuentan con fuertes dosis de amor, dolor, brutalidad, absurdo y un rosario de adjetivos innecesarios de enumerar.
Una bala disparada desde las montañas de Marrueco por un niño pastor de pobres cabras, hiere mortalmente a una turista norteamericana que viajaba en un bus con su marido (Pritt), desencadena todas las historias que se suceden en la filmación, unidas por un fusil obsequiado por un japonés a un marroquí, y para complementar el suspenso, la tragedia, una mujer mexicana (nana) que cuidaba a los hijos del matrimonio norteamericano, cruza sin papeles la frontera norteamericana-mexicana y se envuelve en una odisea de desesperación y absurdos, que co-rresponden muy bien a ese espacio entre Estados Unidos y la nación azteca: lugar de la nada, un tapón que escupe en muchas direcciones, erizado por las sospechas, desconfianza, temores y una fuerte dosis de odiosidades y racismo. en japón, babel, crece en la voz interior de una sorda-muda, hija del japonés que obsequia el fusil. Allí se instala el rechazo, la desesperada música del sexo que no llega, el amor que se desnuda en una esquina de un rascacielos de Tokio, así, a la interperie de las estrellas iluminadas de la babélica ciudad. Todo supone una ruina y desplome del interior de una jovencita.
Babel, rodada en Marrueco, México y Japón, por Alejandro Gonzáles Iñárritu, en cuatro idiomas, con actores profesionales de primera línea- Brad Pitt- y amateurs, se apodera de esos retazos humanos que marchan a la deriva en situaciones límites, pero que son reales, suceden, y cuentan con fuertes dosis de amor, dolor, brutalidad, absurdo y un rosario de adjetivos innecesarios de enumerar.
Una bala disparada desde las montañas de Marrueco por un niño pastor de pobres cabras, hiere mortalmente a una turista norteamericana que viajaba en un bus con su marido (Pritt), desencadena todas las historias que se suceden en la filmación, unidas por un fusil obsequiado por un japonés a un marroquí, y para complementar el suspenso, la tragedia, una mujer mexicana (nana) que cuidaba a los hijos del matrimonio norteamericano, cruza sin papeles la frontera norteamericana-mexicana y se envuelve en una odisea de desesperación y absurdos, que co-rresponden muy bien a ese espacio entre Estados Unidos y la nación azteca: lugar de la nada, un tapón que escupe en muchas direcciones, erizado por las sospechas, desconfianza, temores y una fuerte dosis de odiosidades y racismo. en japón, babel, crece en la voz interior de una sorda-muda, hija del japonés que obsequia el fusil. Allí se instala el rechazo, la desesperada música del sexo que no llega, el amor que se desnuda en una esquina de un rascacielos de Tokio, así, a la interperie de las estrellas iluminadas de la babélica ciudad. Todo supone una ruina y desplome del interior de una jovencita.
Babel es una escalera personal sin fin, el idioma cotidiano de la vida y de la muerte, la sombra platinada que nos sobrecoge al amanecer, antes del alba o en el ocaso fortuito en algún lugar que adquiere la dimensión de la realidad. No son palabras, ni idiomas lo que le faltan o sobran a Babel, porque el pequeño reino de la imagen se desplaza con tensión y atención debida, donde la humanidad ejercita sus pasos falsos, confusos, desalentadores y también nos deja entrever que hay algo más allá, un camino. Son historias, en una Historia, nuestro tiempo. Babel es un estado de situación de esta época ruinosa, perversa, esquizofrénica, autista, ciega, sorda y muda, muy pranoica y enfermiza. A veces, Babel nos mira con el ojo ciego de Dios. El azar impone su lugar equivocado, esa esquina casi imperceptible que desata como un efecto mariposa acontecimientos inmanejables, "babélicos", absolutamente impredecibles, desagarradores, patéticos, donde los personajes se unen por la tragedia con fuertes dosis de humanismo, signos contrarios que evolucionan hacia el más o quedan truncos, como estribillos repetidos por marionetas. Babel fue rodada para sorprender con el recurso obsesivo de la tensión, de la miniatura del riesgo en el límite, ese sabor a fresas en un verano perdido. Babel es el pelo del lobo. Babel, nosotros somos, la ruina del verbo/la caja loca del azar/toca, toca, la palabra/y arderán mis manos/palabra de hierro dócil/escalera tomas mis rodillas/levántate.
Rolando Gabrielli©2007