sábado, junio 25, 2022

 IV

El rodaje del cine mudo debió ser fascinante. Esos cartelitos que expresan mensajes breves, directos, que solo hacen más grande el silencio.  La risa  ausente del sonido, como prohibida por la tecnología del momento, son espacios inolvidables de lo que somos capaces de expresar sin hacer ruido.

La mímica que le habla al silencio. Cada gesto lleno de sonido y palabras. ¿Dónde está el libreto se preguntaría el director? No sabemos. El silencio demostró ser tan poderoso y gratificante como la risa. La mudez dejó sin voz a toda una generación, la hipnotizó y pudo heredar esa risa cuando el cine sonoro estalló en carcajadas y lágrimas, galope de caballos, ruido de sables y se escucharon por primera vez los aplausos.

 Las grandes tormentas vienen muchas veces de un mar de voces calladas que son el eco del caracol que duerme abandonado en alguna playa y es suma de todos los silencios.

 Raúl Ruiz, el mítico director de Puerto Montt, un animal nacido para el celuloide, contar y contar historias infinitas, bajo el título las Mil y una de RR, filmaba La colonia penal, aquellos días previos en que la historia se quedó sin palabras para describirse a sí misma. Fui un extra y me siento orgulloso, mi mundo eran las orillas, los mismos resquicios de ese gran silencio del cine mudo.

Estamos ahora, en la primavera del horror, del espanto, la historia se adjetiva sola por los propios hechos y la memoria selecciona momentos  estelares y también detalles peccata minuta. Las estaciones  están programadas  por calendario, son expresión de la cara del tiempo, estados de ánimo, la historia, en cambio, es una secuencia  interrumpida por eventos muchas veces sorprendentes que permanecen fijos en un montón de recuerdos que no quieren ser olvidados. Su registro no deja de ser dudoso con el paso del tiempo, pero sucede.

En este orden que no disimula el arbitrio, pero que en verdad existe como tal, Denver  recuerda que por primera vez tomó conciencia de la Universidad Católica cuando participó en un clásico universitario. La historia se hizo más pública cuando leyó en el frontis de la Pontificia Universidad una leyenda que estremeció al país: Chileno, El Mercurio Miente. La frase sacudió a la sociedad y quedó registrada en la historia. No es poca cosa cuando la historia es real, contada sin intermediarios y aparece en televisión para todo el país.

Todo nos va conduciendo a la fatídica primavera que nos ocupa. La Casa Central de la Universidad Católica como protagonista, un Taller de Poesía dirigido por Enrique Lihn, quien  resumió, tiempo después, esta época negra primaveral con un verso, un adjetivo que en este caso da vida y también mata: El horroroso Chile.

La primavera de inocentes brotes que  ve florear y en su aroma espléndido ocurre esa renovación que nos anuncia cada mañana y  conmueve el atardecer, viajaba por esos días en una destartalada micro Matadero Palma, con los pasajeros en vilo en la pisadera, al ruido de un motor infernal, las esquinas de la ciudad parecían no tener nombre. Todo era más gris que  de lo habitual, nada estaba exento de ser una circunstancia más y no se podía definir. Esos pasos que no son ligeros, ni pausados, sino necesarios.

En la calle principal de la ciudad está la vieja  Casa Central de la Universidad Católica, sus grandes escalinatas, enorme frontis, una cierta austeridad arquitectónica neoclásica, un cristo con los brazos abiertos que no pareciera alcanzar  a cubrir toda la capital y dos esbeltas palmas que están en edad de crecimiento, nos dan una idea  del lugar. Un neoclásico, dicen los expertos, fijan su fecha de  construcción hace poco más de un siglo y los muros permanecen sólidos.

