Vuelve Banksy a la escena del crimen, como victima de un robo sin precedentes de su impactante arte urbano, que se expresa en la calle de manera espontánea, cotidiana y con un valor artístico indudable. Goloso el mercado neoliberal, como una gran rata, da un zarpazo a la obra indefensa de Banksy, sin su consentimiento, para exponerla en una subasta intitulada: «The Stealing Banksy» («El Banksy robado»). ¿A confesión de parte, relevo de pruebas? La muestra, es una antesala, de una subasta de la obra pública, ciudadana, patrimonio del espacio público.
El Street Art Británico, tan apreciado por el público corriente que disfruta con perplejidad la belleza de un artista inteligente, creativo y generoso, ha quedado vulgarmente en la calle, desnudo de protección y bajo el imperio del despojo, con larga historia en la Rubia Albión.
Banksy está molesto, avergonzado, ha repudiado públicamente este acto inmoral contra el arte, el artista y la cultura. Este show no tiene nada que ver conmigo y me parece repugnante que cualquiera pueda retirar arte de las paredes sin permiso, ha expresado con justa indignación.
Los saqueadores del Arte Urbano seleccionaron siete obras de Banksy, dos de ellas ilustran este texto. Rompieron la magia del lugar, el instante de libertad del artista que escogió un sitio único para el destino de su trabajo.
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Del epilogar
Toda historia tiene un revés, como una moneda. Nadie sabe quien es Banksy. Solo las paredes de Gran Bretaña, escenarios como Nueva York, son los testigos de quien instala el arte callejero, las perfomances de este misterioso graffitero del siglo XXI. Para los màs perspicaces seguidores de Banksy, cuyos datos personales no superan a un desconocido transformado en fantasma. Banksy quien sea, alegra las calles y alienta el mercado. De esto último se habla hace mucho tiempo, que detrás de este arte callejero se encuentra la industria. No es de extrañarse, aunque escribo esta nota sin pruebas. Los diarios internacionales, se hacen eco, una y otra vez, de este rey midas que cada cierto tiempo estremece el mercado y acrecienta su leyenda. No sabemos de otro "Robin Hood o asaltante del Arte", en estos tiempos donde el rey es el mercado.
Le reinstalación transitoria de Banksy en las galerías del mercado, en un oscuro sótano, para después ser subastada a la gente VIP, en una cifra nada despreciable de unos 4 millones de euros, demuestra la magnitud del operativo artístico. Un gran negocio es rescatar esta obra de la calle y después sacarla al mercado. Dicen que todo se realiza con la autorización dl dueño del inmueble. Es una acto casi surrealista de recobro de una imagen expuesta al deterioro y daño de algún transeúnte no convencido del arte que no está encerrado en un museo o galería. Los graffitis de Banksy tienen un tiempo de duración, al parecer, y después caen al mercado como un negocio que no tiene precedente en el arte callejero. Pareciera ser, para algunos, una gran movida, un artilugio del mercado. Qué sería de algunos sin este dios que habita realmente entre nosotros y se apodera de nuestra voluntad. Oh, my god,/ dicen los más aventajados del mercado/adictos a su espiritualidad/ sonar de las monedas/ mercancías sin memoria/Sueñan con lo nuevo y desconocido/ tan pronto pueden /devoran el último inventario/el vestigio de la salvación.
Detrás del Banksy que no conocemos, sólo sus obras expuestas al mundo cotidiano, deambulan no solo estos mercaderes, sino el propio FBI, que en una de las subastas en Miami, habría amenazado con intervenir para detener un proceso supuestamente ilegal o no consentido por su autor. Nada de lo que ocurre es nuevo, se han retirado graffitis desde Cisjordania a Liverpool, y todos han terminado en una operación de compra y venta.
Màs allá de los trucos de Banksy y de quienes desmontan sus obras y las subastan, está el Arte que hace o se hace en nombre de Banksy. El graffitero apunta a la sensibilidad y actualidad, a mover conciencias, a graficar el siglo XXI, allí, donde mora la (in)consciencia humana. Un lujo para estos tiempos sin tiempo. Un mundo que no toca fondo y patalea como un ahogado. Estamos paseando por un acantilado sin malla de protección.