El 87 fue el último año que viajé a Chile
y no sé por qué
descendí del avión
como un turista más, despistado.
El país estaba caliente,
ardía más que una noche
de aquellas
cuando Nerón incendió Roma
o simplemente la calidez amable, amorosa,
de San Camilo, un puerto de lujuria y diversión.
En ese entonces,
caminaba por el Paseo Ahumada,
el que describió detalladamente Enrique Lihn
con el pinguino instalado
en su iceberg existencial
y a lo largo de la calle una corte de todas las miserias de
Chile.
En medio del torrente de gente,
paseantes, oficinistas, comerciantes, ociosos compradores, lanzas,
un público tan heterogéneo como los vendedores de toda clase
de pomadas, me encontré con Raúl Ruíz,
el cineasta, por si no
lo conocen
de Tres Tristes Tigres, La Maleta y otras cintas
que tuvieron como
actores a Luis Alarcón,
Marcelo Mastroiani y la Catherine Deneuve.
Marcelo Mastroiani y la Catherine Deneuve.
Aún no había estrenado El Tiempo Recobrado de Proust,
el mismo tiempo que ahora recuperábamos en un instante
por esas casualidades de Chile que tenía viajeros
ocasionales
por todas partes.
Nos dimos un fuerte
abrazo como en el final de una cinta,
sorprendidos por un libreto improvisado,
habían pasado 14 años
y no sé que pensamos cada uno
en ese instante irrepetible.
Yo había sido un extra de esos que nadie recuerda más,
de su película La Colonia Penal
(yo vivía en una colonia )
Raúl venía de su residencia parisina
Santiago olía a naftalina, piqueteos, gritos, marchas,
"abajo el tirano", las calles estaban en
efervescencia
y el Príncipe de la oscuridad parecía no inmutarse
y tenía todas las hojas inmóviles en sus manos
y prepara alguna ceremonia fúnebre
en algún lugar del país.
-Te invito al Rápido, me dijo sonriente Raúl,
sin más protocolo que el encuentro,
a un vino y unas empanadas
-Vamos, respondí
estábamos a 50 metros de de se icono de la chilenidad,
en pleno centro de Santiago.
Allí las voces comunicaban hacia otras voces,
la alegría contagiosa del ambiente,
el retorno, el azar filmaba
este gran momento.
Raúl había vuelto a Chile, de paso,
a reconocer el terreno
después que le instalaron
una L en el pasaporte que le impedía el ingreso.
El país solo pasaba películas de terror.
Estaba radiante, con su gran melena y porte
y ojos siempre filmando los momentos y sus circunstancias.
Ninguno de los dos pasados se juntaron y hablamos en
presente,
el aire espeso traslucía una luz magra,
pero los rostros se distinguían entre muchos y murmullos
propios de las cantinas
Las copas abrían paso a las palabras,
sobre las vibrantes mesas y el vino justo para reconocernos
en el lugar
prohibido hasta ese entonces.
No sé que se dijo de París, mentiría,
esa mañana en Santiago.
Tuve la impresión que Chile se devoraba los últimos tiempos
de la dictadura.
Raúl alzó la copa con la felicidad del recién llegado,
autorizado por la Inquisición menos santa
que haya conocido la historia de Chile.
La copa de Raúl era otra señal que todo llegaba a su
fin,
reflexioné a instante, cuando vimos
una trizadura con la
forma de una L,
era idéntica a la que había desparecido de su pasaporte,
el campo estaba despejado,
el castillo del Capitán General parecía comenzar
a desmoronarse.
Nos reímos,
como si fuera un vaticinio,
un anuncio inevitable, esperado
y de los nuevos tiempos.
Rolando Gabrielli©2018
Santiago de Chile 2018