De visita por la Casa Central, Denver, a razón no sabemos de qué motivo, pero sucedió, como suelen ocurrir los hechos cotidianos, muy parecidos unos de otros, pero este no fue el caso, aunque el contexto perfilaba en el mismo sentido. Bajando las escaleras, frente a  la avenida principal, rebautizada-en sus inicios se llamó Alameda de las delicias, luego Alameda de álamos, que dejaron de existir y finalmente  bautizaron ese gran espacio que comunica el sur con el norte de la ciudad, con el del  prócer que la creó hace más de 200 años. En ese inequívoco lugar, cualquiera sea su nombre, Denver, en la precaución de los días, se detuvo porque no había nada más frente a  él que  un estricto y riguroso, sorprendente silencio militar.

Se trataba de una atmósfera que le imponía respeto al silencio, le obligaba a permanecer virtualmente callado, no le permitía certificar su presencia de ninguna manera. Denver, suspendido en unas cuantas sílabas de su pensamiento congelado, miraba el lugar vacío, lleno de nada y era protagonista de una escena propia del cine mudo. Miraba sin ver y veía, notaba algo extraño en esa rara ciudad ocupada. ¿Se estaba filmando aquí no hay nadie? Raúl Ruiz ya no estaba en la ciudad, en el país, para sorprendernos con esta clase de eventos. Chile filme había sido borrado de la pantalla, como el camarógrafo Jorge Müller, desaparecido junto a La Colonia penal. Por esos días no se sabía nada de nada. La mañana estaba próxima al mediodía, si mal no recuerdo, era gris, hábilmente estacionada en sí misma, no avanzaba, ni retrocedía. Jorge fue detenido con su pareja, Carmen Bueno, supe hasta ahora, el día anterior del estreno de la película A la sombra del sol, a la cual habían concurrido a ver. Fue su último contacto con el cine, su pasión.

 Denver era un pasajero más de ese silencio ominoso. No iba a durar mucho, cuando sintió el ruido de una ventana que  se cerraba  descuidadamente y después un disparo. Alzó la vista y vio policías francotiradores en algunos de los techos rodeando la gran avenida y sus conexiones inmediatas. Se sintió atrapado en el azar de esos días. Y la mañana se abrió a sus ojos, el día se despejaba, la caja de Pandora descubría uno de sus misterios. La junta en pleno, los cuatro jinetes, ataviados con ropas de gala, se desplazaban por la calle lateral, hacia o venían de algún lugar, mientras la capa gris del Capitán general, ondeaba ligeramente agitada por el viento de la primavera.

jueves, junio 23, 2022

Las hojas del Otoño

Las hojas del Otoño


Música de Javier  Villalobos Canales, orquestada en su casa, con los instrumentos del día a día, y sobre todo, la pasión de ser músico.

La letra, de Rolando Gabrielli

Todo para el disfrute del lector, quien visite este Blog, ahora  puede escuchar este momento musical.

Un trabajo en proceso...

III                      

Parecía una plaza de provincia recostada en  el rabioso atardecer de un domingo de soledad y olvido. Era la mañana de un día de trabajo, cualquiera y no se diferenciaba de otro. Denver, exonerado, que quiere decir ambiguamente, aliviado de una obligación o separado de un cargo, atravesaba  la plaza sin apuro, con un premeditado descuido. Una palabra de doble filo y uso, pensó, mezcla de ángel y demonio, ese embutido tan parriano. En este caso a la deriva de los tiempos, como el de millares, de Norte a Sur, de mar a cordillera, incontables los que habían perdido de un plumazo su trabajo sin ningún derecho y se desplazaban hacia la nada  en todo el territorio nacional. Daba la impresión que no pasaba nada, total normalidad, pero la autoridad estaba vigilante en todas partes.

Las plazas también viajaban en un silencio espectral, algunas palomas deambulaban sin mayor compromiso con el entorno y sobrevuelan los espacios vacíos, con la austeridad de la historia y la realidad. El paisaje también parecía expectante al momento que se  vivía, tan denso como las páginas amarillas.

Denver, joven, de pelo largo, hipeando los tiempos de la poesía, algo natural en los años de los descubrimientos, apetitos intelectuales voraces, lecturas al amanecer, copas  en los ruidosos bares de las noches, sabía que cargaba un pasado más allá de la memoria y de lo vivido. La imagen cobraba  la fuerza de una ola inesperada que ya no se detendría y podría ahogarte en cualquier esquina de aquellos días.

