IV
El rodaje del cine mudo debió ser
fascinante. Esos cartelitos que expresan mensajes breves, directos, que solo
hacen más grande el silencio. La risa ausente del sonido,
como prohibida por la tecnología del momento, son espacios inolvidables de lo
que somos capaces de expresar sin hacer ruido.
La mímica que le habla al silencio. Cada gesto lleno
de sonido y palabras. ¿Dónde está el libreto se preguntaría el director? No
sabemos. El silencio demostró ser tan poderoso y gratificante como la risa. La
mudez dejó sin voz a toda una generación, la hipnotizó y pudo heredar esa risa
cuando el cine sonoro estalló en carcajadas y lágrimas, galope de caballos,
ruido de sables y se escucharon por primera vez los aplausos.
Las grandes tormentas vienen muchas veces de un
mar de voces calladas que son el eco del caracol que duerme abandonado en
alguna playa y es suma de todos los silencios.
Raúl Ruiz, el mítico director de Puerto Montt,
un animal nacido para el celuloide, contar y contar historias infinitas, bajo
el título las Mil y una de RR, filmaba La colonia penal, aquellos
días previos en que la historia se quedó sin palabras para describirse a sí
misma. Fui un extra y me siento orgulloso, mi mundo eran las orillas, los
mismos resquicios de ese gran silencio del cine mudo.
Estamos ahora, en la primavera del horror, del
espanto, la historia se adjetiva sola por los propios hechos y la memoria
selecciona momentos estelares y también detalles peccata
minuta. Las estaciones están programadas por
calendario, son expresión de la cara del tiempo, estados de ánimo, la historia,
en cambio, es una secuencia interrumpida por eventos muchas veces
sorprendentes que permanecen fijos en un montón de recuerdos que no quieren ser
olvidados. Su registro no deja de ser dudoso con el paso del tiempo, pero
sucede.
En este orden que no disimula el arbitrio, pero que en
verdad existe como tal, Denver recuerda que por primera vez tomó
conciencia de la Universidad Católica cuando participó en un clásico
universitario. La historia se hizo más pública cuando leyó en el frontis de la
Pontificia Universidad una leyenda que estremeció al país: Chileno, El
Mercurio Miente. La frase sacudió a la sociedad y quedó registrada en la
historia. No es poca cosa cuando la historia es real, contada sin intermediarios
y aparece en televisión para todo el país.
Todo nos va conduciendo a la fatídica primavera que
nos ocupa. La Casa Central de la Universidad Católica como protagonista, un
Taller de Poesía dirigido por Enrique Lihn, quien resumió, tiempo
después, esta época negra primaveral con un verso, un adjetivo que en este caso
da vida y también mata: El horroroso Chile.
La primavera de inocentes brotes que ve
florear y en su aroma espléndido ocurre esa renovación que nos anuncia cada
mañana y conmueve el atardecer, viajaba por esos días en una
destartalada micro Matadero Palma, con los pasajeros en vilo en la pisadera, al
ruido de un motor infernal, las esquinas de la ciudad parecían no tener nombre.
Todo era más gris que de lo habitual, nada estaba exento de ser una
circunstancia más y no se podía definir. Esos pasos que no son ligeros, ni
pausados, sino necesarios.
En la calle principal de la ciudad está la
vieja Casa Central de la Universidad Católica, sus grandes
escalinatas, enorme frontis, una cierta austeridad arquitectónica neoclásica,
un cristo con los brazos abiertos que no pareciera alcanzar a cubrir
toda la capital y dos esbeltas palmas que están en edad de crecimiento, nos dan
una idea del lugar. Un neoclásico, dicen los expertos, fijan su
fecha de construcción hace poco más de un siglo y los muros
permanecen sólidos.
De visita por la Casa Central, Denver, a razón no
sabemos de qué motivo, pero sucedió, como suelen ocurrir los hechos cotidianos,
muy parecidos unos de otros, pero este no fue el caso, aunque el contexto
perfilaba en el mismo sentido. Bajando las escaleras, frente a la
avenida principal, rebautizada-en sus inicios se llamó Alameda de las delicias,
luego Alameda de álamos, que dejaron de existir y finalmente bautizaron ese gran espacio que comunica el
sur con el norte de la ciudad, con el del prócer que la creó hace más de 200 años. En
ese inequívoco lugar, cualquiera sea su nombre, Denver, en la precaución de los
días, se detuvo porque no había nada más frente a él
que un estricto y riguroso, sorprendente silencio militar.
Se trataba de una atmósfera que le imponía respeto al
silencio, le obligaba a permanecer virtualmente callado, no le permitía
certificar su presencia de ninguna manera. Denver, suspendido en unas cuantas
sílabas de su pensamiento congelado, miraba el lugar vacío, lleno de nada y era
protagonista de una escena propia del cine mudo. Miraba sin ver y veía, notaba
algo extraño en esa rara ciudad ocupada. ¿Se estaba filmando aquí no hay nadie?
Raúl Ruiz ya no estaba en la ciudad, en el país, para sorprendernos con esta
clase de eventos. Chile filme había sido borrado de la pantalla, como el
camarógrafo Jorge Müller, desaparecido junto a La Colonia penal. Por esos días
no se sabía nada de nada. La mañana estaba próxima al mediodía, si mal no
recuerdo, era gris, hábilmente estacionada en sí misma, no avanzaba, ni
retrocedía. Jorge fue detenido con su pareja, Carmen Bueno, supe hasta ahora, el
día anterior del estreno de la película A la sombra del sol, a la cual
habían concurrido a ver. Fue su último contacto con el cine, su pasión.
Denver era un pasajero más de ese silencio
ominoso. No iba a durar mucho, cuando sintió el ruido de una ventana
que se cerraba descuidadamente y después un disparo. Alzó
la vista y vio policías francotiradores en algunos de los techos rodeando la
gran avenida y sus conexiones inmediatas. Se sintió atrapado en el azar de
esos días. Y la mañana se abrió a sus ojos, el día se despejaba, la caja de Pandora
descubría uno de sus misterios. La junta en pleno, los cuatro jinetes, ataviados
con ropas de gala, se desplazaban por la calle lateral, hacia o venían de algún
lugar, mientras la capa gris del Capitán general, ondeaba ligeramente agitada
por el viento de la primavera.