Apresuró el paso cuando se aproximaba un policía surgido de la nada, como solía ocurrir porque estaban en todas partes, y ya estaba muy próxima la peluquería, su destino y objetivo final. El policía llegó hasta la puerta y miró  hacia el interior de la barbería, constatando  que todo estaba normal, según sus términos y valorización. Se retiró sin ninguna prueba a continuar con sus rondas habituales, mapear el lugar  donde fue designado. Denver se sentó plácidamente en el sillón para que el peluquero procediera a su trabajo y terminara con ese aspecto que no cuadraba con los cánones oficiales. Era una atmósfera tranquila, más bien apacible, una apartada isla que respondía a su propio  silencioso epicentro. Se sumergió en la nada, en el simple ejercicio de no pensar por unos instantes. Borrar la pesadilla del momento que recién comenzaba y duraría una eternidad.

El pelo  caía en la liviandad de su peso y cerraba un tiempo, más bien abría otro lleno de incertidumbre, inédito para millones de personas. Había un solo espacio de tiempo entre el pelo y el piso de azulejos grises de la peluquería que los dispersaba en la quietud de una mañana atemporal que sería rescatada casi 50 años después, cuando el olvido se transforma en memoria. En ese curso aparentemente intangible de los acontecimientos quizás anecdóticos, siempre la historia cae por su propio peso, se descifra asimismo. Denver no buscaba la belleza en la peluquería, no eran tiempo para la estética, ni hacerle la manicure a la historia de esos y aquellos días. En las calles de la ciudad gris, ensangrentada, torturada, habían comenzado a cortar el pelo con bayoneta y también los pantalones a las mujeres. Se podría llegar a pensar que superaron a los futuros y desconocidos talibanes, pero también se guillotinaban y quemaban libros en primavera. Teníamos noticias de las quemas, bajo la euforia de conquista del Tercer Reich, pero el uso de la guillotina era considerado más silencioso, privado, quizás profiláctico con las ideas, porque iba implícito el corte de manos del autor, el escritor que imaginó y soñó un mundo mejor. Algunos llegaron a preguntarse si este comité editorial se había inspirado en tiempos  de Robespierre.

Mañana no iba a ser más que otro día.

miércoles, junio 22, 2022

 II

La avenida parecía más extensa de lo que ya era y esos son muchos kilómetros. Detenido informalmente para cruzar en un punto céntrico y crítico de congestionamiento vehicular. Pensando en nada y en todo, lo que no es poco, al mismo tiempo, pero lo suficientemente confuso, para  no estar en el lugar. Una manera de pensar sin pensar, de ver sin ver, un enorme espacio para la anarquía de las ideas que se atropellan y enredan. Probablemente una buena parte de la población tropezaba, por esos días, con sus propios pies y las ideas  fluían a borbotones o se apagaban en una especie de circuito cerrado, no llegaban a expresarse con naturalidad. Nunca fuimos más insulares que en aquellos días, la pobre capitanía que nacía en el desolado desierto y rompía en los  glaciales infinitos, una patria sangrientamente poética, casi desdibujada entre el océano y la montaña, arrinconada por el olvido, abismalmente telúrica.

Dejamos de soñar, de tener memoria, esperanza en un futuro. Nos convertimos en una manada  empujada al matadero. Recuerdo las calles empedradas, vacas y toros, bufando, orinándose, mugiendo, repartiendo las últimas heces camino a la muerte. De seguro sabían lo que les esperaba, intuición, sensibilidad animal.

El semáforo estaba alejado, el cruce, era difícil atravesar sin arriesgar más de algo. De pronto Denver gira la cabeza hacia el costado izquierdo de su cuerpo y ve un rostro que se encuentra con sus ojos. A pesar que su ruta mental divagaba, hacía un inútil recorrido por los días sulfatados, reconoció a Juan Viñales un viejo conocido el barrio, con quien  jugaba con un grupo de amigos a la rayuela, frente a su casa los domingos. Los famosos tejos mordían la línea, una cuerda tensa sobre la tierra de un cajón que la enmarcaba. Todo era cuestión de pulso, cálculo, un lanzamiento tenía que ser casi perfecto. Había alegría y camaradería en ese juego de destreza que una exclamación compartida premiaba los mejores puntos.

Viñales sonrió cuando lo reconoció. No se estrecharon las manos, ni un abrazo, o un saludo digno de un encuentro. - Hola, se dijeron, casi al unísono. -Qué haces, a qué te dedicas, adelantó Denver, como explorando, más bien un tanteo. -Trabajo en la morgue, respondió de inmediato Viñales, sin ninguna clase de rodeos. -0ye cómo está eso por allí?, indagó, una pregunta que parecía estúpida, pero tenía mucho sentido. Se podría haber esperado una salida con algo de sarcasmo, como era habitual en ese tipo de conversaciones, pero ahora la situación era  diferente.-Dijo, está llena, simplemente, no caben los cadáveres que siguen llegando.

Un diálogo tan breve, como informal, resumía la tragedia de la primavera de septiembre. Se despidieron como viejos amigos, con un gesto no más allá de una expresión  que  incluía los ojos y las cejas.

Atravesaron la  calle como dos desconocidos.

martes, junio 21, 2022

Las esquinas del hombre casual

 I

Todo fue a partir del mes de septiembre. El año lo recuerdan casi  todos, de alguna manera está registrado en la memoria. R. Denver salió de su casa antes del mediodía  a comprar pan. Había que hacer fila  en ese entonces. Treinta o cuarenta bajo un sol primaveral y una atmósfera de silencio, desconfianza, que ni un filoso cuchillo se atrevería a cortarla. Densa mañana en los brotes primaverales, nadie decía una palabra, la disciplina del terror. Los noticieros decían lo mismo cada día todos los días. Los compradores de pan contaban con una información oficial y la de sus respectivas vidas suspendidas una violenta primavera. Las filas son  trazos de humanos anónimos en la ciudad, clientes agrupados por sus necesidades, las une un mismo y único objetivo. Había silencio sobre el silencio en ese lugar. Hasta ahí llegaba una realidad aparentemente coherente. Tenía un supuesto principio al inicio y final de la fila. ¿Cuántos éramos se preguntaba Denver ¿Una pregunta ociosa, insignificante para el tamaño de ellos acontecimientos?. El tibio sol parecía cobijarlos a todos, iluminar una inocente escena cotidiana frente a una panadería de la ciudad. Un fragmento más del día, había que dejar pasar la mañana y seguir los acontecimientos menos triviales. Nos iríamos con el pan caliente a nuestras casas. ¿El horno había quemado un país entero.? La mañana, repito como testigo, permanecía tibia, inmóvil, silenciosa. Toda realidad aparenta, a veces, ser una misma realidad.  Denver era de los últimos en la fila. A su izquierda, de pronto un Jeep militar  con un teniente y tres soldados irrumpe sobre la verja de una casa e ingresa al ante jardín. Descienden dos soldados, quizás el teniente, entran a la casa y  arrastran a un hombre desconocido al vehículo y se lo llevan.

La tranquila primavera había despertado abruptamente o desparecido de su propio escenario. Estábamos presenciando una escena de la Segunda Guerra Mundial. Éramos extras de una película que habíamos visto en el cine de nuestro barrio. Parte del decorado, la acción estaba en esa casa que podía ser cualquiera de nuestras casas.

domingo, junio 19, 2022

Nos vemos en la próxima

Nos vemos en  la próxima,

qué mejor fecha,

y no estoy preguntando,

porque así será,

una ocasión cualquiera,

sin aviso previo,

agenda, ni fecha programada.

Ahí estaremos

para celebrar el encuentro,

un día esperado,

no fijado,

una canción a la orilla

de una carretera,

una cena para dos,

en algún lugar,

solo para hablar,

decir lo que faltaba

y ver

el futuro astral

frente a nosotros.

Rolando Gabrielli 2022